El Congreso Internacional 'El canon del boom', organizado por la Cátedra Vargas Llosa y Acción Cultural Exterior, toca a su fin. A lo largo de toda la semana, casi una cincuentena de autores, de este y aquel lado del Atlántico, ha debatido en diversas universidades españolas y en la Casa de América sobre el estallido de este movimiento literario (que agrupó a figuras como Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, Carlos Fuentes...) y su vigencia en este tiempo.

Para cerrar la batería de argumentos, teorías, reivindicaciones, diatribas, manifestación de admiraciones..., los organizadores han delegado en José Manuel Caballero Bonald (Jérez, 1926). El poeta gaditano, que entrecruzó caminos con muchos de los protagonistas del boom, ofrece una conferencia en la que abordará "el papel esencial del mestizaje como factor de enriquecimiento de la lengua literaria".

Pregunta.- Literariamente, en qué medida se siente cercano al boom. ¿Qué rasgos cree que comparte con los miembros de este grupo?

Respuesta.- Sobre todo, la vitalidad lingüística, ese magnífico esfuerzo por renovar un lenguaje depauperado, anquilosado por los inmovilismos académicos. Algunos miembros del boom son sin duda unos excelentes artífices de la lengua literaria española del siglo XX, de sus variantes en libertad, pero los verdaderos fundadores -y no sólo en el ámbito hispanoamericano- pertenecen a la generación anterior: Onetti, Rulfo, Carpentier, Borges, Lezama.

P.- El uso de un lenguaje más llano y apegado a la calle fue una de las características que hermanó a este grupo de escritores. ¿En ese terreno, en el del uso del lenguaje, cuál la principal aportación del boom?

R.- Eso del lenguaje apegado a la calle puede ser muy equívoco. Suena a los usos más zafios del realismo, y el boom no tiene relación con nada de eso. Se trataba, eso sí, de rehabilitar ciertos hábitos dialectales, ciertos giros propios de cada país, para injertarlos en unas estructuras novelísticas bastante complejas. Los personajes de esas novelas podían hablar como se habla en la calle, pero estaban sujetos a una técnica narrativa que tenía muy poco que ver con la tradición realista.

P.-¿Puede decirse que en el terreno poético el boom no fue un movimiento de interés?

R.-¿En el terreno poético? No sé, el boom genera por sí mismo una poética muy atractiva, una poética de venía de Rulfo, de Onetti, de Lezama, y además debe mucho a poetas como César Vallejo, Borges, Neruda, Octavio Paz...

P.-¿Podría establecer su propio canon del boom citando sus tres obras predilectas de este movimiento?

R.- Por ejemplo, Cien años de soledad, Conversación en La Catedral y La otra raya del tigre (de Gómez Valderrama, un novelista colombiano desplazado de la lista canónica del boom).

P.- Usted tiene debilidad por Carpentier, ¿no?, que fue uno de esos autores más veteranos que se benefició de la repercusión internacional de este movimiento y cuya obra cobró nuevo impulso. En eso el boom también tuvo efectos muy positivos: en la nueva oportunidad que brindó a escritores hispanoamericanos anteriores, ¿no?

R.- Sí, por supuesto. El boom acabó incentivando la difusión de toda una generación de grandes novelistas hispanoamericanos que se habían quedado un poco rezagados, más que nada por razones de oportunidad editorial. Pero también desplazó de una primera apreciación justiciera a otros contemporáneos: Sergio Pitol, Julio Ramón Rybeiro, Pedro Gómez Valderrama, Juan José Saer...

P.- ¿Ha sido la Barcelona del boom el territorio literariamente más fértil que ha pisado en su vida? ¿O eso es mucho decir?

R.- Bueno, sí, Barcelona fue una ciudad muy ufana de su cultura literaria, sobre todo en los años 60, cuando viven y publican allí los más reconocibles miembros del boom. La labor de Carlos Barral, a través de Seix Barral, fue en este sentido providencial, digamos que fue como una oportunidad histórica muy bien aprovechada.

P.- ¿Por dónde van ir los tiros de su conferencia de clausura del boom?

R.- Voy a tratar sobre todo de un aspecto de la cuestión que me interesa mucho: el papel esencial del mestizaje como factor de enriquecimiento de la lengua literaria.