Gael García Bernal en un fotograma de No (Pablo Larraín, 2012).

El actor mexicano protagoniza la solvente 'No', película del Pablo Larraín que llega este fin de semana a las salas

No, la mejor película del joven director Pablo Larraín y la primera producción chilena candidata al Oscar, es un regreso al pasado reciente de este país que mira cara a cara al presente en un ejercicio brillante. Filmada en el formato de vídeo de la época, narra con credibilidad, pasión y frescura la historia de cómo un grupo de publicistas chilenos, a lo Mad Men, logró triunfar en el plebiscito que Pinochet se vio obligado a convocar en 1988. Lo hicieron con las mismas armas que el dictador había introducido en el país: las herramientas de la televisión, de la publicidad y del marketing. Capitalismo puro. Con más cocacola que marxismo, auparon al triunfo a las distintas posturas que aglutinaba el No al régimen. Sin afectación, con las dosis justas de gravedad y contagiada de la misma alegría que protagonizó aquella campaña histórica, la película lanza multitud de preguntas al espectador mientras deja que entre los fantasmas de la dictadura se asome un humor del que a menudo carece la crónica del siglo XX en el cine. Gael García Bernal (Amores perros, Diarios de motocicleta) interpreta con maestría al creativo responsable de aquella estrategia publicitaria que cambió un país (o no tanto, según plantea el filme). Tan apasionado está el actor con la obra de Larraín, que está acompañando al director a presentarla allá donde toque. Hoy, en Madrid. Le mueve el compromiso con un cine de mensaje, pero sobre todo saber que una película es buena, sentencia.



Pregunta.- Después de ver No, el público sale por lo general entusiasmado de la sala. Y eso que el tema que toca es serio. ¿No temieron que les acusaran de frivolones?

Respuesta.- No, al contrario, nunca la juzgamos como frívola. Es una campaña que funcionó, que cambió un país. Es indudable que es una de las madres de las campañas de la política y su jingle es pegajosísimo. Pero esa campaña tenía una base que la sustentaba, que concordaba con lo que vendía. Esa es la única razón por la que funcionó.



P.- Sin ser comedia, el humor con el que aborda algunos conflictos la hace muy divertida. ¿Fue deliberado introducirlo?

R.- Es un humor tácito, está en los 80, en la moda, en la fascinación por los microondas... También la campaña del No nos causa gracia porque está hecha con una intención ligera, de autocrítica, con mucha irreverencia. En contraparte, la del Sí es la que más nos hace reír, siendo la más seria de las dos opciones. Lo que sucede es que en cuanto vemos a Pinochet, nos causa gracia, viene junto con el paquete. Ponerlo ahí en el juego tan genio que hizo Pablo Larraín nos provoca esa sensación. Nunca dijimos: espera, que estamos tratando temas serios, tengamos cuidado, porque el humor estaba en el paquete.



P.- En realidad me refería a que el humor es una virtud en la película. Por ejemplo, en muchas producciones españolas, el pasado se narra con demasiada gravedad, a veces incluso con cierto tono lacrimógeno.

R.- Cuando yo veía la campaña del Sí pensaba: ojalá hubiera habido algo así en México. Pero en realidad te das cuenta de que la campaña casa con el momento. Aquello consistió en lograr que la gente saliera a votar sin miedo, sin violencia, y la gente votó. La diferencia con Pinochet era mínima, por eso había que lograr un discurso conciliador de todas las posturas contrarias al dictador, un discurso optimista, inmune al odio que provocaba el Sí. En un contexto español, por ejemplo, no equivaldría la misma fórmula porque la discusión es otra. El optimismo no puede ser siempre la opción. Querría poner un ejemplo distinto pero disculpa que lo jale a mi terreno: en México hicimos unos cortitos para crear conciencia sobre la inmigración. Mucha gente se enteró de las cosas que estaban pasando gracias a ellos y seguramente influyeron mucho en la discusión política actual. Eran optimistas en el sentido de que los inmigrantes son, somos, el futuro pero no era una serie alegre. En Chile el problema era ganar una elección y lo lograron con un acto democrático bello en el que se obtuvo una participación de más del 90 por ciento. ¿Quién iba a pensar entonces que el tema principal para discutir hoy en Chile sería la educación y que iban a ser los propios estudiantes los que pelearan por ella? Aquello les dio la libertad a los chicos que nacieron en la dictadura para luchar por el futuro, hoy en riesgo, de la educación superior gratuita en ese país.



