Image: Solana, el pintor y su sombra

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Arte

Solana, el pintor y su sombra

José Gutiérrez Solana

11 marzo, 2004 01:00

El rastro, h. 1922. Col. particular

Comisarios: Mª José Salazar y Andrés Trapiello. MNCARS. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 25 de mayo

"Desde pequeño sentía yo cierta atracción por todo lo que las gentes califican de horrible; me gustaba ver los hospitales, el depósito de cadáveres, los que morían de muerte violenta, yo me metía en todos estos sitios". José Gutiérrez Solana deslizó esta confesión en un texto sobre la sala de disección del Hospital de San Carlos, el mismo caserón que hoy, transformado en Museo Nacional Reina Sofía, acoge su obra. Hay artistas que logran crear un mundo, un mundo único, singular, inconfundible, y al final son víctimas de ese mundo que han creado. Solana fue uno de ellos. Su enorme talento como pintor yace enterrado bajo una hojarasca de declaraciones y de anécdotas relativas a su morosa delectación en lo sórdido, en lo escatológico, en lo macabro. Cuando explicaba cómo había ayudado a defecar a un viejo buhonero. Cuando se describía a sí mismo muerto en el ataúd y rodeado de cirios encendidos. Cuando afirmaba que de no haber sido pintor le hubiera gustado convertirse en un famoso criminal. Cuando se lamentaba de la decadencia moderna de la profesión de verdugo. El pintor Solana sucumbió a su leyenda, a todas esas historias, reales o fabulosas, que él mismo difundió. El pintor Solana fue eclipsado por lo solanesco.

Esta exposición era la gran oportunidad para ir en busca del pintor oculto más allá de sus máscaras. Porque basta con contemplar los ochenta cuadros y más de medio centenar de dibujos para comprobar qué gran pintor fue Solana, a pesar de sí mismo. Esta era la ocasión para valorar (como hace Manuela Mena en el catálogo) los vínculos de Solana con su gran maestro, Goya, más allá de la relación epidérmica entre lo solanesco y lo goyesco. Para apreciar las reminiscencias de Zurbarán. Para desvelar la deuda con la pintura francesa: con Géricault, con Daumier o con Manet. Era la ocasión de recordar, como hace Raquel González en su brillante texto del catálogo, las afinidades entre Solana y el Van Gogh negro de la época holandesa, el pintor de Los comedores de patatas. Esta exposición tendría que haber sido también el lugar para considerar la evolución de Solana como pintor, puesto que esa evolución existe, aunque se haya negado muchas veces. Existe en el uso de los temas (por ejemplo: como los temas religiosos van cediendo el paso desde 1920 a las naturalezas muertas o a los temas urbanos). En la creciente sabiduría en el tratamiento de la materia pictórica. En el progresivo descubrimiento de la plasticidad de la forma, que culmina en las espléndidas composiciones monumentales de coristas y de prostitutas, desnudos rotundos sólo comparables a los de Max Beckmann. En la evolución que conduce al pintor desde lo negro hacia el color, como puede comprobarse en las máscaras de finales de los años treinta.

Pero los comisarios de la exposición han preferido destacar lo más obvio. En vez de ordenar la obra cronológicamente (como suele hacerse en una exposición dedicada al conjunto de la obra de un artista) han optado por organizarla según los grandes temas recurrentes en la obra de Solana: la religión, la muerte, los toros, los oficios, los retratos, las mujeres, el carnaval. Sin duda, los temas de siempre, los que hacen parecer a Solana más solanesco que nunca. Esa disposición temática (aderezada por un montaje discutible de Manuel Blanco, que a veces incurre en lo estrafalario) será quizá un éxito popular, porque acentúa lo sensacional, el tremendismo de siempre. Pero a costa de sacrificar los matices pictóricos y a costa de la misma autonomía de la pintura frente a la literatura. Eso es, al menos, lo que se desprende de las palabras de Andrés Trapiello, comisario de la exposición junto a Mª José Salazar, cuando escribe en el catálogo: "Los libros de Solana [...] son el correlato perfecto de sus pinturas. A un ciego de nacimiento se le podría explicar cómo es la pintura de Solana leyéndole una cualquiera de las páginas que escribió, ya que hasta los colores están en ellas tan bien metidos que no hace falta más." Al final tenemos la sensación de que no era al Solana pintor, sino más bien al escritor a quien estaba destinado el homenaje.