Manuel Borrás. Foto: Luis Parejo

Tras su visita anual a las ferias de Buenos Aires y Bogotá, Manuel Borrás (Valencia, 1952), editor de Pre-Textos, sigue sin rebajar su exigencia ni su sinceridad, mientras denuncia la "sacralización de la mediocridad".

¿Qué libro tiene entre manos?

Cartas a sus amigos de Ramón Gaya, que estoy releyendo para su próxima presentación.



¿Abandonó algún libro por imposible?

Sí. Abandoné la lectura de muchos libros, y cuando digo muchos son muchos. Sobre todo aquellos que leí inducido por alguna reseña ditirámbica de algún crítico patrio o no patrio. Hecho que me llevó a la triste conclusión de que o yo no sabía lo que era buena literatura o que lo más patético de los críticos, como ya señaló Ramón Gaya, no es tanto que se equivoquen y no entiendan, sino que entienden de una cosa que no comprenden.



¿Con qué escritor o artista le gustaría tomarse un café mañana?

Con Ramón Gaya o con José Antonio Muñoz Rojas.



¿Recuerda el primer libro que leyó en su vida?

Sí, Platero y yo.



Cuéntenos la experiencia cultural que le cambió su manera de verla vida.

Mi amistad con Ramón Gaya. Siempre dije que hubo un Manuel Borrás antes y otro después de conocerle.



¿Entiende, le emociona, el arte contemporáneo?

Sí lo entiendo y a veces, pocas veces, me emociona.



¿Cuál ha sido la última exposición que ha visitado? Ejerza por favor de crítico, en dos o tres líneas.

La de Georges de La Tour en el Museo del Prado. Para mí no un gran creador, pero sí un pintor con dos o tres obras que bien merecen la pena.



¿De qué artista le gustaría tener una obra en su casa?

De August Macke, al no poder aspirar a tener un Tiziano.



Para ser buen editor hace falta, sobre todo...

Paciencia.



¿Le gusta el panorama actual de la edición en España?

Sí.



¿Qué es lo que no le gusta? ¿Tiene arreglo eso que no le gusta?

No me gusta nada el intrusismo profesional: ¿Por qué hay tanta gente que odia a los libros y trabaja con ellos? Claro que tiene arreglo, y ese arreglo llegará cuando los lectores reaccionen contra ese intrusismo.



¿Qué consejo le daría a un joven que quisiese convertirse hoy en editor?

Que sea paciente y que no se deje embaucar por las modas ni los medios, aunque éstos sean de ámbito internacional. La sacralización actual de la mediocridad no tiene fronteras. Sólo hay que observar la derrota que están adquiriendo muchos sellos señeros para apercibirnos de lo que está pasando y de lo que estoy diciendo.



¿Qué libro le ha proporcionado más satisfacciones?

Todos los que he editado.



¿Qué tipo de libro no editaría usted nunca?

No sé contestar a esta pregunta.



¿Se le ocurre alguna idea para fomentar la lectura entre los jóvenes?

Prohibir obligar a leer y prohibir quizás, acépteseme la boutade, algunos libros para seducirlos con esa prohibición. A los jóvenes hay que saber enseñarles el lado secreto que hay en todo libro de verdad.



¿Le importa la crítica? ¿Le sirve para algo?

Claro que sí. La crítica es por desgracia algo cada vez más escaso. Un crítico debería ser aquél que fijase con honradez jerarquías, cómo no nos iban a ser de utilidad a quienes nos creemos esto de la cultura.



¿Cuántas veces va al teatro al año?

Por desgracia, pocas.



¿Qué música está escuchando?

En estos días he estado escuchando obras para piano de Mozart, de Schubert y de Scriabin.



¿Es usted de las que recela del cine español?

No.



¿Cuál es la película que más veces ha visto?

Milagro en Milán.



¿Qué libro deben leer urgentemente los candidatos a la Presidencia del Gobierno?

La obsolescencia del hombre, de Günther Anders.



¿Le gusta España? Denos sus razones.

Claro. No hay nada que me guste más que la unidad con clara conciencia de la diferencia de las partes.



Regálenos una idea para mejorar la situación cultural.

Eliminar la prisa y ser honrados.