Fotografía del Ateneo de Providence en los años de Lovecraft

Son viajes ideales, viajes soñados, pero esta vez desde la ficción. Porque viajar es también un placer cuando se hace desde las páginas de un libro, la imagen sugerente de un cuadro, una fotografía, desde la butaca de un cine. Y así, nos vamos al Nueva York de Paul Auster, al Sáhara de El paciente inglés, al Cape Cod de Edward Hopper...

"Yo soy Providence" solía repetir H.P. Lovecraft en las cartas a sus amigos. Casi como un ritual en el que se despoja de su abigarrada retahíla de adjetivos sobre el horror y el olor acre, el escritor se vuelve escueto para expresar lo que a mí se me impregnó de la lectura de sus relatos: un sello indeleble marcado a fuego en el córtex de mi cerebro de adolescente, del que no puedo desprenderme. Es imposible evitar cada vez que leo esa palabra, Providence, imaginar una atmósfera distinta al paisaje de Nueva Inglaterra en el Massachusetts de Lovecraft, repleto de ciudades y pueblos con techumbres holandesas derruidas, con campanarios como agujas, húmedas, mohosas y solitarias. Pobladas por seres ambiguos que desde mediados del XVII hasta la segunda mitad de los años veinte del siglo pasado nublaron su mente y con ella la mía. Las imaginadas ciudades infames de Arkham, Innsmouth y Dunwich descritas al detalle son en realidad su Providence natal y mi ciudad perfecta para sentir pavor sólo con nombrarla. En realidad "Yo soy Providence" es una amenaza cumplida para quién leyó cualquier libro de la saga mítica de Cthulhu o de sus decenas de relatos y correspondencia. Hoy, Providence, es la capital mundial de la venta y consumo de donuts con una tienda por cada 4.700 habitantes. Como intuía Lovecraft, algo raro, algo innombrable pasa allí. Algún día iré para comprobarlo.

Daniel Castillejo (Burgos, 1957) estudió Bellas Artes en la Universidad del País Vasco. Realizó su primera exposición individual en 1981, gracias a una beca que le permitió participar en la feria bilbaina Arteder. A partir de ese momento continúa con su actividad creadora. Junto a ésta, su rol en la gestión cultural también ha sido de gran importancia. De 1989 a 2001 fue director de la Sala Amárica de Vitoria. En 2001 pasa a ser conservador y analista de los fondos propios del Museo de Arte Contemporáneo Artium, en Vitoria. Institución ésta de la que es director desde octubre del 2008 y en la que ha comisariado varias exposiciones como pueden ser Amar, pensar y resistir. Encuentro entre dos colecciones (2007), Tirar del hilo. Colección Artium (2012-2013) o El desarreglo. El curioso caso del arte despeinado (2015).