P.- En la película, la izquierda es todavía esa vieja izquierda de grandes conceptos que se niega a asumir las armas del capitalismo. Sin embargo, al final son esas armas (los códigos de la publicidad, del marketing...) los que les llevan al triunfo.

R.- Sí, y ahora pasa al contrario, lo que tenemos es más bien una crisis de ideas. En publicidad existe la máxima de que por más buena que sea una campaña, si tras ella hay una mala idea o un mal producto, esta no servirá de nada. Una de las tantas críticas de la película se refiere a que los mismos elementos que impuso Pinochet son aquellos con los que se le derrotó. Lo de ahora es otra cosa, hay muchas fórmulas de vender algo, sí, pero nos importa un carajo lo que dicen los carteles. A la democracia le hemos dado muy mal uso, hay mil perversiones. La gente se vuelve loca hablando del debate de Obama y Romney, que si uno estaba distraído en el primero, que si las manos... ¿Y las ideas qué onda?



P.- ¿Cree que escasea el pensamiento?

R.- Sí, y hay una necesidad imperante de confrontación ideas, tenemos que eliminar el discurso único. La conciliación está bien pero es bueno enfrentarse, se trata de no asustarnos con estos modales democráticos de mesa. Discutan, discutan, hay que soltar las ideas. Ahora los jefes de estado sólo piensan en la siguiente elección, hay presidentes que han salido elegidos sin proponer una sola idea, y eso que como sociedad estamos más sofisticados, es la política la que está atrasada.



P.- Muchas de sus películas están vinculadas a un mensaje social o político. ¿Cuál es su idea de compromiso? ¿Cree en eso de que la cultura hace del mundo un lugar mejor?

R.- Las mejores películas, las que han cambiado algo, lo han hecho porque han sido testigos o catalizadoras de un cambio social y que, para empezar, son buenas. La mayoría ni siquiera trata el tema en cuestión de manera directa sino tangencial. Esta sobre Chile sí lo hace, pero en realidad es una reflexión universal. Es mucha responsabilidad decir que el cine puede cambiar una vida, eso es dotarlo de una carga solemne que puede volverlo propagandístico y, al contrario, el cine tiene esa función de bala perdida, de catalizar algo que ya está sucediendo. Todos podemos decir que fuimos a ver una película siendo unas personas y que salimos siendo otras. Es parte de la gentiliza que tienen las consecuencias artísticas. Para mí el cine no es un asunto político, elijo y veo las películas más bien pensando en que sean buenas. Ya sea una comedia frívola y tonta, que muchas de ellas son luego de lo más radical, o una historia que aborde un tema serio, siempre parto de que la película me guste y del punto de vista del director.



P.- Todo el peso de No recae en su personaje, que está lleno de matices, de miedos, de dudas, de rencor, de ganas de que todo se normalice... Si cada uno de los protagonistas representa una colectividad, una postura frente a la situación de Chile, ¿cuál diría que es la de René Saavedra, el publicista que interpreta?

R.- Todos los personajes tendrían matices si los conociéramos mejor. Vemos una ambigüedad en Saavedra porque es al que mejor conocemos dentro de la película, pero es cierto que no obedece a esas reglas arquetípicas de mantener una línea clara, sino que muestra su ambigüedad, la de la dimensión humana.



P.- Algunas web ya confirman que interpretará a El Zorro.

R.- Todavía no es cierto pero, sí, podría verme un proyecto así. Un zorro futurista... suena enigmático. ¡Ojalá lo sea!



P.- Compiten con Haneke en los Oscar. ¿Van a aplastarlo?

R.- Aplastar es una palabra muy fea. Le vamos a decir que 'No' a Haneke.

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