Marlon de Azambuja trabajando en su estudio

El artista inaugura Brutalismo, su segunda exposición en la galería Max Estrella

Influido por la arquitectura y, sobre todo, por la corriente modernista brasileña. Así mira el mundo Marlon de Azambuja (Brasil, 1978). Afincado en Madrid desde 2005, el artista, que tuvo que enfrentarse a un mercado desconocido y reinventarse de nuevo, es ahora uno de los internacionales: en primavera, residencia en el Bronx Museum y, en verano, exposición en el Pivô, el espacio del Copan de Oscar Niemeyer, en São Paulo. Hoy inaugura su segunda exposición individual en la galería Max Estrella de Madrid. Brutalismo, que así se llama la muestra, es también el título de la pieza central, la de la sala central, que conecta y explica toda la intervención. Afinando y haciendo cambios hasta el último minuto ("es mi naturaleza", dice con pasmosa tranquilidad cuando apenas quedan 24 hora para la inauguración y todavía está terminando una de las piezas), confiesa que la exposición era otra el domingo pasado pero que hoy responde a tres momentos que se suceden en las tres salas. "Para mí la exposición es también un campo de experimentación", asegura.



Pregunta.- ¿Nos la explica?

Respuesta.- La primera sala es la más próxima al pensamiento arquitectónico. Y es que la arquitectura es mi obsesión y mi manera de ver el mundo, todo pasa por ahí. Una cita de Le Corbusier sostiene la pieza. Son sus ideas para que el ciudadano acepte la ciudad y habla de la naturaleza de los materiales. La frase está dibujada sobre cristales y apoyada sobre una especie de estantería. En la segunda sala está Brutalismo que alude al acto de construcción real, a hacer arquitectura casi más que escultura. Se trata de materiales de construcción apilados como si fueran una ciudad. Y es que la ciudad es materia suspendida y eso pienso cuando levanto estos ladrillos, estas piedras. Y, en la sala del fondo, un suelo de adoquines sueltos nos recuerda lo frágil que es todo, incluso lo que parece estable. Es mi Mar de estabilidad.



P.- Muy de actualidad.

R.- Sí, para mí se conecta mucho con un momento de crisis de estas palabras en la vida cotidiana, política, empresarial, casi imposible prometer solidez, hemos visto caer cosas tan sólidas… Desde las Torres Gemelas hasta los grandes bancos. Mi padre seguramente haya ha vivido de otra manera la idea de estabilidad.



P.- Volviendo a la arquitectura, ¿qué le deben sus piezas a esta disciplina?

R.- Cuando llegué a España, los primeros meses en 2005 pasé muchas dificultades. No puedo decir que llegase a dormir en la calle pero sí experimenté mucho en ese aspecto la ciudad. Vivía en la ciudad misma. Además, cuando uno viene del Nuevo Mundo carga 500 años a la espalda, que es la historia de mi país, y cuando se enfrenta a la noción de tiempo europea, es tan distinta..., el tiempo de lo que duran las cosas, de la historia vivida, de la experiencia. Y esto se nota mucho en la arquitectura: ¡aquí hay edificios más viejos que la ciudad de donde vengo que tienen 300 años de historia! Y, por último, tres grandes amigos artistas que me han influido trabajan con arquitectura: Carlos Bunga, Carlos Garaicoa, Primoz Bizjak, los tres abordan temáticas sobre la ciudad desde distintas perspectivas. Todos estos factores me hacen pensar que la ciudad es alguien con quien tratar.



P.- ¿Diría que hay un interés generalizado por la arquitectura en el arte contemporáneo?

R.- Ha habido momentos, digamos, temáticos. El arte de los 90 hablaba sobre el cuerpo. Pero hasta los artistas, como Ernesto Neto, que se sumaron al cuerpo, en los 2000 empezaron a hablar de arquitectura. Pero no estoy tan seguro de que sea el tema hoy. Creo que hay más artistas que trabajan con las relaciones personales, las personas están más en el centro de los intereses artísticos hoy.





Brutalismo, de Marlon de Azambuja



P.- La arquitectura, o los grandes arquitectos, han fijado unos cánones que parece que usted trata de desestabilizar, ¿con qué objetivo?

R.- No interpreto mi práctica de esta manera, vivo en el mundo y se me cae encima. No condeno a los arquitectos pero sí trato de pensar en cómo la arquitectura y sus espacios nos condicionan: vivimos en espacios que alguien ha pensado por nosotros, de modo que tu vida entera está condicionada al pensamiento de alguien. Puedes hacer reformas, cambiar cosas pero eso no quita el hecho de que vivimos en un lugar pensado por otros.



P.- Es este sentido, ¿cree que la arquitectura es un modo de ideología que nos viene impuesto?

R.- En muchos casos sí hay ideología pura. Vengo de un país con un ejemplo claro de cómo construir una imagen con edificios: Brasilia nace con la idea de generar una imagen de un país moderno, y tiene sus errores y maravillas. Aquí también pasa, aunque a menor escala: un alcalde quiere un museo y encarga un edificio espectacular. Se buscan ciertas cosas. Y cuanta más gente tenga consciencia de esto mejor, hay que entender lo que está pasando "por debajo de los paños", como dicen en Brasil.



P.- Ha sacado el tema museos, otro de los clásicos en varias de sus piezas: Jaulas / Museos o Gran Fachada tratan sobre los grandes centros del arte.

R.- Cuando llegué a España esto era el paraíso, ¡museos en cada ciudad por pequeña que fuera! Y me parecía curioso que las fachadas fueran lo más importante, es la foto de cara al mundo, "vamos a poner la ciudad en el mapa de la arquitectura internacional", decían. Luego, el interior y el contenido ya no importaban tanto... Es el uso de la cultura para publicitarse. Y de ahí surgen estas piezas.



P.- La crítica social está siempre implícita en sus obras: cuando tapa con cinta mobiliario urbano, como en Potencial Escultórico, o ahora, cuando reproduce una ciudad en miniatura con bloques de ladrillo y hormigón.

R.- Yo soy consciente de esas lecturas aunque no es la única ni la principal. Es evidente que cuando uno ve los museos-jaula la lectura rápida es "el arte está prisionero en los museos". Pero es interesante que haya varios matices. No es que no exista el punto crítico, lo veo, lo dejo y me interesa, pero hay otra parte más poética. Lo mismo ocurre en Brutalismo: la lectura de la crisis inmobiliaria está clara, pero yo pienso más en el gesto arquitectónico, estoy construyendo una ciudad, ¡levanto materia!



P.- Sigue colaborando en OTR, el espacio de la Colección López y Trujillo. Se ve que se le da bien organizar... ¿Cómo compagina este trabajo de comisario con el de artista?

R.- OTR para mi es fundamental. Me gusta tener un pie en el comisariado, me gusta estar rodeado de artistas, potenciar o hacer posibles las prácticas de otros artistas. José Antonio Trujillo ha sido uno de mis más grandes mecenas. Yo entré en OTR para mover cajas, colgar, descolgar y Trujillo me dio una oportunidad. Y el espacio preserva su sentido de libertad, ha tenido propuestas institucionales pero las han rechazado porque quiere hacer proyectos desde el estómago. Sin dobles intenciones. Sacamos piezas de la colección con artistas invitados y se trata de que el invitado logre contactar con comisarios, galeristas y esto es lo que OTR consigue. Nos interesa mantener esta escala pequeña: es la casa de un señor donde organizamos una fiesta y eso también es importante.



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