David Vann dijo una vez que lo mejor que uno puede hacer a veces para sobrevivir es alejarse de su propia familia. Lo decía él, que había vivido de cerca cinco suicidios, entre ellos el de su propio padre del que surgió su primera obra Sukkwan Island, y un asesinato. La misma idea que Vann, la resumió Philip Roth en aquella fantástica frase de que "todos tenemos un hogar, y siempre es ahí donde las cosas van mal". La cita Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, Cuba, 1989) en su primera novela Los caídos (Sexto Piso) y no es casualidad.

El periodista, autor del libro de relatos La tarde de los sucesos definitivos y de la recopilación de crónicas, La tribu. Retratos de Cuba, construye aquí un relato polifónico, con tintes autobiográficos, donde uno es testigo de la descomposición de una familia que no termina de romperse del todo. O puede que sí. Porque los cuatro miembros que la forman están todo el tiempo cayendo. "La novela es vertical. No es horizontal. Es hacia abajo, como una caída", define su autor. De fondo, inevitablemente, suena el eco de una Cuba que hoy Álvarez contempla desde México.

Pregunta.- Dice que Los caídos tiene un claro componente autobiográfico, después de finalizar su escritura ¿ha descubierto algo de sí mismo?

Respuesta.- No sé si tanto como descubrir pero sí me ha permitido mirar de frente cosas que, de alguna manera, tú sabes que están pero que tu propio sentido de autoconservación te impide, de modo natural, sacar a la luz. Yo creo que hay un proceso un poco intuitivo, como cuando algo se cae al suelo y tú intentas barrerlo debajo de la mesa para que no se vea, la escritura es un poco meter la escoba debajo de la mesa y sacar todo lo que has escondido ahí, todo lo que se supone que son escombros y desechos, sacarlo de nuevo a la luz y componer algo con eso. Ese es un poco el proceso. No tanto descubrir como admitir, reconocer algo.

"La escritura mete la escoba debajo de la mesa, saca los escombros y desechos y compone algo con eso"

P.- Comenta que su temática es un poco convencional, ¿por qué eligió el núcleo familiar?

R.- La familia es una zona de conflicto siempre. Es un terreno en disputa y tiene una carga dramática importante. En ese sentido no siento que haya demasiados riesgos de mi parte como autor. La familia es un tema literario por antonomasia y, en ese sentido, yo voy a un lugar más o menos seguro donde se pueden encontrar cosas que pueden convertirse en material de ficción. Me interesa porque es un terreno absolutamente lleno de contradicciones y me permite desarrollar una novela como esta. Una especie de guerra al exterior del hogar.

P.- Precisamente, Diego, uno de sus personajes en servicio militar, comenta en un momento dado que todos allí están esperando a que la guerra llegue, pero que esa guerra tal vez nunca llegue o ya ha llegado y no lo hayan visto, ¿es un poco lo que les pasa a sus personajes?

R.- Es un poco lo que pasa, exacto. Aunque en ese sentido se está refiriendo a otro contexto, un contexto social más bien, que estaría fuera de la familia. Pero digamos que podría servir también como una línea de lo que está pasando en el interior de la novela y de estos personajes que están esperando un conflicto, un enfrentamiento, mucho más explícito que no acaba de llegar y eso por otra parte va drenando el interior. De algún modo, es la visión de que la guerra ya está, ya estuvo, se está desarrollando mientras tú estás esperando que ocurra de manera más abierta.

P.- Por otra parte, presenta una familia en clara descomposición, ¿cree que su situación se puede extrapolar a Cuba?

R.- Sí se puede, lo que pasa con esa idea es que se piensa la familia como un núcleo más pequeño que la sociedad o determinado país cuando yo creo que la familia es el núcleo más grande que hay. El país, la sociedad, sea la que sea, está siempre dentro de ella. No es tanto la familia como la metáfora de la situación sino la familia como terreno literal donde pasan las cosas. Lo que sucede es un relato en sí mismo y ya luego se podrá darle la lectura que se quiera.

P.- Y, sin embargo, Cuba está muy presente en los acontecimientos de la historia que narra, en sus páginas habla de dos Cubas distintas, la de antes y la de ahora, ¿no?

R.- Sí. Hay un conflicto generacional en la manera de entender la realidad. Y hay conflictos que ya entran al terreno de lo íntimo. Conflictos completamente personales pero que naturalmente están también manchados por la política, la historia, por la moral, por cosas que están sucediendo fuera. Si bien en la novela no se plantean de manera explícita, se siente el aura, están de alguna manera orbitando. Esas fuerzas están incidiendo sobre cada uno de estos personajes, sus recorridos particulares y las convicciones que cada uno de ellos tiene respecto a las cosas.

