Juan Francisco Ferré

El escritor publica El Rey del Juego (Anagrama), un viaje esperpéntico y dislocado por la España actual

España cae con deshonor en el mundial de fútbol, el Rey de España, uno de los artífices de la Transición, abdica, y el partido liderado por Pablo Iglesias irrumpe con fuerza en el escenario político. Juan Francisco Ferré (Málaga, 1962) vio entonces, en aquellas semanas frenéticas de 2014, "una España convulsa" que le apetecía retratar: "Es curioso, porque ocurrían todas estas cosas y en la calle nadie se movía". El Rey del Juego (Anagrama) es la historia del viaje de Axel Bocanegra. Un viaje al corazón deformado de España. La aventura arranca en el Bar de Bringas, en donde Bocanegra, escritor de novela juvenil, se cita con dos de sus admiradores. Ferré comienza ahí su gran novela española, entre el comic, el cine y el videojuego, entre Lewis Carroll y don Miguel de Cervantes, entre Robert Coover y Benito Pérez Galdós.



Pregunta.- ¿Le ocurre a menudo que avanza en sus novelas sin tener un plan demasiado claro?

Respuesta.- Sí. No me gustan nada las novelas en las que no hay descubrimientos.



P.- Creo que en el origen de El Rey del Juego tiene algo que ver Ocho apellidos vascos...

R.- En la maduración, más concretamente. Tuve la oportunidad de asistir al preestreno de esta película en Málaga y me llamó mucho la atención ver a gente muy joven, muy moderna, muy bien vestida y peinada, la España en su mejor versión, vamos, al servicio de una película que representa lo peor de la cultura española. O lo menos interesante, al menos. En España hay cosas que han evolucionado, sobre todo las superficiales, las que tienen que ver con la cosmética, y al mismo tiempo la cultura ha regresado a niveles muy pobres. Es curiosa esa sincronía entre el mal gusto cultural y el buen gusto aparente en nuestra manera de mostrarnos al mundo.



P.- ¿Por qué hablar de esta España a través de la parodia y la deformación?

R.- Valle-Inclán pensaba que España era una deformación de Europa, pero es que yo creo que el mundo entero, y en particular el mundo occidental, es hoy una deformación de lo que era hace no demasiado tiempo. A Europa, por cierto, le vendría bien una mirada esperpéntica, como ocurre en EEUU, donde hay grandísimos escritores de sátira.



P.- ¿Y a España, hoy?

R.- Bueno, en España nos ha parecido hasta hace poco que el realismo, o la fantasía, o el género, o incluso la militancia eran más interesantes que la mirada sarcástica y al mismo tiempo comprometida. Hoy el panorama no es mucho mejor: están los muy militantes que creen que la literatura tiene que estar al servicio de determinadas causas prestablecidas, los que se toman muy en serio a sí mismos y cumplen su función de sacerdotes, y luego, intentando sobrevivir, estamos aquellos que miramos el mundo con más desenfado y más desparpajo.



P.- ¿Hasta qué punto su voluntad de retratar un país que no funciona esconde un interés por retratar males más universales?

R.- Yo ya hice mi novela americana, Providence, y en Karnaval abordé una cuestión más global a partir del escándalo de Strauss-Khan y la crisis financiera. Aquí en realidad me apetecía ver España por vía satélite. No por el realismo garbancero, sino mirando la realidad española desde el ángulo de la globalización. Y lo que sale es un país muy raro en el que pasan cosas muy extrañas.



P.- ¿Por qué hablar de España ha sido para los escritores, hasta hace poco tiempo, una especie de tabú, algo casposo o paleto?

R.- Hubo una época en que hablar de España se volvió cansino. Durante dos décadas, sobre todo en los noventa y la primera década del siglo XXI, España interesó poco. Se hacían, sí, novelas sobre la guerra civil, sobre el pasado franquista, pero no se hablaba de qué es este país ni de por qué este país no acaba de funcionar bien. Entonces llegó la crisis y nos enfrentó a nuestra propia imagen. Nos devolvió de algún modo a la realidad. Y hemos empezado a comprender la verdad, que nuestro papel en la historia vuelve a ser pequeñito.



P.- ¿Cuáles son sus sentimientos con respecto a España? ¿Qué entiende Ferré por patriotismo?

R.- Yo tengo un serio problema porque soy de doble nacionalidad, francés y español y mi familia está mezclada. He tenido siempre una mirada sobre España muy francesa igual que tengo sobre Francia una mirada muy española. Yo nunca he suscrito la visión española de la Guerra de la Independencia, por ejemplo. En el siglo XX es igual. Miro a España como un país anómalo, un país que nunca ha sabido estar a la altura de lo que una parte de él quería. Y un país siempre preocupado por definirse a partir de paradigmas como la religión o el estado. A mí el Estado español sí que me parece la gran creación española, un estado mucho más antiguo que otras naciones quizás más poderosas. Y me interesaba explorar eso en la novela, a través de personas que están vinculadas al estado, que trabajan para el estado y para que el estado tenga un control sobre la realidad, que me parece un tema universal.



P.- Al hablar de sus libros, siempre se suelen citar referentes extranjeros, como Pynchon, Houellebecq, Brautigan, Robert Coover... pero ¿con qué referentes se encuentra más cómodo?

R.- Soy hijo de todo eso, pero también de mis lecturas españolas, sin las cuales no podría haber escrito este libro como lo he hecho. Sin Unamuno, sin Baroja. Y sobre todo sin Cervantes, que es mi novelista favorito. Todos los que has citado son hijos de Cervantes. Cervantes es el gran referente y el único que, cada vez que lo leo, me reinventa esto de la ficción. A mí lo que interesa es devolverle precisamente a la ficción ese poder que Cervantes creía que tenía de trastornar la realidad para poder verla con mucha más nitidez. Hay que reivindicar a Cervantes, aunque se haya vuelto ya tópico, porque es nuestro único legado universal quizá con Velázquez.



@albertogordom