Image: Federico Veiroj

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El Cultural

Federico Veiroj

"Me debo artísticamente a Luis Buñuel"

2 octubre, 2015 02:00

Federico Veiroj. Foto: Difusión

El director uruguayo estrena El apóstata, una película "sobre cómo lidiamos con las herencias que recibimos y con determinadas transmisiones culturales".

Federico Veiroj (Montevideo, 1976) asomó la cabeza con Acné, interesante ópera prima a la que siguió la celebradaLa vida últil. El apóstata es ya el tercer largometraje de este director uruguayo, que parte de la anécdota para volcar en la pantalla un mundo tan personal como estimulante. Rodada en Madrid, la historia pivota alrededor de la figura de un amigo suyo, Álvaro Ogalla, a quien conocío durante los seis años que vivió en la capital, y narra las andanzas de un joven de alrededor de 28 años que se desespera por ser borrado de los registros de la Iglesia y declarar nulo su bautismo. Inmerso en una crisis vital de mayor dimensión, el protagonista, Gonzalo (interpretado por el propio Ogalla) lidia con una carrera universitaria que se eterniza, una madre quisquillosa, una prima de la que está enamorado y un niño al que da clases particulares mientras se enfrenta con titánica energía a la jerarquía de la Iglesia. El apóstata es una película pequeña en presupuesto y en su propio desarrollo con la capacidad de crear un personaje principal atractivo y con la virtud de ser mejor de lo que su propia modestia parece indicar.

Pregunta.- El motor del filme es la historia real de un amigo suyo que trató de apostatar sin éxito en la Iglesia Católica, pero El apóstata habla de muchas otras cosas. ¿Qué es lo que realmente le interesaba transmitir?
Respuesta.- Lo que me interesaba de la historia es trabajar con un personaje que lo que desea es algo utópico, algo que solo es posible en la fantasía, y su pulsión de deseo. Por eso la pelíciula tiene cierto tratamiento de fábula. Está basada en episodios de la vida de un amigo madrileño, Álvaro Ogalla, que al tiempo que hacía los trámites para apostatar de su condición católica, algunos aspectos de su vida personal iban apareciendo para afirmar y al mismo tiempo contradecir lo que él pretendía hacer. Tocar, modificar el pasado no se puede, pero simbólicamente hay cosas que este personaje puede hacer para estar más cómodo. Mi motivación tenía que ver por tanto con la idea de construir una historia cuyo objetivo principal es utópico y si se quiere innecesario. Fue un desafío cinematográfico.

P.- Es su primera película filmada integramente en Madrid. ¿Por qué considero que la historia debía transcurrir en España?
R.- Lo cierto es que en cada lugar la historia puede adquirir un significado distinto, pero el conflicto de fondo es el mismo en todos lados: cambiar algo para poder seguir adelante. Yo viví seis años en Madrid, de 2000 a 2006, y luego he ido y he vuelto. Tengo una vinculación muy cercana con España porque además tengo antepasados españoles. Estoy muy vinculado a la Filmoteca, donde trabajé cuatro años y donde de hecho conocí a Álvaro. La ambigüedad del propósito de apostatar de mi amigo Álvaro, un español nacido en los años setenta, me convenció de que debía haer la película allí. Para hablar de algunos conflicos como la crisis de madurez de Tamayo, o su relación con las instituciones tradicionales, creo que era necesario situar la historia en un país tan convulsionado como lo fue y sigue siendo España. Hay una gran mezcla de culpla, placer y del peso de las tradiciones, elementos que debían habitar la narración.

P.- ¿Considera que el periplo de Tamayo para salirse de la Iglesia Católica es extrapolable a otros ámbitos?
R.-Desde luego. Estoy seguro de que mucha gente de varias generaciones se podrán identificar con Gonzalo Tamayo. No hay tanta diferencia en las dificultades de apostatar que en las de darte de baja de facebook o de una compañía telefónica. La lucha personal de Gonzalo se convierte en una cuestión de principios y de amor propio. Al final, el filme lidia con las herencias que recibimos, con cómo sortear determinadas transmisiones culturales.

