El libro con el que Remedios Zafra (Córdoba, 1973) ha ganado el Premio Anagrama de Ensayo confirma que hay términos e ideas que o bien no se fueron nunca o bien han regresado con fuerza: precariado, desigualdad, generación perdida, brecha generacional, feminización, emancipación tardía. Su ensayo (El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital), en el que ella aplica algo de lo anterior al trabajo creativo, podría leerse junto a otros ensayos que llegan estos días a las librerías: La sociedad del descenso, de Oliver Nachtwey o El muro invisible. Las dificultades de ser joven en España, de Politikon. Los tres pintan de algún modo el paisaje después de la batalla de la crisis, si es que éste no estaba ya predefinido.

Zafra cree que la crisis ha sido un factor más (y no el único) en la precarización del trabajo creativo, como ya sugirió, aunque de manera germinal, en libros como Ojos y capital, (H)adas y Despacio.

Pregunta.- Es casi automático: uno intuye que un libro sobre la precariedad está anclado en la experiencia personal del autor.

Respuesta.- Creo que la historia personal tiene la potencia de hacerse "cultural", de reflejar algo más que unas vivencias propias y de pronto permitir que otros se identifiquen con algo que leen, justamente porque habla de ellos hablando también del tiempo que habitan. Es una cualidad que me interesa mucho de la escritura, lograr captar la época que vivo desde la narración profunda de lo que experimento y observo. Supongo que mi formación y trabajo en Antropología me ayudan a buscar lo compartido y cultural en los relatos biográficos.

P.- ¿Todo trabajo vocacional está condenado a ser mal pagado ya que los empleadores saben que pueden aprovecharse de que a sus empleados "les gusta" lo que hacen?

R.- No es una condena del trabajo vocacional, pero sí es una "tendencia" de gran parte del trabajo creativo. La vocación es un impulso pero puede ser también una limitación, una excusa para la explotación. Muchas personas encontramos sentido y motivación al dedicarnos a nuestros trabajos de manera vocacional. Sin embargo, esto puede ser usado como un pago suficiente o como un plus por el que muchos trabajan gratis y hasta dan las gracias. Muchas veces, "lograr el trabajo", colaborar con un medio, conseguir visibilidad, se vive como pago.

Un modelo competitivo

P.- ¿En qué medida se ha acentuado esto con la crisis?

R.- Creo que hay una precariedad que se ha acentuado con la crisis, pero la que tiene que ver con el mundo creativo y más concretamente con cambios de época como la feminización de trabajos culturales, o los nuevos modos de trabajo online, apuntan a formas de desigualdad y poder que no se limitan a la crisis. El mundo cultural es un territorio recientemente profesionalizado y que con las redes se desglosa en multitud de prácticas que no se denominan empleo (a no ser que conlleven grandes dosis de visibilidad). Mi sensación es que con muchos de estos trabajos pasa como con los trabajos domésticos, que tienden a ser difuminados en el ámbito del consumo o del afecto (antes amor a una familia y ahora amor a tu vocación).

P.- ¿En qué sentido puede el entusiasmo ser contraproducente? Me refiero a esa instrumentalización del entusiasmo por parte del sistema.

R.- En el ensayo posiciono un entusiasmo sincero como ejercicio de libertad que nos moviliza en la práctica creativa, frente a un entusiasmo inducido por el sistema y usado para mantener el ritmo productivo que demanda el capitalismo. Creo que ese entusiasmo del que finge tener más motivación e ilusión que nadie para ser elegido en un trabajo (beca, colaboración...) es incentivado por un modelo competitivo (que rompe lazos de solidaridad), y una forma de neutralizar a creadores e investigadores que terminan dedicados a burocracias y solicitudes encadenadas para colaboraciones temporales.

P.- Por cierto, ¿a qué se refiere exactamente con "sistema"?

R.- Me refiero al vigente sistema social y económico capitalista, en tanto sistema "global" que hoy atraviesa la política y la vida cotidiana. Este sistema no hace imposible el ejercicio creativo, pero sí crea tendencia y expectativa en las personas y contribuye a mantener formas de dominio simbólico y desigualdad en determinadas personas.

P.- Hay una idea que recorre todo el libro: la pobreza equivale a falta de libertad. ¿Es la libertad en nuestras sociedades un espejismo?

R.- La pobreza es una de las mayores bases de desigualdad y la desigualdad lo es de la falta de libertad. Concibo la libertad como un gradiente y en ese sentido hay menores y mayores grados de libertad (tan relacionados con los recursos como con la toma de conciencia). Y me parece que hoy el espejismo está sobre todo en exponernos a una "constante elección" donde sólo hay inercia. Lo dice mejor que yo un estudiante listísimo (al que cito al inicio del libro) que pasa de los treinta y curtido en trabajos culturales: "Nos han hecho creer que somos libres, (...) que con más o menos esfuerzo seremos capaces de conseguir aquello que nos propongamos. Estas ideas no solo no son ciertas, sino que son una fuente de frustración".

Un vida pospuesta

P.- Vivir "una vida permanentemente pospuesta", como hacen aquellos que quieren vivir de su vocación creativa, ¿qué supone psicológicamente para ellos?

