Es imposible fijar con certeza el inicio de internet. Por un lado tiene muchos padres y por otro nunca ha sido fácil delimitar su contorno y definir con exactitud en qué consiste. No obstante, el 29 de octubre de 1969 Leonard Kleinrock, un profesor de la Universidad de California en Los Angeles, recibía en su despacho una caja metálica y gris del tamaño de una nevera doméstica. Visiblemente excitado trataba de explicar a sus colegas que aquello era un interface message processor (IMD por sus siglas en inglés). No despertó demasiado interés, pero lo cierto es que rodeado de un pequeño grupo de profesores y estudiantes de doctorado conectó su artefacto metálico a un ordenador y llamó por teléfono a un estudiante suyo de la Universidad de Stanford. Charley Kline tenía en el Stanford Research Institute otro IMD conectado también a un ordenador. Con la misma mezcla de esperanza y fe con la que Samuel Morse había enviado su primer mensaje en ciento veinticinco años antes, Kleinrock y Kline se pusieron en contacto.
El símbolo @ fue introducido en 1971 y desde entonces han ocurrido muchas cosas y en la expansión de internet han intervenido desde los físicos del Cern, el magnífico laboratorio situado en las afueras de Ginebra, hasta un buen puñado de ingenieros, científicos de la computación y programadores que han ido refinando y haciendo más compleja la idea de unos científicos que deseaban una comunicación más rápida y potente que la proporcionada por las líneas tradicionales de telefonía. Aunque como en el caso de internet ponerle fecha de cumpleaños a la Web es tarea compleja y arriesgada, lo cierto es que en marzo de 1989 el científico británico Tim Berners-Lee publicó el famoso artículo en el que sentaba las bases estructurales y teóricas de la Web tal como la conocemos hoy. Veinticinco años más tarde es imposible imaginar un mundo sin internet y la Web. Numerosos expertos sitúan en 2.500 millones el número actual de usuarios de Internet en todo el planeta.
Aparece este volumen en un momento histórico en el que es imposible imaginarse el mundo sin internet. Su subtítulo, 19 ensayos clave sobre cómo internet está cambiando nuestras vidas, desvela un contenido que no puede ser más urgente para entender una situación en la que el empleo de internet ha crecido un 566'4 por ciento desde el año 2000. Más aún si se tiene en cuenta que las distintas contribuciones hn sido firmadas por autores de reconocido prestigio internacional.
Se abre este libro con una esperanzadora cita de Tim Berners-Lee: Todavía no hemos visto la Red tal y como yo la visualicé. El futuro es todavía más grande que el pasado. A continuación, Francisco González, presidente del BBVA, escribe que estamos ante la sexta entrega de la serie anual, iniciada en 2008, que su banco dedica al análisis de las grandes cuestiones que dibujan el horizonte con el que se ha inaugurado el siglo XXI. Quizá sea ésta la contribución más apasionante hasta la fecha, porque como leemos en esta introducción, competir en la industria del siglo XXI requiere un concepto de plataforma muy diferente, desarrollada desde cero bajo paradigmas mucho más avanzados que los de hace cincuenta años.
En realidad ésta es la cuestión que palpita en la gran colección de contribuciones. La segunda década del siglo XXI está marcada por la necesidad de un cambio que internet parece incardinar a la perfección. Quizá por eso, la primera de las cuatro partes que articulan C@mbio trate de responder a la pregunta: ¿Hacia dónde va internet? David Gelernter en la primera contribución, Cyberflow, afirma con rotundidad que la red es sólo un paso hacia lo que él denomina la ciberesfera, entendida ésta como la suma de todos los datos disponibles en Internet, suma que debe entenderse como un cyberflow o conjunto de navegadores de flujos. Subrayar la idea de flujo vendría de entender que la estructura de datos básica del ser humano es el relato (conversación, narración). Cierra esta primera agrupación de artículos un texto que no puede ser más oportuno. Mikko Hypponen con su Ciberataques pone el acento en la cada vez mayor actividad delictiva online. Los ciberataques se han sofisticado de un modo alarmante, ya no se trata de sencillos virus creados por adolescentes sino de agresiones urdidas desde naciones soberanas con el apoyo de recursos valorados en millones de dólares. En los primeros días de este mes de abril se descubrió un error en el software de seguridad OpenSSL, de código abierto, que ha posibilitado durante dos años el robo de información esencial, como nombres de usuarios o contraseñas de multitud de páginas web de todo el mundo.
