Exposiciones

El Prado, la patria de los pintores

30 noviembre, 2018 01:00

Francisco de Goya: , 1800

Museo del Prado 1819-2019. Un lugar de memoria. Comisario: Javier Portús Hasta el 10 de marzo

En 1953, en el exilio, escribe el pintor Ramón Gaya: "Cuando desde lejos se piensa en el Prado, este no se presenta nunca como un museo, sino como una especie de patria". Y no se me ocurre mejor resumen de esta exposición. Ni, me atrevería a decir, mejor versión de una patria, la más excelente que pueda imaginar. Y no lo digo sólo por la cantidad de belleza, talento y riqueza que se acumula en esta Roca española (así titulaba Gaya su texto). Estas cualidades están a la vista de todo el que tenga ojos para mirar. Y esta exposición sobresaliente lo demuestra. Pero el Museo del Prado no es sólo un almacén de obras deslumbrantes, no es sólo un lugar. Como una patria, es también, desde su fundación hace justo dos siglos, una razón, una causa, un cruce de voluntades e inteligencias, de valor y de abnegación. Naturalmente, también de torpezas y mezquindades, pero es como si estas hubieran sido digeridas sin mayor daño por un organismo de salud indestructible.

Podemos atisbar todo ello en esta exposición (más los rasgos positivos que los otros, naturalmente) que es, además de una selección de obras maestras, una historia del Museo. Así, las ocho secciones de la muestra están (salvo una) ordenadas cronológicamente a partir de hitos significativos. La primera, de 1819 a 1833, remite a la inauguración del Museo, pocos años después de la del Louvre (1793) y antes que la National Gallery (1824) y la Pinacoteca de Berlín (1830). Todos surgieron impulsados por las ideas ilustradas y el auge de los nacionalismos, pero en el caso del Prado se añadía la reivindicación del arte español, apenas conocido fuera de nuestro país. El contenido del museo procedía de las Colecciones Reales y aunque algunos de los monarcas habían sido impenitentes coleccionistas de artistas extranjeros, se inauguró sólo con pintura de la Escuela Española, que mostraría así su esplendor. Prueba de éste son El Cristo de Velázquez o La visión de San Pedro Nolasco, de Zurbarán. Tres años después se incorporaron ya obras del resto de escuelas europeas.

Equipo Crónica: La antesala, 1968

La segunda etapa, de 1833 a 1868, cubre un periodo en el que la desamortización eclesiástica y la disolución de grandes colecciones aristocráticas pusieron en circulación multitud de obras. El Museo Nacional de la Trinidad, creado precisamente para concentrar el patrimonio artístico eclesiástico, se fundió con el Prado en 1872, aportando fondos ingentes. Por otro lado, la afluencia de arte español al mercado internacional fomentó su reconocimiento. Si bien Murillo ya estaba de moda en Europa desde décadas atrás, el Hermitage, el Louvre o la galería de Dresde decidieron entonces crear "salas españolas", como reflejan cuadros aquí presentes.

Esta exposición refleja cómo El Museo del Prado no es sólo un almacén de obras deslumbrantes

El periodo de 1868 a 1898 recoge un paso muy importante: la conversión del museo, hasta entonces de propiedad real, en Museo Nacional. También supuso dejar de acoger sólo pintura antigua y empezar a recibir las obras que el Estado adquiría de las Exposiciones Nacionales. Aunque de calidad desigual, permitió la incorporación de contemporáneos, como lo eran entonces Rosales o Fortuny. En pocas ocasiones como entonces fue este museo un foco de atracción para artistas de dentro y fuera de nuestras fronteras. El estupendo montaje del San Andrés de Ribera, la copia de Fortuny y su Viejo desnudo al sol, son un ejemplo. O los cuadros de Manet y Singer Sargent, entusiastas visitantes de nuestra pinacoteca. En la etapa de 1898 a 1931 el Prado define rasgos que le caracterizan hoy: incorpora arte medieval y renacentista, hasta entonces en museos de arqueología y crea el Patronato, como regidor de la institución. Es destacable la labor científica e investigadora de estos años: se celebraron exposiciones monográficas de maestros españoles y a otros se les dedicaron salas específicas, como Ribera o Goya. Aquí, la secuencia temporal se interrumpe con una galería de donaciones y legados. Sorprende su calidad y cantidad. Cuadros de Botticelli, Memling o Fra Angelico, entre otros artistas de su talla, están en el Prado gracias a la generosidad de sus propietarios. Una mención especial merece el conjunto de las Pinturas negras de Goya.

Algunos de los episodios más emocionantes de este relato ocurren entre 1931-1939: el llamado "Museo Circulante", con el que las Misiones Pedagógicas llevaron copias de cuadros importantes a los rincones más apartados de nuestra geografía. Y la epopeya del traslado de los fondos del Prado a Valencia y luego a Ginebra, para preservarlos de los bombardeos de los sublevados sobre la capital. Después, la sección dedicada al franquismo muestra el papel inspirador del museo, como epítome del arte español, en la obra de artistas como Oteiza o Saura, Motherwell o Picasso. El último periodo, de 1975 a 2019, señala como hito la aprobación en 1985 de la actual Ley de Patrimonio, instrumento fundamental para su preservación. Aquí se muestran obras que se han podido adquirir gracias a ella y nos enseña que el Cristo muerto de Antonello de Messina o el Retrato de Josette de Juan Gris, podrían haber salido de nuestras fronteras de no ser por una ley como esta.

Pienso en las palabras con que empecé este artículo. Después de este recorrido podemos entender mejor qué quería decir Gaya. Que desde hace más de un siglo, el Prado es la patria de los pintores.