Como pasa con tantas grandes obras de la historia del arte, en el origen de El Ángelus hay un recuerdo de infancia. Jean-François Millet tenía muy presentes aquellas jornadas infantiles en el campo en las que su abuela, cuando oía la campana de la iglesia, pedía a los que la acompañaban que detuvieran su labor para rezar. La obra nace de la memoria infantil, no del sentimiento religioso.

El realismo rural de Millet aportó imágenes perdurables a la historia pictórica del siglo XIX. Quizá la más significativa es El Ángelus, un cuadro pintado entre 1857 y 1859 que pasó por varias colecciones antes de recalar en el Louvre, donde permaneció desde 1909 hasta 1986 y donde el 10 de agosto de 1932, hace 90 años, sufrió un ataque.

La pintura fue acuchillada por un visitante que, entrevistado por el psiquiatra Jacques Lacan, confesó que a la hora de perpetrar el atentado había dudado entre varias obras, con La Gioconda de Leonardo da Vinci y Embarque para Citerea de Watteau como serias candidatas.

Que se decidiera por El Ángelus, que desde 1986 se exhibe en el Musée d'Orsay, quizá confirma la especial capacidad de irradiación y de transmisión emocional que esta obra atesora, su poderoso misterio, que también fue percibido por Dalí, que le dedicó un ensayo y algunas interpretaciones pictóricas (en el Museo Reina Sofía puede contemplarse su Ángelus arquitectónico de Millet, de 1933). Él la definía como “turbadora”.

Dos campesinos interrumpen el trabajo, dejan las herramientas y componen una actitud de recogimiento para el rezo en lo que supone un ritual cotidiano con su ritmo, su cadencia, sus gestos y su proceso. Es el momento de la pausa, de la intimidad y del descanso. Millet está pintando el tiempo.

Dalí la definió como "la obra pictórica más turbadora, la más enigmática, la más densa, la más rica en pensamientos inconscientes"

Millet se sirve de diversos recursos plásticos y compositivos, con las dos figuras casi escultóricas en el primer plano de un amplio y desabrigado terreno que parece más bien yermo, rodeadas por los instrumentos del campo, los rostros en sombra, la línea del horizonte alta y la luz acentuando detalles y contrastes. En la relación entre las formas, el cielo y el paisaje resulta fundamental la propuesta cromática del pintor, que crea un ambiente en el que se unen la extrañeza y la intimidad.

El Ángelus es una de esas obras de arte en las que cada espectador puede encontrar algo distinto y propio, alguna forma de verdad, de enigma o de relevación que tiene que ver con el equipaje de su mirada y su sensibilidad. Es un homenaje de Millet al campesino, a su lentitud y a su silencio. Ha sido puesta en relación con la ideología socialista del pintor y con discursos de denuncia de las condiciones del trabajo en el campo, pero más bien se revela como un testimonio de afecto a la sencillez y la autenticidad de este mundo.

Una lectura paranoico-crítica

En los años 30, Dalí escribió El mito trágico de ‘El Ángelus’ de Millet, una obra que permaneció perdida más de dos décadas. Fue publicada en Francia en 1963 y en España a finales de los 70. Dalí postula que Millet había pintado entre los dos personajes el ataúd de su hijo muerto, y que posteriormente lo había tapado porque la imagen podía resultar demasiado dura para los gustos del público burgués de la época.

A petición suya, el Museo del Louvre realizó un estudio radiográfico del cuadro en el que se aprecia, a los pies de la mujer, una masa oscura que según Dalí es el ataúd ante el que están rezando los dos protagonistas.

Dalí afirma que en junio de 1932 tuvo una revelación asociada a El Ángelus, que “de súbito” se convirtió para él “en la obra pictórica más turbadora, la más enigmática, la más densa, la más rica en pensamientos inconscientes que jamás ha existido”.

“A El Ángelus de Millet”, señala el pintor en su estudio, en el que somete el cuadro a su método paranoico-crítico, abundando en interpretaciones oníricas, psíquicas y sexuales, “asocio todos los recuerdos precrepusculares y crepusculares de mi infancia, considerándolos como los más delirantes, o dicho de otro modo (comúnmente hablando), los más poéticos”.

Integrante de la Escuela de Barbizon, Millet (1814-1875) nació en una familia campesina y, tras formarse como pintor en París, reflejó en muchas de sus obras (Las espigadoras, El sembrador, El aventador…) los ambientes y las labores de la humilde gente rural, que contrastaban con las vidas de la burguesía de la sociedad industrializada. Influyó de manera significativa en Van Gogh y en impresionistas como Monet.