En el segundo bloque de aportaciones se analiza el impacto de internet sobre las personas. En cuatro fascinantes aportaciones el lector siente cómo la World Wide Web ha entrado en nuestra vida cotidiana y nos ha convertido en personas multitarea. Los smartphones o las tabletas empujan en la dirección de acometer varias actividades al mismo tiempo. Han desaparecido los tiempos muertos de antaño. Por otro lado, médicos, políticos y enseñantes quedan afectados. Ya nada es lo mismo.
El tercer segmento, referido a cuestiones relativas a la economía, la empresa y el trabajo es quizá el menos potente tanto en extensión como en calado. Ofrece un agudo contraste con el cuarto y último grupo de reflexiones. Dedicado éste a la comunicación y a la cultura, disecciona y analiza para el lector aspectos tan apasionantes como el del anonimato en lo que David Crystal denomina la comunicación por medios electrónicos. El ensayo de Paul DiMaggio sobre las industrias culturales concentran en unas pocas páginas los avatares sufridos por la música y la producción discográfica. Arte, prensa y videojuegos pasan también por su genial cedazo. Peter Hirshberg sitúa al lector en el uso íntimo de nuestros dispositivos conectados. En esta sociedad compartida un programa de televisión o una serie pasan a convertirse en una cuestión personal. En los días anteriores al episodio final de la serie estadounidense Breaking Bad se recibían 100.000 tuits al día. Algo que evidencia la necesidad que tiene el público de participar con los productores en el final de un relato que ha sido introyectado por el espectador. De forma inesperada internet ha dado nueva vida a una televisión que en estos últimos tiempos atraviesa un momento dorado que hace tan sólo cinco años pocos predijeron. Facebook y Twitter se han convertido en inesperados aliados de una televisión sobre la que ahora se habla en segundas pantallas.
A todos los autores de este volumen se les pidió que hicieran una relación de entre tres y cinco websites, servicios o aplicaciones que les hubieran influido personalmente o que considerasen de importancia social. Con el conjunto de las respuestas los editores han elaborado un mosaico a doble página que tiene la virtud de proporcionar una excelente cartografía de las distintas potencias que se mueven en el Internet actual. La magnífica edición de estas páginas contribuye a mejorar un contenido a cargo de escogidas primeras figuras. En conjunto, una visión positiva de internet como algo que en definitiva contribuye a la autonomía y a la reflexividad personal. Quizá falte espacio para los aspectos negativos: pornógrafos, hackers y personal diverso que encuentra también en internet su caldo de cultivo.
El símbolo @ fue introducido en 1971 y desde entonces han ocurrido muchas cosas y en la expansión de internet han intervenido desde los físicos del Cern, el magnífico laboratorio situado en las afueras de Ginebra, hasta un buen puñado de ingenieros, científicos de la computación y programadores que han ido refinando y haciendo más compleja la idea de unos científicos que deseaban una comunicación más rápida y potente que la proporcionada por las líneas tradicionales de telefonía. Aunque como en el caso de internet ponerle fecha de cumpleaños a la Web es tarea compleja y arriesgada, lo cierto es que en marzo de 1989 el científico británico Tim Berners-Lee publicó el famoso artículo en el que sentaba las bases estructurales y teóricas de la Web tal como la conocemos hoy. Veinticinco años más tarde es imposible imaginar un mundo sin internet y la Web. Numerosos expertos sitúan en 2.500 millones el número actual de usuarios de Internet en todo el planeta.
Aparece este volumen en un momento histórico en el que es imposible imaginarse el mundo sin internet. Su subtítulo, 19 ensayos clave sobre cómo internet está cambiando nuestras vidas, desvela un contenido que no puede ser más urgente para entender una situación en la que el empleo de internet ha crecido un 566'4 por ciento desde el año 2000. Más aún si se tiene en cuenta que las distintas contribuciones hn sido firmadas por autores de reconocido prestigio internacional.
