Sergio Vila-Sanjuán. Foto: Jordi Soteras

Hoy presenta junto a Iñaki Gabilondo 'Estaba en el aire', novela ganadora del Premio Nadal, en el Café del Espejo

Sergio Vila-Sanjuán (Barcelona, 1957) se crió en una familia de periodistas barceloneses. Historias, historias y más historias... Un aguacero de ellas llovía sobre sus oídos ya desde niño. Las escuchaba de sus mayores, que tanto tenían que contar. Con 20 años quiso aprovechar ese fuego cruzado de relatos para armar una novela. Pero el impulso se desinfló muy rápido. El miedo ha sido finalmente el que le ha dado el empujón. Cuando superó la cincuentena, ya con una larga andadura a cuestas en el periodismo cultural (desde hace años dirige el suplemento Culturas de La Vanguardia), se asustó de veras: si no lo escribo ahora todo ese caudal de experiencias se esfumará por el sumidero del olvido. Y le salió Una heredera de Barcelona (2010), su primera novela, centrada en las peripecias de su abuelo, abogado y periodista a pleno rendimiento en la convulsa Barcelona de los años 20. Luego vino Estaba en el aire (Destino), inspirada en su padre, publicista en los 60. Una de las marcas a las que prestaba sus servicios fue Rinomicina, medicamento que se hizo popular por patrocinar Rinomincina le busca, programa precedente del Quién sabe dónde de Lobatón. Es en torno a ese espacio radiofónico, que al final resultó muy incómodo para el franquismo (los desaparecidos en la guerra civil cobraron demasiado protagonismo), sobre el que giran las diversas tramas de la novela, oscilantes entre el lengedario poblado chabolista del Somorrostro y los altos de la Diagonal.



Pregunta.- Barcelona de nuevo es protagonista en esta segunda novela suya. Es una ciudad recurrentemente retratada por la literatura. ¿Sentía, sin embargo, que los 60 no estaban tan presentes en la narrativa sobre la ciudad?

Respuesta.- La primera mitad de los 60 es la que se ha recogido menos. Hay mucha literatura sobre la Gauche Divine, que va de finales de los 60 a principios de los 70. Y Últimas tardes con Teresa, aunque se escribió en el 62, está ambientada en los años 56 y 57. Los primeros 60 fueron un momento histórico crucial en el que se dio la revolución de la publicidad y se empezaron a utilizar las nuevas técnicas del marketing con las que se maquilló al país con un aire de modernidad.



P.- Ofrece una visión de la ciudad plena de contrastes: salta del legendario poblado gitano del Somorrostro a los altos de la Diagonal...

R.- Quería mostrar los claroscuros tan marcados de aquel periodo. Por un lado, el país se embalaba hacia la sociedad de consumo pero, por otro, todavía arrastraba un pasado de mucha miseria, con reductos como el Somorrostro. Fue un tiempo en el que se produjo un estallido de la inmigración, en el que ocurrían cosas que no se han contado apenas, como la de las brigadas de policías que patrullaban en las estaciones y que devolvían a los pueblos a muchos de esos inmigrantes. Y también me interesaba reflejar ambientes tan curiosos como el de la SEAT, un emblema del régimen, que se construyó con la arquitectura y los medios técnicos más adelantados, pero en cuyo interior no se permitía a los operarios hablar entre sí para evitar el sindicalismo.



P.- ¿Qué queda de esa Barcelona?

R.- Queda muy poco. Es curioso: es mucho más fácil encontrar vestigios de la Barcelona de los años 20, toda esa hostelería modernista que comprende Els quatre gats. El otro día estuve buscando locales que representaran el espíritu de la novela y me costó mucho encontrar alguno. Para adentrarse en esa Barcelona hay que ver películas como Brillante porvenir y Mañana será otro día. Y ese mundo de las ferias de muestras, una realidad aparte en la ciudad, una especie de meca de los electrodomésticos y lujos como salchichas Frankfurt para los niños, está en Historias de la feria de Rovira Beleta.



