Nuria Barrios. Foto: Asis G. Ayerbe

La escritora publica Ocho centímetros, un libro con once cuentos que tratan sobre el dolor

Cree Nuria Barrios (Madrid, 1962) que todo "escritor es un poco actor" y que por eso la empatía es fundamental a la hora de dar vida a un personaje. La escritora, que se mueve por los universos de la novela, la poesía y los cuentos, publica Ocho centímetros (Páginas de espuma), un libro de 11 relatos cortos hilvanados bajo la temática del sufrimiento. "El libro nace del deseo de escribir sobre el dolor" porque este es inherente a la vida del ser humano. Pero pese a que en cada historia pone a sus personajes al límite la esperanza planea por la vida de todos ellos.



Pregunta.- Cada uno de los cuentos nos ponen en el abismo de la huida, de la enfermedad, de la muerte..., pero es un llamamiento a la esperanza y a pensar que no todo está perdido.

Respuesta.- Yo lo que quería es que los cuentos transcurrieran en esa zona. Todos tienen esa atmósfera, ese prisma, la zona de penumbra en la que todo todavía no está perdido, aún uno alberga la ilusión de la felicidad, de que el dolor se transforme en felicidad.



P.- Se habla de drogas, de enfermedad, del cáncer... son temas sensibles de abordar. ¿Cómo se enfrenta a ellos?

R.- Lo que hago es poner el foco sobre el dolor como parte de la vida, sobre muchas situaciones que parecen invisibles pero que están sucediendo a nuestro lado. A veces están tan a nuestro lado que nos suceden en nuestra propia vida pero tendemos a invisibilizar. Quería mirarlas y narrarlas.



P.- ¿Cuánto hay de investigación?

R.- Siempre hay investigación porque se trata de que la ficción sea verídica, de que suene real aunque no lo sea. Que quien lo lea la note viva y en el momento en el que no escribo mi biografía siempre hay investigación.



P.- ¿Son historias que ha vivido de cerca o se trata de ficción?

R.- No es mi vida pero un autor escribe siempre desde sí mismo. También desde tu propia empatía, que es esa capacidad de colocarte en la piel de otra persona en otras circunstancias.



P.- Resulta interesante leer cuentos escritos desde diferentes prismas. Se pone en la piel de mujeres, hombres y adolescentes y siempre resulta creíble. ¿Es esto posible si no miramos un poco a nuestro alrededor?

R.- Creo que siempre es a partir de la empatía. Intento ponerme en la piel de mis personajes. He sido niña, he convivido con niñas y he tenido niñas alrededor en la vida adulta. Con todos los personajes es lo mismo. Un autor, de alguna manera, es un actor y te metes en la piel de la gente sobre la que escribes para que sean reales y para que importen. Para que no sean de cartón y transmitan esa vida pero tienen que estar vivos para ti también.



P.- El tema de las drogas se trata de una manera muy clara y la figura de la sobrina heroinómana llega al lector como una torta. ¿Hay aún estigma a la hora de hablar de estos temas?

R.- Yo espero que no. Espero que a estas alturas no exista estigma para tocar ningún tema. En el caso de las drogas es una realidad que salta a los ojos. Vivo en Madrid y no tengo más que salir a la calle por el centro y meterme en el metro para ver yonquis sin necesidad de buscar demasiado entre la gente.



P.- No hay más que ir a la Glorieta de Embajadores

R.- Efectivamente. La Glorieta de Embajadores es una cosa pasmosa. La gente que vive en el barrio al final no los ven porque convivir con situaciones así hace tener unas tragaderas enormes y la propia vida tiene mecanismos de defensa que hace invisible lo que uno no desea ver.



P.- ¿Puede ser que nos acostumbramos a ello?

R.- Te acostumbras y lo banalizas. Lo retiras porque estás constantemente enfrentándote al deterioro progresivo de la gente con la que te cruzas todos los días. Pero llega un día en el que ya no te cruzas más y te puedes imaginar el final que han tenido, es muy duro. No hace falta preparar los mecanismos de defensa porque la propia vida los saca espontáneamente.