P.- El tono de la película es muy particular, entre la fábula y lo novelesco pero sin caer en la caricatura, y todo ello rodado de un modo muy inmediato... ¿Qué tono buscaba?
R.- Es cierto que es un filme muy novelesco. Benito Pérez Galdós ha sido un aliado en todo el proceso, así como otra mucha gente. Como director encontrar ese tono fue un desafío. La película habla de un conflicto intelectual, metafísico, y para eso hay que tener mucho respeto al personaje, porque si lo hago muy tontuelo o caricaturesco nadie se lo va a creer. Y si lo hago extremadamente dramático va a parecer un asesino en serie. La búsqueda del punto medio fue crucial en mi caso. Es un tipo que intenta apostatar en la Iglesia Católica de una forma totalmente natural, y el respeto hacia el personaje era fundamental. Es un personaje de una ficción total y su enojo y su pulsión de deseo es lo que a mí me más me nutre. Ese tono que dice, ese lugar que es serio y cómico, era un punto muy delicado, y para eso me apoyé en el propio Álvaro porque sabía que él tenía esos condimentos en su mirada y sus expresiones.

P.- ¿No es un riesgo esculpir la película alrededor de un actor no profesional, y buscando además un tono tan específico?
R.- Sí lo es, pero cuando estás conectado con la idea vas para delante. Y así fue. En algún momento pensé que debería hacerlo un actor profesional, pero solo fue un momento de duda y pronto me convencí de que debía hacerlo Álvaro, porque esta historia es su historia, él la ha vivido. Confiamos mucho el uno en el otro. Él tenía muchos miedos, así que hicimos un trabajo de coaching, hablamos y trabajamos mucho, y desdoblamos nuestra relación de amistad para convertirnos en actor y director. Era muy exigente con él y algunas cosas le parecían antinaturales pero tenía que confiar en mí. Es una persona muy sensible y cuando no sentía algo se notaba en la pantalla, así que la necesidad de que tuviera la vivencia de las escenas se convirtió en algo imprescindible. Fue un trabajo de muchos detalles y pude hacer un trabajo con él igual que si fuera un actor profesional, exigiéndole lo mismo. Y él estuvo a la altura.

P.- Es como si la personalidad del protagonista acabara haciéndose dueña del propio carisma de la película...
R.- Puede ser perfectamente. Es una película construida en base a ese personaje. Su mirada es muy expresiva, sus ojos son una pulsión de deseo que es fascinante. Agradezco cuando veo películas en las que un actor se desnuda y muestra tanto de sí, como en este caso hace Álvaro. Comunica una ternuna asesina por momentos, y me parecía hermoso. Es como un niño y un adulto al mismo tiempo, y supongo que la película también. En todo caso, en la narración buscaba una gran cantidad de capas. La música juega un papel muy importante ahí, es muy variada... Suena Lorca al piano, Prokofiev o música del No­Do, y todo eso ayuda a que conviva el abanico de extremos de la personalidad del protagonista.

P.- Es una película que mira constantemente hacia atrás -no solo en los recuerdos de Gonzalo, sino en los propios códigos del cine que maneja- pero que no tiene ánimo de nostalgia.
R.- Yo estaba seguro de que esta película tenía que ser luminosa, debía mirar al futuro. Todo lo que hace se justifica porque es un tipo que está tratando de crecer, de ir a algún lado, de transformar algo. Es un cuerpo yendo hacia delante por más que eche la vista para atrás. Aunque sea ligera y amable, no deja de tratar temas con profundidad. Creo que en este sentido es un filme muy contemporáneo, porque lidia con algo muy universal: ¿podemos desvincularnos de las herencias incómodas? Es algo que trasciende fronteras, no solo porque existen infinidad de conflictos de dogmas por el mundo sino porque la lucha quijotesca de Gonzalo es totalmente genuina.

P.- El filme establece un eco muy claro con Buñuel y sobre todo con La prima Angélica, de Carlos Saura...
R.- La prima Angélica es para mí no solo una obra maestra que me ha ayudado a ser quien soy como persona, sino que me parece de un extremo disfrute, con una de las actuaciones más hermosas de José Luis López Vázquez, y es la primera película que cito cuando me preguntan por las referencias. Pero no solo por el peresonaje del protagonista y su relación con la prima, sino por la relación entre presente, pasado y fantasía del filme, que forman un triángulo excepcional. Es una película increíble, al igual que Ópera prima de Trueba, que también la tenía en mente, o La audiencia de Marco Ferreri... Y Buñuel, no tengo más que admitir que si no hubiese existido, yo no haría películas. Soy una de esas personas que se debe artísticamente a Buñuel.

P.- ¿Qué vínculos establecería entre El apóstata y sus anteriores películas, Acné y La vida últil?
R.- Me aventuro a decir que las tres películas son personajes mascuilinos en busca de determinada supervivencia. Tiene los tres la pulsión de deseo a flor de piel, que es algo muy atractivo para mí, tanto en términos personales como cinematográficos.

@carlosreviriego