Mercedes Cebrián. Foto:Daniel Mordzinski

A vueltas con el consumo, la marca España, el humor y el sentimiento de extrañeza de una mujer ante sí misma, el lugar en el que vive y los demás, Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) acaba de publicar El genuino sabor (Random House). Se trata, explica la escritora, de “indagar en la idea del hogar, en la pertenencia”. Y de “destripar el juguete de la españolidad”.

Es incansable, desborda proyectos siempre. Desde Filadelfia y poco antes de volver a Madrid tras pasar una larga temporada en la Universidad de Pennsylvania preparando un doctorado, Mercedes Cebrián debuta en la novela con El genuino sabor (Mondadori). Autora del libro de relatos El malestar al alcance de todos (2004), las nouvelles reunidas en La nueva taxidermia (2011) y el poemario Mercado común ( 2006), señala que: “como escritora, no me quiero posicionar como un bote de salfumán cuya misión sea solamente corroer, arramplar con lo sucio y podrido”. Del mismo modo, y con idéntico hiperrealismo, en El genuino sabor sitúa a su protagonista, Almudena, en una ciudad de provincias francesa primero y en Londres después. Le cuesta hacer amigos (de Madrid apenas conserva uno, el vecino que le riega las plantas); vive sola, obsesionada por lo imposible de hablar otro idioma como si fuese el propio, por la comida. - ¿Cuánto hay de usted en su personaje? - Más que sus vivencias, quizá la excesiva conciencia de ser española, y la casi obsesión por descubrir qué significa eso, de destripar el juguete de la españolidad, juguete que, por otra parte, le ha dado tanto la espalda a Latinoamérica y ahora, me parece, está pagando su precio. Lo nacional rige nuestras vidas, aunque quizá sea un problema mío de percepción el pensar que está tan visible y presente. - ¿Comparte con ella esa sensación de extranjería, también en su país y en su piel? - Esa extranjería viene también, a mi juicio, de no haber interiorizado del todo ciertas narrativas que llevan circulando décadas, o más bien siglos, por España. Ese “nosotros somos así” siempre me ha fascinado. En realidad, cualquier sensación de extrañeza me sirve como motor de lo literario, de ahí que a lo largo del proceso de escritura intente sacarle partido a las numerosas veces en que esto sucede en lo que llamamos la vida “real”. La sensación de extrañeza, un poco equivalente a lo unheimlich de Freud, a lo siniestro u ominoso, está ahí agazapada. Por eso cuando sale a la luz resulta tan perturbadora.

El derroche obsceno de los 90

- Almudena siente una angustiosa obsesión por comer y por compartir con sus amigos alimentos caducados: ¿es una burla o una denuncia de la obsesión por el consumo quizás? - Para mí es sorprendente que llame tanto la atención este rasgo de la protagonista. Si decorase su casa con muebles recogidos de la calle, no creo que nadie le prestase demasiada atención a este detalle. Sí que hay algo de burla y de denuncia en Almudena hacia los excesos del consumo, hacia lo obsceno del derroche, que durante los 90 y hasta hace poco, parecía contribuir a que pareciésemos “modernos” y, de paso, nos separaba de las costumbres de generaciones anteriores. - “Empaquetar los objetos es como empaquetar al propio yo” dice la protagonista. ¿Tan obsesionados vivimos por el tener y no por el ser? - Supongo que en El genuino sabor hay una exploración sobre cuán interconectados están el tener y el ser. No creo que sea fácil separarlos, tal como se pretende de modo idealista; son uña y carne. Lo que tienes o dejas de tener ha ido moldeando tu ser, inevitablemente. No solamente me refiero a posesiones materiales, sino obviamente a bienes intangibles como el conocimiento de idiomas, obtenido a menudo a base de una inversión de dinero. - ¿Hasta transformarnos en objetos? - No debería sorprendernos tanto la idea de que las personas pueden pasar a ser objetos de consumo en un abrir y cerrar de ojos. Cualquier ser humano tiene su propio valor de cambio, ¿o acaso íbamos a ser menos que las mercancías, nosotros, sus creadores? Esta pregunta me interesa y sobrevuela mi escritura. Mercedes Cebrián se estrenó como autora hace ya diez años y ha ido cambiando como lo hacía su vida. Así, por ejemplo, se ha difuminado un cierto “retrogusto de taller literario” en sus textos. Además, el haber dado volantazos en el relato, la poesía, la crónica y la novela, ha permitido que sus libros no sean demasiado similares.

Objetos manufacturados

Los relaciona su engañosa facilidad y el temor al aburrimiento y a la rutina. Sus libros no están centrados en las temáticas del momento, sino que buscan explorar las relaciones de los individuos con el lenguaje y los productos que nos rodean. “Sí -confirma-. Siempre tengo eso en mente a la hora de escribir, pues me entra cierta flojera al intuir la inminente caducidad de textos literarios que aparecen con motivo de alguna novedad tecnológica. Recuerdo la avalancha de relatos y novelas neo-epistolares que imitaban el formato del correo electrónico tomando ese aspecto como si fuese el gran valor que contenía el texto. Espero no caer en eso”.

- ¿A quién, a qué se debe su pasión por la escritura? - Mi vocación (que así la considero: no tanto una pasión arrebolada) se debe, como tantas cosas en la vida de muchos, al aburrimiento cotidiano. Yo no salía a jugar a la calle, ni en verano ni en invierno, así es que había que dedicarse a algo “de interior”. Ese algo, en los 70 y 80, era más limitado que ahora: la lectura, el dibujo y, ya puestos, la escritura. Todavía hoy intento conectarme con la gran concentración e interés que ponía en los libros que caían en mis manos durante mi infancia y adolescencia. Y también en el carácter plenamente experimental de cualquier escrito de esa época, sin trampas de quien conoce el oficio, o de salidas rápidas de atolladeros narrativos. - ¿Qué importancia ha tenido en su carrera su primer editor, Constantino Bértolo? - Bértolo, a su pesar, es un editor similar a los que aparecen en las películas estadounidenses: se involucra en la obra de los autores, discute y no tiene pelos en la lengua para decir “esto me parece tremendamente cursi”. Pero la diferencia con esos editores es que aquellos hacen ese tipo de labor para lograr que el libro se pueda vender mejor. En el caso de Constantino es más bien para obtener un mejor resultado literario. Y quizá ese esfuerzo se traduzca en un peor resultado en ventas. Me recuerda al programa Oficios para el recuerdo, en el que aparecían canteros y otros especialistas en oficios casi descatalogados. Pues Constantino casi es uno de ellos. - ¿Y qué autores le han influido más? - Hasta hace tres o cuatro años seguía nombrando a Cortázar como influencia, y a Perec, pero son escritores que contribuyen a la formación de un escritor y cuya lectura hay que abandonar en algún momento. Los escritores que más me influirán siempre son aquellos cuya voz te conduce a donde ellos quieren. Uno de ellos fue Lobo Antunes. Otro Thomas Bernhardt, y también Flaubert. Y poetas, cómo no: Elizabeth Bishop, Viel Temperley, Sharon Olds y un montón más.

Tiempo de poemas

- Ahora que menciona a “sus” poetas, ¿para cuándo un nuevo poemario? - Es inminente, casi diría “es justo y necesario”. Necesario porque es el género que menos se lee, de ahí que al escribir no surja, si una está en sus cabales, ninguna necesidad de agradar a ningún tipo de lector. Lo que sí veo claro es que ese futuro poemario no va a ser un ramillete de poemas sino un proyecto más novelístico por decirlo de algún modo.