Foto: Luis Parejo

Luciendo Premio Nacional de Música, Alfredo Aracil (Madrid, 1954) presenta en los Teatros del Canal Dos delirios de Shakespeare, donde, conchabado con Sanchis Sinisterra, ‘retuerce' las obras del Bardo.



¿Qué libro tiene entre manos?

Estos días Sons & Lumières, una publicación de hace unos años del Centro Pompidou sobre la historia del sonido en las artes visuales del siglo XX.



¿Ha abandonado alguno por imposible?

Sí, y algunos extraordinarios (como el Quijote o Ulysses) pero que abordé demasiado pronto, demasiado inmaduro, demasiado impaciente. En esos casos, cuando volví tiempo después fue un festín.



¿Con qué personaje le gustaría tomarse un café mañana?

Creo que con Italo Calvino, y procuraría no condicionar la conversación con ninguna pregunta previa.



Cuéntenos alguna experiencia musical que le cambió su manera de ver la vida.

Asistir al ensayo de una obra juvenil de mi amigo Pablo Rivière, por el Grupo Koan y José Ramón Encinar. Fue a principios de los 70. Yo era un poco más joven que él y mucho más inexperto; estaba empezando a conocer la música y encontrarme tan de cerca con esa nueva manera de escribir, de tocar, de sonar, cambiaría mi vida y, por extensión, mi manera de verla.



¿Cómo ayuda el Premio Nacional en la carrera de un compositor en España?

Supongo que cada caso será diferente. Para mí ha sido una llamada desde fuera de mi burbuja de calma donde tan a gusto pero tan aislado estaba



¿Cómo ve la situación de la composición en España? ¿Podría hacernos una radiografía rápida?

Hay una buena cantidad de compositores interesantes, con cosas que decir, y ante la falta de oportunidades dentro de España algunos están haciendo su carrera fuera, en Alemania, Francia, Estados Unidos… Están sobradamente preparados. Como en tantos otros campos y profesiones.



¿Algún montaje le dejó clavado en la butaca?

Café Müller, de Pina Bausch, en el Festival de Otoño de 1985, por lo que me mostraba y cómo lo hace. Y Mesías, de Steven Berkoff, en versión de José Luis Gómez, por la pavorosa humanidad de lo que ocurría



¿Qué dificultad tiene encerrar La tempestad shakesperiana en el papel pautado?

Creo que es más fácil, más natural, que evocarla sólo con palabras. Nuestro Próspero es capaz de hacer sonar el aire.



¿Cómo es el mapa sonoro de su Julieta con canas, que nunca consumó el suicidio?

Después de treinta años en la cripta, casi a oscuras y sola, su oído se ha aguzado, pero ya no sabe si lo que oye es real o imaginado, ni si lo que recuerda pasó o no pasó.



¿Entiende, le emociona el arte contemporáneo?

Claro. Y el de cualquier otra época.



¿De qué artista le gustaría tener una obra en casa?

Uff… Piero della Francesca, pero no excluyo varios centenares más de nombres.



¿Le importa la crítica? ¿Le sirve para algo?

Sí, me interesa salvo excepciones, y me ayuda a saber qué o cómo se ve lo que ofrezco, la haga un amigo, un periodista, un colega.



¿Es usted de los que recelan del cine español?

Más bien recelo de todo el cine. Hay grandes, extraordinarias películas, pero la proporción de mediocres, innecesarias, es tan alta que soy receloso.



¿Cuál es la película que más veces ha visto?

Quizá F for Fake (Welles) o El perro andaluz (Buñuel) o 2001: Una odisea del espacio (Kubrick).



¿Qué libro deben leer con urgencia los candidatos a la Presidencia del Gobierno?

La vida, instrucciones de uso (Perec) o Pedro Páramo (Rulfo), pero despacio. Alguno los habrá leído ya.



¿Le gusta España? Denos sus razones.

Me gustaría que me gustara más. Junto a detalles y personas estupendas encuentro mucho desinterés por lo ajeno y falta de respeto por los demás; la permisividad con el ruido, por ejemplo, esa sordera, es para mí tan incomprensible...



Regálenos una idea para mejorar la situación cultural de nuestro país.

La apatía, en parte por ignorancia y en parte por falta de curiosidad, es la principal responsable de lo que nos pasa. Habría que empezar con una buena y ancha educación, y tener paciencia, saber invertir y esperar.