P.- En los 60 llegó la libertad a España a través de la economía, que hizo florecer una populosa clase media. Ahora parece lo contrario: que la economía es la que nos está quitando la libertad...

R.- Ahora se cierra el ciclo que comenzó en esos años. Un ciclo que ha durado medio siglo. Así lo veo yo. Antes de los 60 los españoles llevaban una vida muy austera: casi nadie iba a cenar fuera, reciclaban la ropa, miraban muy mucho lo que iban a comer cada día, incluso en capas amplias de la burguesía... En los 60 empezó la prosperidad que ahora vemos declinar.



P.- El programa radiofónico Rinomicina le busca, precedente de Quién sabe dónde y que vertebra las diversas tramas de la novela, acabó siendo muy incómodo para el franquismo, ¿no?

R.- Fue un programa que se emitió entre 1960 y 1962. No sé de dónde sacaron la idea. Si vino de Estados Unidos... No sé. Fue un éxito. Recibieron miles de cartas, con muchos tipos de desapariciones. Pero la mayoría estaban relacionadas con la guerra civil. Eso supuso que empezaran a removerse litigios del pasado que el régimen quería mantener soterrados, más ese momento que pretendía proyectar una imagen de modernidad y apertura. Al final sufrió muchas presiones políticas.



P.- El comisario Martínez no para de leer westerns folletinescos. ¿Es un guiño al mítico Silver Kane (González Ledesma)?

R.- Bueno, es un homenaje a toda la escuela de Bruguera. El primer reportaje que hice como periodista cultural fue sobre ellos. Lo titulé algo así como 'Escribidores de novelas a tanto el kilo'. La gran mayoría no dio luego el salto a la gran literatura, como sí hizo González Ledesma. Siguieron escribiendo novelitas de espías y de género. No tuvieron la suerte ni el talento, supongo, para hacerlo.



P.- ¿Qué se ha apropiado de ellos para su propia escritura? ¿De ellos y de los best seller, que tanto ha estudiado?

R.- Pues sobre todo la manera de mantener la atención del lector. Eso es algo como descubrir la piedra filosofal. Pero si estudias detenidamente estos libros sí aprecias algunas técnicas comunes. De todas formas, yo no he querido escribir un best seller. Ese no es mi registro. Lo que me gusta es escribir a partir de materiales reales, pero darle a la historia un tono de fábula.



P.- Esos materiales los vuelve a encontrar en su familia. En Una heredera de Barcelona se centraba en la peripecia de su abuelo, periodista y abogado. Ahora en la de su padre, publicista.

R.- En realidad los personajes de mi novela no son ni mi padre ni mi abuelo. Introduzco bastantes cambios y me concedo muchas licencias. Vengo de una familia de periodistas que por su trabajo han tenido acceso a muchos sitios, a muchas historias, que ellos no habían contado pero que yo sí he oído desde niño. No quería que se perdiesen.



P.- ¿Ese riesgo es el que le ha empujado a meterse en la escritura de novelas pasados los 50?

R.- Pues sí, en gran medida. Aunque ya con 20 años quise escribir una gran novela familiar pero luego no me sentí con la capacidad ni las ganas suficientes. Una heredera de Barcelona lo empecé como un libro de no ficción, a partir de artículos suyos y otro documentos. Pero según iba avanzando vi que se podía llevar al terreno de la ficción, como si fuera una novela policíaca, porque el contexto de Barcelona de los años 20 fue muy convulso, con muchos crímenes, asesinatos... Él estuvo muy cerca de todo eso, en su doble condición de periodista y abogado.



P.- ¿Y se apaña bien escribiendo novelas y dirigiendo el suplemento Culturas de La Vanguardia?

R.- Escribo por las mañanas, un par de horas. Luego a las once y media estoy ya en la redacción. El truco es no ir al gimnasio, como hace todo el mundo (risas). Ese tiempo que gano es el que empleo para escribir.



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