My Cartography. The Erling Kagge CollectionFundación Banco Santander

Avda. Cantabria, 2. Boadilla del Monte (Madrid). Comisaria: Bice Curiger. Hasta el 9 de septiembre

Un billete de 50 euros encapsulado en una pequeña vitrina junto a una cartera de cuero negro lanza un mensaje que cae como un jarro de agua fría: La libertad no puede ser simulada en una billetera. Lo firma el artista Rirkrit Tiravanija, y sirve como potente introducción a la exposición My Cartography (mi cartografía), un viaje por una selección de 181 obras de la colección noruega Erling Kagge, y también –por qué no– como guiño a la sede que la acoge, la Ciudad Financiera del Banco Santander. Es, además, inseparable del propio personaje de Kagge, abogado de profesión, escritor, editor, filósofo y explorador. Ha llegado a los dos polos y coronado el Everest y cuenta que las expediciones y el arte tienen mucho en común: suscitan la curiosidad y otra manera de ver la realidad.

En su colección la naturaleza está muy presente. El óleo de Eliza Douglas que da portada al catálogo de la exposición –dos piernas y dos manos colgadas de un cuerpo invisible– hablan del afán aventurero de su mecenas. Hay también dos silenciosas fotografías de Darren Almond, siempre atento a la huella del hombre en la naturaleza y a la crisis climática, dos paisajes nevados junto a una placa metálica en la que se lee “Take me home” (llévame a casa) y que alude a la estrella polar. No es la única, el Iceberg de aluminio, vinilo reflectante y pintura de Mark Handforth mezcla alegremente materiales industriales, y conecta muy bien con la escultura-lavabo-tubería-rama de Urs Fischer, artista suizo que busca siempre la sorpresa y que aquí lo consigue sobrado con una lengua juguetona que sale repentinamente de la pared.

El recorrido se articula a través de diferentes ambientes como el que se crea en una especie de sala de lectura en la que la estantería la firma Franz West. El resto de muebles están hechos con listones de madera, cartones y materiales reciclados (de la artista sueca Klara Lidén) que hacen las veces de pata, lámpara y papeleras bastante deterioradas por el vandalismo urbano (cuesta imaginárselas en un entorno doméstico). Es un espacio para leer en silencio, acentuando la importancia de la concentración. Un viaje mental que culmina en una de las salas que más impresionan del conjunto por su economía de medios: dos vídeos de Ian Cheng (con individual ahora en la sede temporal de la Fundación Sandretto en Madrid) crean un espacio para la relajación iluminado por los amarillos, rojos y verdes que emanan de una lámpara de Olafur Eliasson. Son paisajes artificiales proyectados en los que el chisporroteo del sonido y la luz llevan a la relajación más absoluta.

Olafur Eliasson: 'Lámpara ojo a rayas', 2005

No es esta la única obra de Olafur Eliasson. Del danés hay otras dos piezas de primer nivel. En Semicírculo de puerta amarilla (2008) crea una atmósfera amarillenta sólo con un foco, un trípode, un espejo y una lámina para proyectar color. Es una de las paradas mágicas del recorrido donde la luz, las sombras y las formas disfrazan los silencios. La otra es uno de sus caleidoscopios de comienzos de los 2000, un nuevo dispositivo óptico para experimentar con nuestra manera de mirar y percibir la realidad.

Lámparas de Jorge Pardo y Olafur Eliasson, cowboys de Richard Prince… Son muchos los nombres conocidos en la colección Kagge

Son muchos los nombres archiconocidos. Lámparas de Jorge Pardo, cowboys de Richard Prince, que desde los años setenta se ha apropiado del imaginario de la publicidad infiltrándolo en el arte, y hasta el Rolls-Royce que Franz West utilizó en 2007 como peana para una escultura de resina y resonancias intestinales. Su extravagante presencia se recarga con el olor a gasolina que impregna toda esta sala que comparte con Wolfgang Tillmans. Del alemán hay varias naturalezas urbanas de comienzos de los 2000 (flores, piedras en el rostro) y dos buenos ejemplos de impresiones digitales en las que experimenta con procesos químicos coleccionando sus propios fallos técnicos. La lista es interminable: Anne Imhof y Matthew Ritchie con ejemplos más modestos, Diane Arbus y su pequeño retrato de un Papá Noel “en formación” en unos grandes almacenes, el fotógrafo japonés Daido Moriyama…

Pero uno de los aspectos más interesantes de esta exposición es que nos brinda la oportunidad de acercarnos a nombres menos conocidos, muchos de ellos del norte de Europa, como las escenas cotidianas que capta Vibeke Tandberg con su cámara, desde el día a día de una pareja hasta el esfuerzo titánico de un anciano bajando la escalera. Remueve también la instalación de Ann Cathrin November Hoibo, unas cangrejeras y un par de zapatos de piel reflejados en un espejo, llamada Sin título (La documentación lo es todo 07), 2011. Jim Lambie crea un espacio hipnótico con un suelo de formas psicodélicas que se ve reflejado, de nuevo, en una escultura de espejos de distintos formatos –de mano, de pared, circulares, cuadrados, enmarcados y sin enmarcar– articulados por brazos tubulares recubiertos de ojos que nos miran. Van acompañados por cubos de cemento de corte minimalista con carátulas de discos de vinilos incrustados –un guiño a su otra actividad, la música– y una persiana amarilla.

Dice Erling Kagge que los pequeños placeres de la vida, los más sencillos, como examinar el verdor del musgo, no se pueden explicar con palabras. Las sensaciones que experimentamos ante una buena obra de arte, tampoco.

@LuisaEspino4