Renée Fleming. Foto: Andrew Eccles.

La soprano cierra esta tarde el año de Ibermúsica con Christoph Eschenbach y la London Philharmonic Orchestra en el Auditorio Nacional de Música de Madrid.

Con 51 roles a sus espaldas, Renée Fleming (Indiana, 1959) no es una diva cualquiera. Después de jugarse el tipo con Dark Hope, una desacomplejada incursión en el repertorio de Peter Gabriel, Leonard Cohen y otros gurús, la soprano estadounidense vuelve a Richard Strauss con la edición en DVD del montaje de Capriccio (Decca) que se vio este año en el Metropolitan de Nueva York. Poco después, Spielberg la convocó en los estudios de Hollywood para poner voz y decibelios a los archiagudos de Je veux vivre con los que la Castafiore hace estallar las vitrinas en una de las secuencias de Tintín. Fleming no descarta repetir la experiencia del crossover ni volver a tutear a Duffy y Arcade Fire en el futuro, pero de momento está centrada en su nuevo rol straussiano, una Ariadna (en Naxos) que debutará en Baden-Baden dentro de unas semanas "con Christian Thielemann como guardaespaldas". Precisamente con las Cuatro últimas canciones de Strauss cierra esta tarde el año de Ibermúsica. La acompañan en su visita al Auditorio Nacional de Música de Madrid el maestro Christoph Eschenbach y la London Philharmonic Orchestra.



Pregunta.- Después de Dark Hope, reaparece con Capriccio. ¿Vuelta a casa por Navidad?

Respuesta.- (Risas). Puedo decir que amo, que quiero a Richard Strauss. Después de un crossover como Dark Hope mi voz necesitaba volver a él, recuperar su punto de equilibrio y saborear por un momento la calma que me produce su música. Salgo como nueva de las funciones de Capriccio en el Metropolitan...



P.- ¿Se puede sentir en la parte de La Condesa que Capriccio es la última ópera de Strauss?

R.- No sé cómo, pero sí. Es una partitura reivindicativa, toda una sentencia operística en la que el compositor se sincera por última vez con el público. Muchos consideran que después de Salomé y Elektra, Strauss no volvió a ser rompedor ni revolucionario. En ese sentido, Capriccio requiere de una escucha entre líneas, es como...



P.- ¿El canto de un cisne?

R.- Exacto. Siempre he tenido la sensación de que Strauss tenía una vida interior fascinante, en todos los sentidos. Capriccio lo delata.



P.- La ópera plantea el eterno dilema entre la música y la palabra. ¿Quién gana al final?

R.- Me atrevería a decir que es la música la vencedora. El último solo de trompa es un homenaje a los músicos, y más concretamente a su padre, Franz Strauss, que fue trompa solista en la Ópera de la Corte de Múnich.



P.- Muchos critican su excesivo estatismo.

R.- Es una ópera dentro de la ópera, una composición de cámara en la que Strauss y su colaborador, el director Clemens Krauss, pensaban en un público reducido. Por eso creo que, aunque el montaje de John Cox en el Metropolitan era sensacional y preservaba todas las esencias de la partitura, Capriccio se disfruta casi mejor en ediciones en DVD, como esta de Decca, que al abrigo de los grandes teatros. Para disfrutar al 100% de la ópera necesitas ver la cara de los cantantes de cerca, leer la expresión de sus rostros.



P.- ¿Cuál es su próximo reto?

R.- Vengo de ensayar mi primera Ariadna, que debutaré el próximo mes de febrero en Baden-Baden. El gran Christian Thielemann será mis guardaespaldas (Risas). Tengo entre manos otro nuevo rol, pero no puedo avanzar nada hasta dentro de dos o tres años. Si sale, será algo muy arriesgado, se lo aseguro... En cuanto a grabaciones, no descarto hacer otro crossover en el futuro, pero ya tengo pensado el repertorio de mi próximo disco. Se trata de una selección maravillosa de arias francesas del siglo XX, pero no le puedo adelantar nada más.



P.- ¿Algún otro cameo cinematográfico en la agenda?

R.- Ojalá (Risas). Lo he pasado francamente bien haciendo de Castafiore por unas horas...



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