P.- Y, finalmente, la muerte. La muerte del joven gitano, de la tía Celia... todos hemos vivido alguna situación similar por lo que empatizar con esas historias es un acto reflejo.

R.- Para mí la escritura es estructurar la vida, dotarla de sentido, dar a los sucesos como la muerte de seres queridos el sitio que les corresponde. Precisamente por ese mecanismo espontáneo de defensa a veces se deja que se diluya en una especie de olvido balsámico y para mí la escritura sirve para lo contrario, para darles el peso y la importancia que tienen dentro de nosotros. La muerte forma parte de nuestra existencia, la gente muere constantemente, tanto cercanos como ajenos.



P.- Julian Barnes, en Niveles de vida, por ejemplo, aborda el tema de una manera desgarradora desde de su propia vivencia.

R.- Es maravilloso. El capítulo que tiene dedicado a cuando su mujer muere y todos intentan convertir esa experiencia en pasado, a pasar página. Se ve cómo él se rebela a hacer eso porque para él tiene una hondura que se siente ofendido de que el resto intente echar tierra sobre esa profundidad. Se intenta convertir en algo banal, en un suceso más algo que marca su vida con un antes y un después. Le convierte en otro, como todos los sucesos importantes, que nos convierten en otro.



P.- ¿Cómo se ha tratado la muerte en la literatura? ¿Sigue siendo un tema complicado de abordar?

R.- Creo que últimamente hay una corriente de literatura biográfica muy centrada en la muerte del padre o de la madre. No solo en la literatura extranjera sino también en la española, como el libro Tiempo de vida de Marcos Giralt Torrente o el último Premio de Biblioteca Breve La isla del padre, de Fernando Marías. Creo que la muerte es un acontecimiento mayúsculo y que la muerte de gente muy cercana siempre ha tenido un hueco importante en el arte, no solo en la literatura.



P.- El cuento final, El limbo, es ideal para cerrar el libro. ¿Tuvo siempre claro que sería el broche?

R.- Me alegro porque aunque haya una atmósfera común, un hilo que los unifica, a veces no es evidente saber cuál es el orden idóneo para cerrar.



P.- La frase final, "cuando lloras te quedas muy bien", es una verdad compartida por muchos. No hay por qué pensar que es algo malo llorar, ¿no?

R.- Llorar te produce un agotamiento y a continuación viene el sueño, es buenísimo.



P.- ¿Cuál es el estado de salud del cuento actualmente?

R.- Afortunadamente existen editoriales como Páginas de espuma que abren una puerta para el género y para todos los cuentistas. A mí me llama mucho la atención y creo que se lo he comentado alguna vez a Juan Casamayor (cumplen ahora 15 años) que hace tanto tiempo apostó por algo que parecía desatinado. Crearon una editorial centrada en el cuento y en el ensayo y curiosamente el ir a la contra del movimiento editorial general hace la base de su éxito. El cuento existe y hay muy buenos cuentistas en este país. Todos han terminado en los brazos de Páginas de espuma. Yo soy lectora de cuentos y creo que es un género que da muchas alegrías, es muy rico, muy intenso, interesante a nivel literario y el hecho de que existan editoriales que se dedican a ello le da vida y permite su supervivencia.



P.- Y, ¿la base de todo buen cuento?

R.- Creo que la intensidad. Un buen relato, precisamente porque es breve, encuentra su baza, que no es la baza de la novela porque tiene una extensión mayor y no puede mantener la intensidad, tiene que jugar con picos y valles, manteniendo el interés pero siempre con zonas muy altas y zonas más planas. Sin embargo, el relato es distinto y juega con la intensidad, con el fogonazo y con lo que se tiene que quedar en la memoria del lector. Cuando el lector termina el cuento, el cuento tiene quedar en él.