Mercedes Monmany

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El Cultural

Mercedes Monmany: "Europa es un conjunto de identidades que funciona como una matrioska"

La ensayista crítica literaria publica 'Por las fronteras de Europa. Un viaje por la narrativa europea de los siglos XX y XXI' (Galaxia Gutenberg)

11 mayo, 2015 02:00

Casi 1.500 páginas para un viaje por la narrativa contemporánea europea. "Es el resultado de décadas de lecturas", dice Mercedes Monmany, y a continuación detalla su pedigrí continental: "La mitad de mi familia es francesa, y allí pasaba muchos veranos desde que era niña; además, vivía en Barcelona, todo lo cual hace que me sienta muy española, pero también muy, muy europea. Y esto lo he llevado a la literatura: de niña, a los catorce años, yo leía a escritores como Stendhal o Zweig, que estaban en la biblioteca de mi padre...".

Los países nórdicos, Rusia, Irlanda, Gran Bretaña, Holanda y los flamencos, Alemania, Centroeuropa y el mosaico de los Balcanes, Israel (por tradición), Francia, Italia, Portugal y, por último, los turcos. Decenas de escritores de los siglos XX y XXI, a excepción de alguno, como Chéjov, que se cuela en un siglo que no es el suyo gracias a su larga sombra. Su intención, dice Monmany, no es ni mucho menos establecer un canon: "Esto es sobre todo un paseo libresco, el viaje de una española por las fronteras de Europa".

Pregunta.- Claudio Magris habla de esas identidades solapadas como una particularidad europea. Pero ¿cree que ha conseguido Europa, hoy, tener unas fronteras culturales verdaderamente abiertas?
Respuesta.- Europa es un conjunto de identidades que funcionan como las matrioskas rusas. Aunque suene utópico, el espíritu europeo tendría que promoverse directamente desde la infancia, desde los colegios. Es algo que Magris conoce muy bien: él nació en Trieste, al mismo tiempo se siente profundamente italiano y posee una supraidentidad europea. Creo no se puede construir Europa a partir de las noticias del telediario, del FMI o del BCE sin hablar de una cultura común. Hablar únicamente de economía es como hablar de lo que nos separa, de lo que nos enfrenta a todos.

P.- ¿Cómo aspira a que se lea un libro como este? ¿Como guía de consulta, como una historia de la literatura contemporánea...? ¿Era su intención establecer un canon?
R.- Me gustaría que fuese como un libro de viajes. Que si alguien va a Serbia, lea el capítulo de Danilo Kis, o que si va a Francia lea el de Perec o Modiano, etcétera.

P.- Ha mencionado a Zweig, quien, con los de su generación, ya hablaba de esa cultura común europea con capital en Viena. ¿Se puede hablar hoy de un centro semejante a nivel cultural?
R.- Zweig hablaba de Viena como metáfora de toda Europa. Los de su generación fueron los últimos europeístas y ya ve cómo acabaron. Eran lo mejor de la cultura europea. Y mueren con esta idea: Zwieg, Joseph Roth... Hay un libro, Ostende, 1936, de Volker Weidermann, que habla del que quizá fue el último verano en que se reunieron todos esos intelectuales en paz, intelectuales, además, de las más distintas tendencias: burgueses liberales, comunistas... aquello fue posible porque existía esa cultura, esa utopía del arte y de las ideas. Hasta que llegó el desastre.

P.- Si tuviera que enfrentar la tradición novelística europea del siglo XX a la americana, ¿qué diferencias destacaría? Hay quienes piensan que el presente de la novela les pertenece a ellos, ¿está de acuerdo?
R.- Yo en el libro he incluido Israel, y podía haber incluido también EE. UU y Canadá, pero hubiese vuelto loco a mi editor... realmente, la procedencia es la misma. Europa es como un árbol con distintas ramas que va soltando frutos. Autores como Bellow, que sigue hablando de los judíos galitzianos, o Philip Roth, que lo hace con esa ironía tan característica, provienen del mismo lugar. Las experiencias occidentales en un sitio u otro son muy parecidas. Cambia el paisaje, está el Nueva York de Nicole Krauss o de Paul Auster, pero se nutren de lo mismo.

P.- Ojeando el índice, se da uno cuenta de la gran descompensación entre lugares. Está el ejemplo de Irlanda, que con tres millones y medio de habitantes y cuatro Premios Nobel... ¿qué ocurre en estos países?
R.- Hay ciertos lugares magnéticos, eso es verdad. Dublín es como un hervidero de escritores que no dejan de salir nunca: Beckett, Joyce, O'Brien, Keats... Como Sicilia, que es tan solo una isla dentro de Italia, y tiene a Quasimodo, a Pirandello... O como Ucrania, que además ha diseminado por el mundo una emigración fantástica. Y luego hay épocas igualmente magnéticas; fíjese en la Italia de Pasolini, Calvino, Bertolucci, Antonioni...

P.- La tradición española sin embargo parece poco impregnada por la europea. ¿Somos una rareza dentro de Europa?
R.- Claro, es que no participamos en ninguna de las dos guerras y no tuvimos problemas con los judíos. España es especial. Somos una pequeña isla histórica dentro de Europa. Cuando pasaba los veranos en Francia me llamaba mucho la atención el trauma que tenían con la guerra, sobre todo con la primera. La segunda ya se daba por supuesto que era una continuación. Todas estas experiencias, las deportaciones de judíos, que hasta Italia las sufrió, aunque no se instalaran campos, conforman también una literatura.

P.- ¿Por eso no ha incluido la literatura española en su libro?
R.- En parte, sí. Pero también porque me gustaba esa idea de una española viajando por las fronteras de Europa. Yo siempre he leído al mismo nivel, y con la misma intensidad, a autores en lengua española y en otras lenguas. Pero eso sería otro libro, que de hecho ya estoy preparando.