El Museo del Prado habilita, de manera permanente, una sala para exponer el Tesoro del Delfín, un conjunto de 'vasos preciosos' que formaron parte de la colección del Gran Delfín de Francia. Además, la nueva reordenación de la pintura flamenca y holandesa ocupará ocho salas de la segunda planta del edificio de Villanueva, lo que supone un aumento del 10% del espacio expositivo.





Traslados, cambios de propietarios y robos. Dos, de hecho. Esta es la nómina de aventuras que durante años vivió el Tesoro del Delfín, una exquisita colección de vasos preciosos que, por fin, encuentra su lugar en la segunda planta del Museo del Prado. Tras tres años de meticulosa restauración los 144 objetos que se conservan de Luis, el Gran Delfín de Francia, se disponen de manera permanente en una vitrina curvilínea bajo una luz tenue que ayuda a su conservación y mantenimiento. Esta nueva museografía, que ha contado con el patrocinio de la Fundación Iberdrola, la Comunidad de Madrid y Samsung, ha tenido un coste total de 2.512.516 euros.



Tras la muerte del Gran Delfín en 1711 su hijo Felipe V, primer rey Borbón español, heredó un conjunto de 169 obras. Los vasos de cristal de roca y piedras ornamentales, procedentes de diferentes lugares y épocas, son un ejemplo de los tesoros dinásticos europeos tanto por su calidad como por su valor artístico. Minerales escasos como cristal de roca, ágata, lapislázuli, esmeralda y jade eran adquiridos en los confines del mundo pero su nacimiento como obras de arte tenía lugar en talleres del Renacimiento y el Barroco de mano de artistas virtuosos.



Este conjunto, en su mayoría fechado en los siglos XVI y XVII, dan cuenta de la maestría técnica de los talleres en los que se realizaban. Por otro lado, el elevado precio de cada pieza (en su época eran más costosas que un cuadro de Tiziano) hacía que tan solo reyes y príncipes pudieran acceder a ellas. Lujo, refinamiento y "suntuosidad" era lo que demostraban estas piezas "que se exhibían en banquetes y celebraciones", explica la experta en el Tesoro del Delfín Leticia Arbeteta. En dichas ocasiones las piedras preciosas brillaban pero también adquirieron un valor artístico propio. "Aún en los enlaces reales, como el último que hemos visto en Inglaterra, se montan los aparadores para exhibirlas".



A petición de Felipe V la colección fue trasladada a la Granja de San Ildefonso, donde su idea era exponerlas, pero las continuas obras del inmueble (se estaba construyendo) y su constante demora hicieron que el conjunto en su totalidad se mantuviera guardado. Entre las piezas destaca un juego de café del siglo XVII "cuando se está introduciendo el torrefacto en Europa. A diferencia de la actualidad, el café se molía y se tomaba de unos platos hondos", explica Arbeteta.



Algunos de los objetos del Tesoro del Delfín

El cristal era esculpido y tallado por artesanos en talleres italianos, la escuela de Milán era de las más lujosas, y alemanes con gran meticulosidad. El concepto de lujo de la época hacía que al mínimo error la pieza fuera desechada. La longevidad de Luis XIV impidió que su hijo nunca reinara pero a través de las piezas del Tesoro del Delfín se "ve cómo cambia el gusto". Algunas copas con dragones, un camafeo con inscripciones hebreas o la Fuente de la historia de Hermafrodito son algunos de los ejemplos destacables de esta colección. Los motivos decorativos de las piezas cuentan también "historias del universo, ideas filosóficas y mitos".



Tras estar décadas guardado en la Casa de las Alhajas, por las obras de la Granja de San Ildefonso, en 1776 Carlos III mandó trasladarlas al Real Gabinete de Historia Natural por el valor de las piedras adheridas a las piezas. La aventura no había hecho más que empezar ya que durante la invasión napoleónica el conjunto fue robado. Pero se lo llevaron sin sus estuches propiciando "su posterior deterioro y la pérdida de algunas de ellas". No fue hasta 1815, al acabar la Guerra de la Independencia, que el conjunto fue devuelto .



