Se emplazan en los billares Pequeño de la calle Hospital a media mañana. Ladrones, derrotistas, quintacolumnistas. Dejan sus armas en el paragüero, empuñan sus tacos, traban negocios y conversan. La Barcelona sitiada por las tropas franquistas en los primeros compases de 1939 agoniza en medio del caos y del terror pero el indiferente Víctor, habitual de los billares y “espuma oscura” de la guerra, se siente fuerte y agradecido. Aún sigue vivo. Así arranca Barcelona cae (Pretextos, 2014) la última novela de Valentí Puig (Palma, 1949) publicada en catalán hace dos años y que por fin puede leerse en español. Una historia sin buenos y malos, tan realista como fantasmal donde la vida sigue jugando unas cartas marcadas por la incertidumbre y la desolación.

Pregunta.- ¿Cuando supo que quería escribir sobre los últimos días de la guerra civil en Barcelona?

Respuesta.- Pertenezco a una generación que aún oyó hablar de la guerra civil a sus mayores, en casa. Era algo fascinante y a la vez muy angustioso. Había dejado heridas de toda naturaleza. A la vez, pensaba escribir una novela que fuese la historia de un indiferente. ¿Qué mejor paisaje que los últimos días de la Barcelona republicana? La imagen que activó toda la novela era un protagonista en la tierra de nadie entre los dos frentes, diestro en sobrevivir, espectador de un hundimiento político y también moral, en ese momento de la derrota inminente, sin razón civil. Solo contaba la vida elemental.

P.- Han pasado dos años de su publicación en catalán. ¿A qué obedece este decalaje?

R.- A la crisis editorial de una parte y de otra a una cierta desconfianza generada por el nacionalismo catalán, inductor de un reduccionismo cultural y lingüístico, como si por escribir en catalán ya tuviese uno que ser secesionista. En realidad, de entre los escritores catalanes de peso en el pasado -en catalán y en castellano-, muy pocos fueron independentistas. Ahora mismo, el independentismo cobija una muy mala literatura. De modo digamos que grotesco, el canon oficial de la cultura catalana en estos momentos es exclusivamente nacionalista. Así fue como en el pasado se excluyó a un escritor como Josep Pla. Por sesgo nacionalista, en las escuelas se leía a un engendro literario llamado Manuel de Pedrolo y del que nadie se acuerda. La consecuencia es que no pocos estudiantes identificaron leer en catalán con el aburrimiento mortífero.

P.- En el dibujo del sitio a aquella Barcelona famélica elude situarse en la habitual dicotomía de buenos y malos. El horror y el cansancio gobiernan. ¿No quería que las ideologías le emborronasen la historia como ocurre con tantas novelas sobre la guerra?

R.- Las ideologías han pervertido el entendimiento de la Historia y, especialmente, de la guerra civil. Pienso que al final la perdimos todos. Mi novela transcurre en Barcelona y no en Burgos. Por lo tanto hablo de lo que ve y vive el protagonista, en Barcelona y no en Burgos. Él no sabe que va a pasar al día siguiente de la entrada de las tropas del general Yagüe por la Diagonal. Es una ficción y no un ensayo. Ante el caos y la falta de alimentos, la humanidad tiene dignidad pero también bajeza. En aquella Barcelona hubo checas, persecución religiosa y dobles lealtades. En casi todos los últimos días de una guerra todo urge, el saqueo, el sexo, la delación. En una guerra civil, predominan los comportamientos moralmente impuros.

P.- El protagonista de la novela es un "indiferente", por no decir un "miserable". ¿A esas alturas de la contienda ya no quedaban héroes disponibles?

R.- Hubo héroes en ambos lados. Y héroes civiles. Pensemos en los médicos que salvaron vidas, en los personajes sin nombre que supieron ser misericordiosos a pesar de la confrontación. Hubo, sí, hombres justos, pero el caos y el sectarismo les sobrepasaron. “Paz, piedad, perdón” pidió un Azaña ya en plena amargura.

P.- La narración de Barcelona cae es concienzudamente elíptica. No disponemos de toda la información y el destino final de los personajes apenas queda apuntado. ¿El lector se ha vuelto demasiado cómodo y conviene hacerle trabajar?

R.- Para el aprendiz de lector, si aún quedan lectores, lo importante es que alguien -un profesor, un amigo, un padre- le haga ver que leer implica un esfuerzo inicial que a la larga aporta unos resultados inimitables. ¿Hay algo que recompense más que leer buenos libros? En mi caso, he escrito lo mejor que sé y sin pensar en el adicto al twitter. Y no creo que una novela tenga que ser explicativa ni pedagógica. Puede serlo, pero su cometido es celebrar la vida e intentar imaginar algo nuevo o contarlo de una forma distinta.

P.- La caída de Barcelona, ya sea hace 75 o 300 años, han motivado varios libros los últimos años. Parece estimular más la situación política que las efemérides, ¿no cree?

R.- Sin duda. Ya más que un mito, 1714 es un modelo de manipulación. Al poco de 1714, con Carlos III, Cataluña resulta muy favorecida en todo. Aquello fue una guerra de Sucesión de dimensión europea y no una guerra entre España y Cataluña. Pero 1714 se ha convertido en una industria subvencionada. Hay repostería 1714, museística 1714, bragas 1714, “bondage” 1714, lo que sea.

P.- Por cierto, que se ha posicionado usted públicamente contra el llamado "proceso" ¿Está asustado por cómo se están poniendo las cosas allí? ¿Hay alguna salida razonable?

R.- Lo veo como un proceso negativo, de mucha fragmentación social y la primera perjudicada será la sociedad catalana que quiere ser plural y próspera. Algún día los historiadores explicarán como se ha podido llegar a esto. Yo insistiría en la mediocridad radical del “Establishment” nacionalista y en el uso tan parcial del sistema educativo, de matriz victimista. También ha existido un bloqueo mediático. Lo más inquietante es que nadie sabe hasta qué punto pueden llegar las tensiones actuales.

P.- Nada dura eternamente, dicen, tampoco el desasosiego. ¿España saldrá de la crisis, la destrucción creativa cumplirá un nuevo ciclo y la prosperidad calmará las aguas?

R.- Ciertamente. En el caso de Cataluña habrá sectores muy frustrados porque se les ha hecho creer que la secesión estaba a la vuelta de la esquina. También habrá que ir recomponiendo la idea de Cataluña ante el conjunto de España. Pero no hay nada irreversible. En la transición democrática y con el retorno de Tarradellas y la Constitución de 1978, la sociedad catalana ha tenido uno de los mejores momentos de su historia. Puede volver a ocurrir aunque algunas cosas quizás ya nunca serán lo mismo.