Se abre este libro con una esperanzadora cita de Tim Berners-Lee: Todavía no hemos visto la Red tal y como yo la visualicé. El futuro es todavía más grande que el pasado. A continuación, Francisco González, presidente del BBVA, escribe que estamos ante la sexta entrega de la serie anual, iniciada en 2008, que su banco dedica al análisis de las grandes cuestiones que dibujan el horizonte con el que se ha inaugurado el siglo XXI. Quizá sea ésta la contribución más apasionante hasta la fecha, porque como leemos en esta introducción, competir en la industria del siglo XXI requiere un concepto de plataforma muy diferente, desarrollada desde cero bajo paradigmas mucho más avanzados que los de hace cincuenta años.
En realidad ésta es la cuestión que palpita en la gran colección de contribuciones. La segunda década del siglo XXI está marcada por la necesidad de un cambio que internet parece incardinar a la perfección. Quizá por eso, la primera de las cuatro partes que articulan C@mbio trate de responder a la pregunta: ¿Hacia dónde va internet? David Gelernter en la primera contribución, Cyberflow, afirma con rotundidad que la red es sólo un paso hacia lo que él denomina la ciberesfera, entendida ésta como la suma de todos los datos disponibles en Internet, suma que debe entenderse como un cyberflow o conjunto de navegadores de flujos. Subrayar la idea de flujo vendría de entender que la estructura de datos básica del ser humano es el relato (conversación, narración). Cierra esta primera agrupación de artículos un texto que no puede ser más oportuno. Mikko Hypponen con su Ciberataques pone el acento en la cada vez mayor actividad delictiva online. Los ciberataques se han sofisticado de un modo alarmante, ya no se trata de sencillos virus creados por adolescentes sino de agresiones urdidas desde naciones soberanas con el apoyo de recursos valorados en millones de dólares. En los primeros días de este mes de abril se descubrió un error en el software de seguridad OpenSSL, de código abierto, que ha posibilitado durante dos años el robo de información esencial, como nombres de usuarios o contraseñas de multitud de páginas web de todo el mundo.
En el segundo bloque de aportaciones se analiza el impacto de internet sobre las personas. En cuatro fascinantes aportaciones el lector siente cómo la World Wide Web ha entrado en nuestra vida cotidiana y nos ha convertido en personas multitarea. Los smartphones o las tabletas empujan en la dirección de acometer varias actividades al mismo tiempo. Han desaparecido los tiempos muertos de antaño. Por otro lado, médicos, políticos y enseñantes quedan afectados. Ya nada es lo mismo.
El tercer segmento, referido a cuestiones relativas a la economía, la empresa y el trabajo es quizá el menos potente tanto en extensión como en calado. Ofrece un agudo contraste con el cuarto y último grupo de reflexiones. Dedicado éste a la comunicación y a la cultura, disecciona y analiza para el lector aspectos tan apasionantes como el del anonimato en lo que David Crystal denomina la comunicación por medios electrónicos. El ensayo de Paul DiMaggio sobre las industrias culturales concentran en unas pocas páginas los avatares sufridos por la música y la producción discográfica. Arte, prensa y videojuegos pasan también por su genial cedazo. Peter Hirshberg sitúa al lector en el uso íntimo de nuestros dispositivos conectados. En esta sociedad compartida un programa de televisión o una serie pasan a convertirse en una cuestión personal. En los días anteriores al episodio final de la serie estadounidense Breaking Bad se recibían 100.000 tuits al día. Algo que evidencia la necesidad que tiene el público de participar con los productores en el final de un relato que ha sido introyectado por el espectador. De forma inesperada internet ha dado nueva vida a una televisión que en estos últimos tiempos atraviesa un momento dorado que hace tan sólo cinco años pocos predijeron. Facebook y Twitter se han convertido en inesperados aliados de una televisión sobre la que ahora se habla en segundas pantallas.
A todos los autores de este volumen se les pidió que hicieran una relación de entre tres y cinco websites, servicios o aplicaciones que les hubieran influido personalmente o que considerasen de importancia social. Con el conjunto de las respuestas los editores han elaborado un mosaico a doble página que tiene la virtud de proporcionar una excelente cartografía de las distintas potencias que se mueven en el Internet actual. La magnífica edición de estas páginas contribuye a mejorar un contenido a cargo de escogidas primeras figuras. En conjunto, una visión positiva de internet como algo que en definitiva contribuye a la autonomía y a la reflexividad personal. Quizá falte espacio para los aspectos negativos: pornógrafos, hackers y personal diverso que encuentra también en internet su caldo de cultivo.