Ignacio García-Valiño. Foto: Sabine Geuer

El novelista y psicólogo zaragozano regresa con El ruido del mundo (Plaza & Janés), una novela psicológica en la que vuelve a algunos de sus temas clásicos.

¿Por qué alguien mata? ¿Cuáles son los orígenes del mal? ¿Se hereda? ¿Se nace con él? ¿De qué modo se enquista? ¿En qué se transforma la violencia sufrida en el interior de quien la sufre? Estas son algunas de las preguntas que plantea Ignacio García-Valiño (Zaragoza, 1968) en su nuevo libro, El ruido del mundo (Plaza & Janés), en el que vuelve a algunos de sus temas clásicos, muchos de los cuales toma de su profesión más reglada, la de psicólogo infantil y estudioso del sistema educativo. ¿Qué novela ha querido escribir esta vez? Lo resume así: "Esta es una novela de las mías, de indagación de personajes pero también de suspense, con asesinatos e intriga, una mezcla de thriller y novela realista".



Pregunta.- Vuelve aquí a temas que ya había tratado en novelas anteriores, como las raíces del mal.

Respuesta.-
Es verdad. Lo que pasa es que en este caso las raíces del mal son muy ambiguas; es decir, las personas que cometen el mal han sido, a menudo, objeto del mal de otros, y así el mal se reproduce de generación en generación. Me interesa el modo en que se administra eso a nivel educativo y entre padres e hijos.



P.- Trata la problemática del llamado bullying, que la protagonista, Isabel, ha sufrido de niña y que es un trauma que la persigue. Tengo entendido que usted sufrió violencia escolar. ¿Cómo se manifiesta en su literatura?

R.- En mi caso, aquello fue algo muy horrible que sufrí al más alto nivel que puedas imaginar. El bullying no estaba especificado entonces: no había manuales para combatirlo ni protocolos en los colegios. Yo iba a una escuela del Opus Dei, en Zaragoza, y eso hizo que la situación se camuflara aún más entre los profesores, que veían lo que ocurría pero lo obviaban. Padecí un gran acoso durante años y, en vista de que fue a más y a más, me tuvieron que cambiar de colegio. Aquello marcó completamente mi forma de ser.



P.- ¿Hemos avanzado en los métodos para combatir el bullying?

R.- Muchísimo. Es un problema muy directo en la adolescencia, y ahora hay muchos más medios para combatirlo. Pero el problema es grave, y está aún lejos de solucionarse. Los chavales llegan a sufrir tanto que no es de extrañar que se suiciden. En esta novela yo vuelvo a ello porque es un tema del que no puedo escapar: eso sigue ahí, y uno cuando escribe saca lo que puede de sí mismo.



P.- En su obra, además de la infancia, está muy presente su trabajo como psicólogo. ¿Es su profesión un modo de enriquecer su literatura o sus exploraciones literarias le ayudan más con los pacientes?

R.- Ambas cosas a la vez, yo creo. Con la psicología adquiero experiencias de las que se enriquece mi literatura, pero, a la vez, la literatura me ayuda a abordar conflictos desde varios puntos de vista, a verlos desde enfoques creativos. Es una relación en ambas direcciones y por la que entra también la educación, otro de mis grandes intereses.



P.- En esta novela vuelve a haber un niño problématico que trae de cabeza a quienes intentan educarlo. Es un tema que ya tocó en Querido Caín. Igual que dice que se ha progresado en los métodos para combatir el bullying, ¿ocurre lo mismo a la hora de integrar o intentar reconducir a estos adolescentes?

R.- La sociedad lo está haciendo mal aquí. Se trata de un problema que se da más ahora que antes, pues está muy presente esa actitud hacia los niños que consiste en darles todo lo que quieren, convirtiéndolos de ese modo en pequeños tiranos. Desde el punto de vista académico hay avances, se están escribiendo grandes libros y ensayos sobre el tema, pero creo que falta una respuesta clara de la sociedad y de los colegios, que muchas veces no saben cómo tratar a este tipo de alumnos.



P.- ¿Es de los que piensa que los alumnos le han perdido el respeto al profesor?

R.- Por supuesto: ese es un tema clásico. Yo me inscribo en ese discurso. El profesor tiene que tener su autonomía, su palestra. Yo soy partidario de que volvamos a la palestra desde la cual ha de hablar el profesor, desde arriba. El profesor es una persona formada y los chicos han de respetarle y no tratarle como a un igual, aunque sea de trato cercano.



P.- A la vez, otro de los temas, aunque tratado de manera más lateral, es el de la crisis, también a nivel educativo.

R.- El problema educativo derivado de la crisis es terrible. Con los recortes están anulando todo avance logrado en parcelas como el apoyo a los niños problemáticos, con discapacidad o con TDH. Están quitando el apoyo a las familias de estos niños y, a la vez, nos piden más cosas. Eso es una verdad palmaria frente a la cual estamos indefensos. Solo nos queda protestar, pero no sabemos ya frente a quién.



P.- Hablando de los sistemas educativos, usted ha abogado alguna vez, en línea con lo que fue su experiencia, por el autodidactismo. ¿No es una contradicción en alguien que se dedica a la educación?

R.- Qué va. Yo creo que se trata de un enriquecimiento al que invito siempre a los chicos. En mi caso, fue importantísima la literatura. Para ver la realidad desde muchos puntos de vista, no conozco un método mejor. Mi formación se la debo, más que a las clases, a una biblioteca muy buena que había en mi universidad. Leí sobre multitud de temas y luego me interesé mucho por la literatura científica, sobre el universo y el cosmos.



P.- Podría decirse que su novela es más de personajes que de historia. ¿No va eso contra un mercado que, cada vez más, pide tramas trepidantes, intrigas que mantengan en vilo al lector?

R.- Sí, pero, cada vez más, también, muchos novelistas, entre los que me incluyo, están volviendo la vista atrás. Yo apuesto por la literatura de siempre, una literatura que no esté basada en argumentos sofisticados o complicados, sino en el análisis de personajes, en el análisis de sus reacciones, cómo reflexionan, qué decisiones toman.

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