Archipiélago dinámico y deslumbramiento, 2008

Calcografía Nacional. Alcalá, 13. Madrid. Hasta el 24 de febrero.



El acta del jurado del premio que otorga la Calcografía Nacional reconocía en Luis Gordillo (Sevilla, 1934) su vínculo entre la producción gráfica y la pintura y, ciertamente, Gordillo ha hecho de la reproducción, la serie, las variantes cromáticas, las modalidades de estampación y el desarrollo de la imagen, instrumentos esenciales de su trabajo y vías abiertas de reflexión para sus contemporáneos.



El premio le llega, eso sí, tarde respecto a otros mayores, y revela, una vez más, esa mezcla de reconocimiento e incomodidad que la obra del artista (si no el último de los gigantes coetáneos vivo, pues ya se fueron Palazuelo, Pijuan y Tàpies, sí uno de los de mayor altura) provoca en las instituciones oficiales. Una estricta selección, mucho más reducida que la que reunió en 1998 en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, apunta a tres momentos esenciales: los años 70 y la primera mitad de los 90 del siglo XX, y la segunda mitad de la década ya transcurrida del XXI. También un guiño indica que los 80 los dedicó más a la pintura que a otras exploraciones plásticas.



Cobra relevancia que en las cartelas de cada pieza figure el nombre del estampador. Curioso no solo porque en la gráfica atienda a esa autoría “compartida” entre las sensibilidades del creador y el técnico (muchos de ellos también pintores), sino porque nos permite seguir una cierta historia de la estampa española y sus mejores autores. Así el serígrafo Abel Bello, trágicamente desaparecido; el argentino Óscar Manesi, fallecido también, con quien hizo unos extraordinarios aguafuertes y aguatintas; el maestro de litógrafos norteamericano Don Herbert o Juan Carlos Melero, con quien Gordillo ha hecho sus impresiones digitales. Las primeras serigrafías muestran los peculiares personajes que dieron lugar al gordillismo, que en uno de sus aspectos principales parte de una nueva consideración introspectiva del sujeto y su representación, así como de la insurgencia del color.



A finales de los 70, en la serie de litografías Grupo 15 (titulada como la galería-taller dirigida por María de Corral y Carmen Jiménez, donde Gordillo trabajó, y se inició como otros muchos artistas españoles en la gráfica), puede certificarse cómo en esos momentos, al borde inicial de los tan celebrados años 80, había consolidado ya un modelo de la imagen procedente del espacio psíquico, capaz de absorber su dualidad, escenificada en la duplicidad de espacios domésticos y en la febril actividad de los elementos estáticos de la composición. Cuarenta años después, palpita en ella la vida de la obra grande, aquella que sigue teniendo importancia para quienes no saben nada de su rico pasado, sino únicamente de su vibración activa en el presente.



Las obras más “abstractas” de los 90, como los Riñones y los Celularios, y ciertas piezas deslumbrantes obtenidas con el ordenador, que subrayan su compromiso permanente con la innovación, cierran la muestra.