R.- Puede ser tanto un sostén vital como algo muy frustrante que termine por "apagar" a personas creativas (científicos, artistas, creadores...) y esto es terrible para una sociedad. La temporalidad, la burocratización y una vida cedida a la celeridad irreflexiva, que caracterizan la precariedad de la que hablo en el libro llevan a vidas "vivibles" pero donde los entusiastas están demasiado entretenidos como para concentrarse o para aliarse entre ellos.

P.- ¿Qué papel ha de jugar el Estado (las instituciones públicas en general) para solucionar esta problemática?

R.- Desde que la economía moviliza la política (y no a la inversa) el Estado apuesta por sistemas educativos que denostan el pensamiento crítico (arte y filosofía se sustituyen por estudios sobre finanzas o contenidos que suenen "rentables"), los propios educadores andan envueltos en lógicas cada vez más propias del mercado. Pienso que el Estado no puede abdicar su responsabilidad social en la economía, cuando lo hace siempre salen perjudicadas las mujeres y quienes menos tienen. Si se trata de "no repetir" las desigualdades del mundo que tenemos, hay que liberar la imaginación de las instituciones y de la educación pública.

P.- ¿La precariedad de los trabajos culturales se ha trasladado al ámbito académico? ¿Algún ejemplo? Desde otros ámbitos de la cultura se suele ver a los académicos como unos privilegiados.

R.- Puede que lo fueran hace años, pero hoy lo que veo en las universidades donde trabajo es una mayoría de profesores interinos y contratados. Conozco a compañeros que casi pagan por trabajar. Muchos piensan que los profesores sólo dan clase, cuando hoy ante todo son gestores e investigadores que dedican sus tiempos a actualización constante, interminables procesos de evaluación, comisiones, congresos, acreditaciones, atención personalizada off-online, publicar, encadenar méritos con vidas donde el descanso es el tiempo dedicado al estudio, y la estabilidad un logro sólo para algunos. Algo paradójico, porque en la universidad los sistemas de valoración y contratación vigentes no serían superados por muchos de los que disfrutan esa estabilidad.

P.- ¿Cómo resumiría el papel de la red en la precarización del trabajo creativo?

R.- Pienso que si antes una minoría creaba para la mayoría, ahora todos creamos y lo compartimos en la red. Esta democratización creativa es revolucionaria y de ella se derivan increíbles potencias y riesgos, como esas nuevas formas de prestigio que reducen lo más valioso a lo más visibilizado; crisis de la "concentración" frente a una vida que promueve velocidad y exceso; o la posibilidad de triunfar y fracasar en directo... Tan fascinante como inquietante, la red lo está cambiando todo.

El fin de la capacidad crítica

P.- ¿En qué medida esta precarización es una crisis generacional, es decir, una crisis que afecta sobre todo a los jóvenes? ¿Existe una generación previa que sí pudo vivir de la cultura?

R.- Hay algo que tiene que ver con la vivencia de Internet y con una cuestión generacional. En los ochenta y noventa los profesionales de la cultura estaban muy localizados. Eran menos y sí vivían de ella. La confluencia de un mundo en red y la llegada al ámbito profesional de quienes desde la Transición pudimos acceder a una formación pública y a aspiraciones creativas con mayor igualdad, marcan un escenario distinto: somos muchos. Mi generación es de las primeras que viniendo de contextos humildes pudimos "imaginar" dedicarnos a la creación.

P.- En el libro también reivindica la "intimidad" frente a la "estadística". ¿El auge (la omnipresencia, diría) de todo tipo de estadísticas, de encuestas, gráficos y cuantificaciones, nos ha alejado de la realidad?

R.- Sólo hay que ver cómo usamos la tecnología. Todo hoy nos viene interpretado por números o estadísticas. El mundo globalizado se ha especializado en traducirnos cuantitativamente, esto ayuda a simplificar y hacer operativas las cosas para que todo circule más rápido y poder manejar el exceso, pero hay graves pérdidas en este trance. Perdemos distancia crítica, profundidad, extrañamiento, matices, justo lo que nos hace de "espejo" para la conciencia. Frente a la estadística y la sociología de los grandes números a mí me interesa más la intimidad, entre otras razones porque profundizar en ella nos permite conocer la realidad sin depurarla de sus zonas contradictorias. Y eso es más real que mi número de seguidores.

Juventud y precariedad

El muro invisible. Las dificultades de ser joven en España (Debate): este libro escrito por un grupo de jóvenes académicos que crearon Politikon en 2010 se centra en los jóvenes nacidos entre los ochenta y los noventa. Trata de "ofrecer soluciones" para superar el muro generacional cuyos cimientos, dicen, están en la "educación, la desigualdad, el mercado laboral, el Estado del Bienestar, la emancipación y la nueva emigración".

La sociedad del descenso. Precariedad y desigualdad en la era posdemocrática (Paidós): Oliver Nachtwey, de Instituto de Investigaciones sociológicas de Frankfurt, analiza en este libro el estado de las sociedad occidentales ahora que "el ascensor social parece haber frenado, los títulos universitarios ya no dan seguridad y los trabajos son cada vez más precarios".