En 1839, cuando Isabel II era aún una niña menor de edad, la colección llegó al Real Museo de Pintura y Escultura, actualmente conocido como Museo Nacional del Prado, por consejo de José de Madrazo, entonces director de la pinacoteca. Para Madrazo, lo valioso no solo era el conjunto de piedras sino la posibilidad de conocer la Historia y el Arte. Hubo que esperar, sin embargo, hasta 1867 para que el Tesoro del Delfín fuera expuesto en su totalidad en el lugar más emblemático del museo: la Galería Central. Allí se mantuvo durante años hasta que en 1918 llegó otro traspiés: hubo un robo interno en el que desaparecieron algunos vasos y se sustrajeron asas y remates de oro de otras para ser vendidos al peso.



No quedó ahí la cosa: su importancia y valor artístico hizo que durante la Guerra Civil, al igual que otras obras del Museo del Prado, se trasladara a Suiza hasta 1939. Ahora, tras años sin mostrarse al público en su totalidad, la pinacoteca "pone también en valor los estuches que dieron lugar a la colección del Gran Delfín". Además, el estudio al que han sido sometidas las obras ha posibilitado nuevas atribuciones y la recuperación del juego de café de laca que se encontraba en el Museo de América y 14 piezas que forman un conjunto de utensilios para preparar piezas de caza que estaban en el Museo Arqueológico Nacional. Así, cada una de las piezas puede contar una historia que actualmente se sigue analizando.



El Prado reordena la pintura flamenca

Vista de la reordenación de la pintura flamenca y holandesa

Entre los años 1430 y 1650 lo que actualmente es Bélgica fue el territorio en el que la pintura alcanzó unas cotas sublimes. En esta época "la pintura que se está haciendo obliga al talento local a emerger y estamos hablando del talento de la talla de Goya y Velázquez", aprecia Alejandro Vergara, jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo Nacional del Prado. Como ejemplo está la versión de Saturno devorando a su hijo que Goya acometió tras ver en repetidas ocasiones la pintura que Rubens hizo bajo el mismo nombre o Las Meninas, cuya estructura bebe de David Teniers.



Son siete las nuevas salas habilitadas en la segunda planta del edificio de Villanueva las que reúnen a los maestros Rubens, Rembrandt, Jan Brueghel, David Teniers o Clara Peeters. A importantes obras de este primero se dedican dos salas en las que se ven tan solo algunos de los ejemplos del encargo que recibió de Felipe IV para decorar la Torre de la Parada con motivos mitológicos y algunas obras de pequeño formato. Así, si el artista David Teniers tan solo estaba representado por tres obras, la reordenación le otorga una monográfica. También Jan Brueghel consigue un espacio en el que se muestran algunas de sus obras más importantes, como la serie Los cinco sentidos. Su estilo, de "pincelada elocuente y caligráfica, está cerca del lenguaje de los grabadores y propio de las miniaturas", explica Vergara.



Por otro lado, la pintura holandesa, entendida como la realizada en las siete Provincias Bajas del Norte, adquiere su protagonismo. Para diferenciarse de las Provincias Bajas del Sur, que seguían bajo el liderazgo español, apostaron por desvincularse del estilo italianizante para acercarse a la tradición nórdica. Aunque la colección de esta pintura es menor en cantidad a la escuela flamenca, artistas como Joachim Wtewael, Salomon de Bray, Matthias Stomoer o los bodegones de Gabriel Metsu o Pieter Claesz encuentran más espacio. La reordenación de la colección de pintura flamenca y holandesa del siglo XVII hace que la pinacoteca crezca un 10%. Así, tras el bicentenario "quedarán pocas salas sin ocupar", ha comentado Miguel Falomir, director del Museo del Prado.



@scamarzana