Luisgé Martín. Foto: Germán Gómez.

Acaba de publicar la novela 'La misma ciudad' y 'Donde el silencio', libro ganador del Premio Llanes de Viajes

Hagamos lo que hagamos, viajemos a donde viajemos, trabajemos en lo que trabajemos, la rutina acabará marcando nuestro ritmo. Es ley de vida y hay que aprender a convivir con ella. Pero cuesta. Brando Moy encarna muy bien la dificultad de transigir con una cotidianeidad regida por horarios y costumbres fijas. Es el protagonista de La misma ciudad (Anagrama), la última novela de Luisgé Martín (Madrid, 1962). Al cumplir los 40 entra en crisis. Todo lo que tiene (su esposa, su hijo, su profesión, su casa...) está muy bien y sin embargo no le basta. El 11 de septiembre de 2001 se dirige con cierto retraso a su trabajo como cada mañana. Su oficina está en el piso 96 de una de las Torres Gemelas. Antes de llegar le dan el alto. Dos aviones se han estrellado contra ellas. Decide pisotear el móvil contra el suelo y vivir una segunda vida. Esta necesidad de escapar entronca también con Donde el silencio (Imagineediciones), libro con el que ha ganado el Premio Llanes de Viajes y en el que recorre aquellos rincones de España donde no llega internet ni los agobios postizos de las urbes contemporáneas.



Pregunta.- Son dos libros con propósitos y planteamientos dispares, pero podría decirse que ambos están emparentados por la necesidad de fuga.

Respuesta.- Es así. Pero es algo de lo que me he dado cuenta después. Donde el silencio está escrito en una primera persona real, a modo de ensayo confesional. Es un libro de viajes en toda regla. En La misma ciudad hay una narrador inventado, de novela. Pero en ambos acaba latiendo la insatisfacción y el deseo de dejar atrás rutinas.



P.- Pero en La misma ciudad el poema de Cavafis La ciudad juega un papel clave. Y ahí nos dice el poeta griego que la huida es una ilusión…

R.- Es cierto. Huir no es una cuestión geográfica. Ni tampoco es cuestión de abandonar de golpe tu mujer, tu trabajo, trasladarse a otro país u otra ciudad. Por momentos transitorios puedes pensar que has conseguido conquistar la felicidad. Es la moraleja de los dos libros. En Donde el silencio, por ejemplo, al final cuento que no sería posible estar en paz conmigo mismo en esos pueblos retirados y tranquilos, a donde no llega internet, si no he solucionado antes mis problemas en Madrid. Uno arrastra los accidentes de su biografía donde quiera que vaya.



P.- ¿Es peor la crisis de los 40 que la de los 30, o la de los 50...?

R.- Esto de las crisis de edad es movible. Yo no la tuve a los 40 y sí a los 50. Depende de cada uno. Y también es cierto que ahora nos mantenemos jóvenes por más tiempo. No es lo mismo ahora tener 40 años que en la época de nuestros abuelos. Lo que está claro es que llega un momento, en ese periodo, en que sabemos que para determinadas cosas estamos ante un ahora o nunca.



P.- Moy aprovecha el atentado para fabricarse una nueva identidad. ¿En qué medida podemos construirnos una nueva a partir de los 40?

R.- Pues sinceramente creo que en una medida muy pequeña. Cuando salimos de la adolescencia nuestra identidad ha quedado forjada casi por completo. Los cambios que vienen después suelen ser apenas maquillaje. Cuando rompemos amarras (dejamos un trabajo, nos divorciamos...), creemos estar cambiando radicalmente pero no tardamos en caer en el redil. Aunque necesitamos teatralizar la necesidad de cambio. Y eso también es una forma de identidad. Que nos quiten lo bailao.



P.- "A los cuarenta años, en suma, la felicidad se convierte en un asunto que concierne solamente a los demás", dice en otro pasaje Moy.

R.- Es que sucede que cuando miramos a los demás solemos ver a través de un prisma por el que sólo vemos lo bueno que tiene. Ninguna de sus miserias. Así se produce un cruce de envidias mutuas.



P.- ¿Por qué eligió el 11-S como oportunidad para vivir una segunda vida?

R.- Creo que fue leyendo un ensayo sobre el ataque terrorista. Leí la historia de personas normales que vieron trastocada sus rutinas por un acontecimiento tan exagerado y violento. Se me ocurrió ese escenario y no había razón para cambiarlo. El 11-S tiene una fuerza literaria tremenda.



P.- Usted estudió Filología Hispánica y luego hizo un máster de management en el Instituto de Empresa. Parece haber dado algunos bandazos en sus perspectivas vitales. ¿Se ha salido con suya siendo escritor?

R.- Hice filología porque era realmente lo que me interesaba. Pero al acabar sabía que estaba abocado a la enseñanza para ganarme la vida y eso me horrorizaba: yo no valgo para profesor. Hice ese máster y fue una experiencia muy enriquecedora en la que me sumergí en un mundo absolutamente desconocido. Por un tiempo pensé dedicarme a las finanzas pero al final se impuso mi necesidad de escribir, que siempre la he tenido. Escribir para es como respirar. No digo que me guste o se placentero, pero no puedo prescindir de ello. Además, las empresas desconfiaban de un tipo que antes de management había estudiado filología. En comparación con mis compañeros abogados y economistas del máster, apenas me surgían entrevistas. Y eso que estaba entre los primeros de la promoción.



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