Bernardí Roig

El artista expone Cuidado con la cabeza, una selección de piezas en la sala Alcalá 31 de Madrid hasta el próximo el 24 de julio

Lleva 20 años "tratando de apresar el instante en una forma". Uno de los últimos intentos de Bernardí Roig (Palma de Mallorca, 1965) de materializar semejante hazaña es El naufragio del rostro, un trabajo reunido en un libro que documenta a través de una fotografía diaria la evolución del rostro humano a lo largo de un año con el objetivo de "captar la sutilidad con que la muerte trabaja todos los días", señala. Se afeitó la cabeza y se convirtió así en "una escultura que no era más que una sombra en relieve que crecía dentro de mi cabeza e iba documentando". Un ensayo visual sobre "el pequeño sepulcro que espera pacientemente el rostro que se pudre". Aparte de este último trabajo, Roig expone Cuidado con la cabeza en la sala Alcalá 31, una selección de 21 obras hecha de fragmentos de otras exposiciones que van a convivir en un mismo lugar. Dejando a un lado las piezas más conocidas y las esculturas blancas a escala real la muestra se concentra en dibujos, vídeos, fotografías y esculturas de pequeño y medio formato. "Es una exposición de pedestales, peanas, jaulas y vitrinas", apunta el artista que dice no estar interesado en el arte actual ya que le interesa el arte incestuoso, el que se nutre de arte. "Para mí la actualidad es el vacío entre acontecimientos", opina.



Pregunta.- Cada vez que se hace un autorretrato, ¿ve a un nuevo Bernardí Roig?

Respuesta.- Realmente veo al mismo pero en peores condiciones. Yo creo que todas las imágenes que hacemos son un autorretrato, no hay escapatoria; si queremos hablar de algo solo podemos hacerlo desde nosotros mismos. Incluso el Cuadrado Negro de Malevich, la no-imagen por excelencia, es un autorretrato.



P.- De hecho, el hilo conductor de la muestra parece ser la metamorfosis, tal y como se documenta en el libro que acaba de editar. En cuanto a su trabajo, ¿cómo ha cambiado durante estos años?

R.- Creo que mi trabajo esencialmente no ha cambiado, solo lo hace su formalización. No lo veo en un sentido evolutivo porque continuamente, después de cada hallazgo, vuelvo al embrión: el dibujo. El dibujo es el origen de todo porque incauta el instante. Los otros soportes dependen de la maceración de ese instante primero. A veces ese momento se formaliza como una presencia en el espacio y es una escultura, otras, se pone en movimiento entonces es una película, y así sucesivamente. Los materiales van y vienen en función de la necesidad poética de las ideas.



P.- ¿De qué manera va a intervenir la fachada de la sala?

R.- Con un letrero luminoso rojo a gran escala con una frase que no tiene ningún sentido figurado por el lugar en la que se emplaza: Cuidado con la cabeza. Estará situada en la columnata frontal del último piso. La idea era ocupar el espacio público de la calle Alcalá con un mensaje sin sentido pero que a la vez se refiriese al contenido de las salas. No anuncia nada ni pretende vender nada, como el resto de luminosos de esa calle. Es solo una advertencia, un aviso. O una indicación. La cabeza es el lugar más alejado del cuerpo, uno cree que está situado exactamente debajo de su cabeza pero ahí no hay nadie. De repente nuestra propia cabeza ya no está, ni siquiera, a nuestro alcance. Todo lo que le ocurre a uno le ocurre en la cabeza. Quizás ese cartel podría ser la gran metáfora del arte en estos tiempos de desarreglo.



P.- También va a exponer una obra en el metro de Banco de España. Cuéntenos de qué trata esta propuesta.

R.- Habrá una figura en el pozo de respiración forzada del metro que hay en la confluencia de las calles Alcalá y Gran Vía. Cuando empezamos a preparar el proyecto de esta exposición tenía muy claro que las salas no serían suficientes, había que intentar salir a la calle y provocar la mirada en dos direcciones. Obligar a mirar hacia arriba, al luminoso en lo alto de la fachada y hacia abajo, a la figura en el pozo del metro, solo entrevista a través de la rejilla. De alguna manera, esta figura que ocupa el espacio público no es una presencia. Es un monumento al revés que conmemora nuestras inseguridades y nos obliga a mirar hacia abajo de forma especular. Ver y reconocer(nos) en las entrañas de lo reprimido. Nos obliga a hundir nuestra mirada en las putrefactas aguas de nuestra conciencia. La figura tiene escala humana, las manos atadas a la espalda e intenta, con la lengua, lamer la noche, la oscuridad de la noche. Al estar enterrada en la oscuridad del pozo de ventilación ocupa el espacio público en el destello de su ausencia.



Vista de la exposición

P.- Tras todos estos años gestando una identidad propia, ¿qué permanece y qué se ha diluido en su trabajo?

R.- Sigo pensando que el espacio es la materia prima de mi obra. Es el lugar que, al ser ocupado por mis trabajos, entra en colisión con ellos y se satura de tensiones. De esa fricción nacen nuevas ficciones. Por otro lado ha ido perdiendo importancia el miedo al color. De hecho en esta muestra hay algo de color. Rojo, por supuesto. Y también ha mermado mi fascinación por el Barroco y sus dispositivos escenográficos. Aunque no sé si esta muestra sería un buen ejemplo de ello. Aun así creo que es de las más sobrias de las últimas que hecho.



P.- ¿Cuáles son los tres pilares que se mantienen desde que empezó en el mundo del arte?

R.- Sigo en el campo de la representación figural, por decirlo de alguna manera. Uno de esos pilares sería mi atracción por la imagen como encarnación de la idea y la palpabilidad de la carne, otro, como dije antes, el dibujo como sismógrafo, por su inmediatez para cazar ideas que se dan a la fuga y, por último, el convencimiento de que no somos más que una amalgama húmeda y viscosa de soledad, incomunicación y muerte.



P.- Siempre le ha interesado el mito de Acteón y también la preocupación por poder expresar lo que vemos. ¿Qué relación tiene todo ello con su arte, cómo lo materializa?

R.- Creo que somos los descendientes directos del primer voyeur -Acteón-, el que se atrevió a apartar el ramaje y ver a la diosa Diana desnuda mientras se estaba bañando. No somos, como se suele decir, los descendientes de la semilla dañada de un hombre equivocado - Adán-, sino del primero que quiso mirar lo que se ocultaba detrás de las ramas, del curioso. Ese que pagó con su vida el precio del acto heroico de la mirada. En esta muestra hay todo un ciclo de imágenes dedicadas a Diana, la diosa de la maternidad suspendida, la que odia la simiente. Fotografías, una instalación y una pequeña escultura de plata componen ese ciclo sobre la incomunicabilidad: Nunc, si poteris narrare, licet! (Y ahora si puedes, cuéntalo!) Le profiere la Diosa a Acteón, después de echarle agua a la cara y convertirlo en ciervo. Acteón ha visto lo que no podrá contar jamás y queda encerrado en el mutismo absoluto. El resto ya lo sabemos: será devorado por sus propios perros.



@scamarzana