Cabe imaginar la sorpresa, incluso la ira, que los encendidos versos de Teresa de Ávila, desbordados de pasión mística y trascendente amor, provocaron en los inquisidores de su tiempo. Santa Teresa evitaba en sus poemas el artificio para escribir con sencillez, “con simplicidad y religión: que lleve más estilo de ermitaños y gente retirada”, afirmaba.

Vivo sin vivir en mí

Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero. Vivo ya fuera de mí después que muero de amor, porque vivo en el Señor que me quiso para Sí. Cuando el corazón le di puso en él este letrero: que muero porque no muero. Esta divina prisión del amor con que yo vivo ha hecho a Dios mi cautivo y libre mi corazón; y causa en mí tal pasión ver a Dios mi prisionero, que muero porque no muero. ¡Ay, qué larga es esta vida, qué duros estos destierros, esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida! Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero. ¡Ay, qué vida tan amarga do no se goza el Señor! Porque si es dulce el amor, no lo es la esperanza larga: quíteme Dios esta carga más pesada que el acero, que muero porque no muero. Sólo con la confianza vivo de que he de morir, porque muriendo el vivir me asegura mi esperanza. Muerte do el vivir se alcanza, no te tardes, que te espero, que muero porque no muero. Mira que el amor es fuerte; vida, no me seas molesta, mira que sólo me resta, para ganarte, perderte. Venga ya la dulce muerte, venga el morir muy ligero que muero porque no muero. Aquella vida de arriba, que es la vida verdadera, hasta que esta vida muera no se goza estando viva: Muerte, no seas esquiva; viva muriendo primero, que muero porque no muero. Vida, ¿qué puedo yo darle a mi Dios que vive en mí, si no es perderte a ti, para mejor a Él gozarle? Quiero muriendo alcanzarle, pues a Él sólo es al que quiero, que muero porque no muero. Estando ausente de Ti, ¿qué vida puedo tener, sino muerte padecer la mayor que nunca vi? Lástima tengo de mí, por ser mi mal tan entero, que muero porque no muero.

¡Oh Hermosura que excedéis!

¡Oh hermosura que excedéis a todas las hermosuras! Sin herir dolor hacéis, y sin dolor deshacéis, el amor de las criaturas. Oh ñudo que así juntáis dos cosas tan desiguales, no sé por qué os desatáis, pues atado fuerza dais a tener por bien los males. Juntáis quien no tiene ser con el Ser que no se acaba; sin acabar acabáis, sin tener que amar amáis, engrandecéis nuestra nada.

Dichoso el corazón enamorado

Dichoso el corazón enamorado que en sólo Dios ha puesto el pensamiento; por Él renuncia todo lo criado, y en Él halla su gloria y su contento, aun de sí mismo vive descuidado, porque en su Dios está todo su intento, y así alegre pasa y muy gozoso las ondas deste mar tempestuoso.

Nata te turbe

Nada te turbe; nada te espante; todo se pasa; Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta: solo Dios basta.

Coloquio amoroso

Si el amor que me tenéis, Dios mío, es como el que os tengo, Decidme: ¿en qué me detengo? O Vos, ¿en qué os detenéis? -Alma, ¿qué quieres de mí? -Dios mío, no más que verte. -Y ¿qué temes más de ti? -Lo que más temo es perderte. Un alma en Dios escondida ¿qué tiene que desear, sino amar y más amar, y en amor toda escondida tornarte de nuevo a amar? Un amor que ocupe os pido, Dios mío, mi alma os tenga, para hacer un dulce nido adonde más la convenga.

Mi Amado para mí

Yo toda me entregué y di, y de tal suerte he trocado, que mi Amado para mí, y yo soy para mi Amado. Cuando el dulce Cazador me tiró y dejó herida, en los brazos del amor mi alma quedó rendida; y cobrando nueva vida de tal manera he trocado, que mi Amado para mí, y yo soy para mi Amado. Hirióme con una flecha enherbolada de amor, y mi alma quedó hecha una con su Criador. Ya yo no quiero otro amor, pues a mi Dios me he entregado, y mi Amado para mí, y yo soy para mi amado.