Incongruencias visuales y argumentales de The River

Cuando se apuesta por algo, especialmente si ese algo tiene algo de radicalidad en sus entrañas, entonces hay que ir hasta el final con la decisión tomada. Ser riguroso y honesto al respecto. Muchos directores, en este sentido, podrían aprender de partisanos como Godard o los Straub o Herzog o Lynch, que nunca han tenido miedo de tomar decisiones estéticas arriesgadas si entendían que era el mejor (o el único) modo de transmitir lo que deseaban con sus películas. Forma y fondo al unísono. No vale con ser experimentalista a medias. Hay que ser fiel a las buenas ideas, hay que cuidarlas y comprometerse con ellas y nunca traicionarlas. Uno de esos directores que podría tomar ejemplo es Oren Peli.



Ya cuando realizó Paranormal Activity, esa película que repitió la jugada de The Blair Witch Project irrumpiendo con fingido descaro 'amateur' en el género del terror, Peli concentraba toda la supuesta frescura del filme en su enunciado. La historia de una casa encantada filmada desde un único punto de vista -el de una cámara de vídeo instalada, la mayor parte del tiempo, en el dormitorio de la pareja- parecía recoger varias de las determinaciones estéticas de la ‘generación YouTube', pero acababa basando su previsible relato en los parámetros y códigos más viejos del género, sin hacer mayores esfuerzos por armonizar la supuesta innovación formal con cierta alteración narrativa. Con The River, la serie de ABC que ha creado con el mismo equipo de guionistas y productores de Paranormal Activity, Peli reincide en los mismos presupuestos de engañosa y falsa experimentación. Hay que reseñar que, como producción DreamWorks, esta es la tercera serie en un año en la que Steven Spielberg figura como productor ejecutivo.



El formato de The River se alimenta de la estética del round footage o "metraje encontrado", el de una expedición televisiva en busca de un célebre aventurero y presentador de un programa de naturaleza salvaje, Emmet Cole (Bruce Greenwood), que ha desaparecido en el Amazonas. De hecho, la serie se presenta como si fuera la emisión semanal del programa de Emmet, que acaba convirtiéndose en una especie de reality show en el que su mujer (Leslie Hope) y su hijo (Joe Andeson) encabezan la expedición de búsqueda, convencidos de que Emmet sigue vivo. The River establece una suerte de discurso en torno al realismo, la voracidad y la ubicuidad de las imágenes de vídeo mediante el empleo de diversas fuentes: material de archivo de las aventuras televisadas de Emmet Cole a lo largo de los años (Cole, en sus enfrentadas facetas de aventurero y hombre de familia, ha estado décadas al frente del programa), vídeos encontrados que contienen pistas de su desaparición (en busca de la "fuente mágica") y la propia grabación de la búsqueda, en la que intervienen fantasmas visibles e invisibles, sucesos paranormales de todo tipo y no pocas dosis de melodrama familiar.



La idea es buena pero no está ejecutada con corrección y acaba revelando todos sus defectos. Ya en el episodio piloto (dirigido por Jaume Collet-Serra) saltan a la vista varias incoherencias, que incrementarán de capítulo en capítulo, hasta el punto de que la concepción original en torno al ‘punto de vista' acaba perdiendo todo su sentido. Uno de los aspectos narrativos más interesantes de The River es que el barco de la expedición es al mismo tiempo la sala de edición del programa. En ella trabajan el productor y los operadores de cámara para poner en orden las imágenes que van encontrando en su expedición, que muestran al resto de personajes que forman parte de la búsqueda y que formarán parte del programa final (que de hecho es el que se supone que estamos viendo). Se produce por tanto una narración en cascada, segundas y terceras ventanas de un relato que genera más relatos en su interior, en los que la información a la que van teniendo acceso los miembros de la expedición -que entre desapariciones e incorporaciones va modificándose constantemente- también es ofrecida simultáneamente a los espectadores. Aunque suene complicado, en verdad es muy sencillo y efectivo como artefacto narrativo.



El "experimento", lamentablemente, incurre en dos graves errores. Por un lado, hay muchos planos y secuencias que no han podido ser grabados por ninguno de los personajes que aparece en pantalla, a menos que haya operadores de cámara siguiendo la expedición en helicóptero (que no es el caso) o que tengan un imposible don de la ubicuidad. Las opciones de montaje apuestan en muchos casos por un convencional ordenamiento de plano-contraplano que, a pesar de las múltiples cámaras desperdigadas por todos los rincones del barco, o que siguen a la expedición en sus peligrosos internamientos en la selva fantasmagórica, son del todo punto impracticables. Cuando la serie quiere asustarnos, recurre a las tácticas ‘amateurs' de la cámara subjetiva en manos de un personaje: el grano del vídeo, la inestabilidad de las cámara, la edición de secuencias de acción con ráfagas de imágenes oscuras y caóticas que hacen casi incomprensible lo que estamos viendo. La propia serie, por tanto, acaba saboteando los propios fundamentos estéticos en los que teóricamente basa toda su lógica visual, que indefectiblemente se vuelve ilógica.





Por otro lado, como ya ocurría en Paranormal Activity, el "radical" discurso de las formas acaba camuflando un relato de lo más convencional y, a la postre, superficial, en el que los diálogos están muy poco cuidados y los personajes apenas crecen en volumen y en interés, más bien al contrario. Todo pasa por simplificar lo que podría ser perfectamente complejo. Las resonancias argumentales de The River con Perdidos son más que evidentes, como también lo son las inspiraciones de La isla del doctor Moreau o El corazón de las tinieblas, así como diversos formatos de los realitys televisivos. Las promesas de los dos primeros episodios, que aún guardan algo de audacia en sus entrañas, acaban perdidas en los sucesivos capítulos en un cóctel de relatos de terror, con capítulos temáticos dedicados a prácticas de brujería, presencias demoníacas, muñecos satánicos, criaturas de ultramundo y hasta zombies en la selva. La aparente novedad estética de la serie fracasa en su intento de ofrecer un producto revulsivo. Al final de sus nueve capítulos, tendremos la sensación de que nos han intentado colar gato por liebre.