P.- Ya que lo menciona, ¿son el padre y el hijo quiénes mejor reflejan el conflicto generacional?

R.- Sí, existe una brecha ideológica entre el padre y el hijo porque son los personajes que se pueden dedicar a esos desvaríos. Tanto la madre como la hermana están ocupándose de la supervivencia estricta de la familia. Están ocupándose de las cosas en concreto de la vida real. Ahí quizás hay una idea que intente decir algo sobre la circunstancia cubana y es cómo parece que el conflicto ideológico es lo principal cuando lo principal es lo que está sucediendo por debajo. Lo principal es lo que hacen ellas que es sobrevivir y hacer que los demás sobrevivan y no tanto la discusión más o menos política que sostienen los personajes masculinos en la novela.

"En Cuba el conflicto ideológico parece lo principal cuando lo principal es lo que hacen ellas para sobrevivir y que los demás sobrevivan"

P.- En lo personal, ¿cómo vive Cuba ahora?

R.- Cuando voy en buena medida la vivo como un extraño que no se ha ido. Eso es casi un oximoron. Pero yo siento esa extrañeza como una ganancia. Si no me hubiera ido, no habría adquirido ninguna nueva curiosidad sobre ella, vería todo de manera mucho más plana y más lineal. El hecho de haber podido tomar distancia de Cuba y poder volver me permite dialogar. Estoy viendo que abrí una materia narrativa en cosas que antes no hubiera visto y será justamente por esa distancia. Ese es el modo en que la veo hoy, con extrañeza y con una extrañeza que a mí, al menos, me reconforta. Me ha liberado de otras cosas que ya se estaban gestando como el resentimiento o cierta rabia. Una liberación en su justa medida. De algún modo no se trata de eliminarlas por completo porque yo siento que son necesarias, pero sí poder balancearlas antes de que un sentimiento se vuelva predominante sobre otro.

P.- ¿Es el aburrimiento el verdadero peligro al que se enfrentan sus personajes?

R.- En la novela el aburrimiento, el tedio más bien, funciona como una jaula donde están atrapados todos. Y el tedio es lo que genera toda la caída de estos personajes que, a su vez, están encerrados ahí y dentro de la jaula la fiera que hay es la enfermedad. Esa fiera los despedaza.

P.- De hecho, sobre la enfermedad de la madre, hay un momento en que un personaje se plantea qué es lo que pueden hacer sin emoción y sin memoria, ¿qué les queda?

R.- A los personajes les queda la caída, les queda el desgaste, la descomposición... Además ese recuerdo y esa emoción habría que ponerla siempre bajo la lupa porque la sublimación de la memoria puede ser una carga que te paralice que es un poco también el contexto en el que ellos se mueven. La memoria, el recuerdo, la historia, el pasado como una carga que de antemano tienes encima… Es un poco la idea de que el hombre ya nace viejo. Entonces también eso habría que ponerlo en perspectiva. Deshacerte de la memoria completamente te mueve el suelo pero por otra parte hacerte cargo de una memoria que no es estrictamente tuya también te puede poner en una zona inmóvil por completo.

P.- Pero, en parte, ¿no somos un poco memoria?

R.- Inevitablemente, sí. Pero lo que me interesa es la posibilidad de que uno pueda destruir si quiere esa memoria, desacralizarla y no tener que asumirla como un deber, como la tradición que hay estrictamente que preservar, sino que uno pueda tomar esa materia de la que viene y trabajar con ella y negarla incluso si es preciso.

P.- Ha escrito relato y ha escrito novela, ¿con cuál se siente más cómodo?

R.- El relato es una piscina que puede ser honda, de 25 o 50 metros. Con la novela yo sentí, de algún modo, que estaba nadando en el mar y que la orilla no estaba cerca. La diferencia es sobre todo un tema de distancia y de energía física. Con el relato desde el sitio del que partes puedes estar viendo ya el sitio a dónde estás llegando. Con la novela no tanto. Empiezas a nadar pero no ves el otro lado del agua.

P.- ¿Repetirá?

R.- No lo sé. Por ahora eso es lo que hay. Hasta el momento es eso. Este libro fue escrito con cierta urgencia, con cierto desespero también de mi parte por escribir una historia de ficción de este tipo, y eso también me ha generado una ansiedad de la que no quiero seguir siendo parte. Cualquier cosa que vaya a escribir en adelante, espero que el método y la manera de acercarme a la escritura sea por otros caminos más reposados.

@mailouti