Ernesto Calabuig

El escritor publica Caminos anfibios (Menoscuarto), que firma el próximo fin de semana en la Feria del Libro de Madrid

Pocas veces el tópico del escritor como corredor de fondo se cumple tan literalmente como en el caso de Ernesto Calabuig (Madrid, 1966): campeón de atletismo en su juventud, ha seguido disputando carreras de medio fondo hasta hace pocas semanas, aunque sueña con su regreso a las pistas y carreteras. Como escritor, en cambio, su carrera es imparable, y acaba de publicar Caminos anfibios (Menoscuarto), que firma el próximo fin de semana en la Feria. Está feliz, pletórico, con este libro de relatos "acerca de cómo la vida (con sus tentaciones, sentimientos, recuerdos…) nos lleva, inesperadamente, por lugares y rutas que no esperábamos recorrer".



Los personajes de estas historias -explica- "saben incluso que tal vez saldrán dañados si se deslizan o resbalan (por ejemplo hacia una infidelidad, hacia una mentira o hacia la pura verdad), pero lo hacen, del mismo modo en que cada primavera los anfibios salen de sus escondrijos del bosque e inician un peligroso itinerario para reproducirse. Hay un enfangarse y un deslizarse en las vidas de todos nosotros que con frecuencia nos cuesta muy caro".



Narrador y crítico literario, traductor y maestro, Calabuig comenta cómo "a diferencia de su primer libro de relatos, Un mortal sin piruetas, que contenía textos escritos a mis veintitantos pero también a mis cuarenta, estos Caminos anfibios los escribí entre 2011 y 2013 y dentro de una misma línea de fuerza. En agosto de 2013, durante unas vacaciones en Alemania, en una preciosa casa de Weimar, trabajé cada tarde dos o tres horas hasta conseguir finalizar el libro. Había pasado meses "atascado", pero de repente sentía que todo fluía y parecía estar a mi favor".



Pregunta.- ¿Cómo ha ido cambiando el proyecto a medida que iban surgiendo los relatos?

Respuesta.- Al principio sólo tenía ese cuento largo que lleva por título Del ahogarse en un vaso de agua, en el que de verdad me he implicado y ha supuesto un verdadero esfuerzo de memoria para averiguar qué nos ocurrió a mí y a mi personaje durante un verano ¡en 1980!, pero entonces llegó la idea para el relato que da título al libro (Caminos anfibios) y vi que esa era la línea buena y común del conjunto de textos.



P.- Caminos anfibios reúne varios relatos de ambientación o protagonistas alemanes: ¿es un homenaje a una cultura que admira?

R.- Mi admiración por Alemania y por el idioma alemán viene de lejos. Desde que mi padre, como otros muchos emigrantes españoles, trabajaba allí, en los años setenta del pasado siglo. Conozco el país y el idioma y me siento bien en ambos, de ahí que se cuelen en mis historias con tanta frecuencia.



P.- ¿Qué o quién le hace ahogarse en un vaso de agua?

R.- A aquel adolescente del relato que citas y que era yo mismo, le hacían ahogarse demasiadas cosas y sentimientos. Y en cierto modo soy una combinación rara de fortaleza física y fragilidad sentimental. No soy asustadizo o cobarde, pero es fácil preocuparme, hacerme sentir culpable o desestabilizarme en el terreno de los sentimientos. De eso hablo también en este libro como lo hice en mi anterior novela, Expuestos. Uno está expuesto y por tanto es vulnerable.



P.- ¿Cuánto hay de experiencia propia en ese relato sobre un editor menor en una pirámide editorial?

R.- Yo trabajé a finales de los noventa en Santillana, en aquel edificio de la calle Torrelaguna. Era parte de un equipo de editores-redactores, en mi caso de Filosofía, para contenidos de Bachillerato. Aquella experiencia, en la que por un lado te hacían sentir importante y por otro una hormiga sin voz propia y del todo prescindible, se ha colado en ese personaje que mencionas.



P.- Por su experiencia a ambos lados de espejo, ¿por qué han casi desaparecido los editores de verdad, sustituidos por gestores?

R.- Eso lo ha contado mucho mejor que yo, y con mucha gracia, un editor ya octogenario como Mario Muchnik. El siempre diferencia entre "editores-sí" (aquellos grandes de la edición europea de los años sesenta y setenta) y "editores-no", una juventud bastante iletrada y desconsiderada que va por el mundo editorial como elefante por cacharrería.



P.- ¿Cómo resumiría su vida de escritor "en unas lineas"?

R.- Sí. Hay un cuento en Caminos anfibios que se llama "La vida en unas líneas" donde creo que consigo también -por lo que me han dicho quienes lo leen- hacer reír con un absurdo cotidiano. Mi vida de escritor es la de alguien que quiere contar historias que emocionen o que hagan reflexionar. Creo que Caminos anfibios supone una evolución respecto a lo que había escrito antes. Me parece un libro más homogéneo y sólido. Hay una mayor madurez y, ojalá, lucidez.



P.- El protagonista de "Burbujas" es un crítico-ciclista... ¿cuánto hay de autorretrato y cuánto de invención?

R.- Hay bastante de autorretrato. No sólo por mi tarea de crítico, sino porque ese mismo trayecto en bicicleta al hospital lo hice en una época en la que no me encontraba bien de salud. En "Burbujas" también hablo de algo que tiene que ver mucho conmigo: mi formación de adolescente en un mundo tan ingenuo -y también hortera- como eran los setenta y primeros ochenta, con aquellas sagas de teleseries que se seguían con devoción y aquellos cantantes melódicos desgarrados que tomábamos tan en serio...



P.- ¿Qué le debe el Calabuig narrador al deportista?

R.- Le debo una especie de tenacidad o disciplina aprendida gracias a muchos años de carreras de mediofondo y competiciones desde mis dieciséis. Un seguir adelante, volver tras las lesiones o fracasos, y no tirar la toalla, por mucho que a veces el mundillo de los escritores y los editores sea muy crudo, nos desanime y nos proporcione golpes bajos, arbitrariedades e injusticias.



Ver otros Buenos Días