Plasencia
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La semana pasada, España recibió una de esas noticias que dejan un silencio raro en el aire: había muerto Roberto Iniesta. Robe. Uno de los músicos más reconocibles e influyentes de nuestro país, voz de Extremoduro y, en los últimos tiempos, al frente de su proyecto en solitario.

La tristeza fue casi unánime. Porque, quien más quien menos, tiene una canción atravesada en la memoria, un concierto grabado en el cuerpo, una frase suya asociada a un momento. Robe no era sólo un artista, era un idioma compartido.

Durante los días siguientes se multiplicaron los homenajes. Pero su familia, amigos y compañeros quisieron que la despedida no se quedara en lo simbólico. Que pudiera ser también presencial. Así, miles de seguidores se acercaron este domingo 14 de diciembre a Plasencia, su tierra natal, para decir adiós.

Los amigos y compañeros de Robe emocionados durante su despedida. Nieves Diaz Plasencia

El acto se celebró en el Palacio de Congresos de la ciudad, ese lugar al que el propio Robe —entre bromas, en un concierto— llegó a llamar “mi palacio”. Desde ahora, además, el edificio lleva su nombre.

Dentro, la escena era sencilla y, por eso mismo, demoledora, un altar con sus cenizas, su guitarra y los objetos que los fans iban dejando a su paso. Había libros de firmas para escribir el último mensaje, una gran pantalla con vídeos del cantante, una amiga de la familia dibujando su rostro en directo. Todo, acompañado por instrumentos con los que algunos músicos pusieron música a la despedida.

Entre los momentos más emocionantes, destacó la presencia de Manolo Chinato, poeta y amigo íntimo de Robe, que subió al escenario para dedicarle unos versos. Y también la imagen de sus compañeros, rotos ante todos, interpretando El poder del arte, un instante de los que cuesta olvidar.

Fueron más de 45.000 personas las que hicieron cola, algunas durante más de cuatro horas, para dejar flores amarillas, dibujos, mensajes. Y, sobre todo, amor, lágrimas, abrazos y mucha, muchísima música.

Una despedida multitudinaria, de las que se quedan en la historia de una ciudad. Y a la altura de quien, en la vida de tantos, será eterno.

Hasta siempre, Robe.

Hasta siempre. Siempre. Siempre.