La película más exitosa en taquilla de este verano es, aquí y en el mundo entero, El origen del planeta de los simios. La semana pasada seguía como número uno de recaudación y se ha convertido en ese filme, a falta de la llegada hoy de Súper 8, que todo el mundo está yendo a ver. Este éxito masivo no debe sorprendernos si tenemos en cuenta que el remake de la película original que dirigió Tim Burton en 2001 también arrasó aun siendo malo (lo que tiene más mérito) y que los filmes de Charlton Heston han mantenido a lo largo del tiempo su vigencia en el imaginario colectivo con una gran fuerza. Sin duda, hay algo atávico relacionado con nuestros instintos más primarios en esta obsesión que padecemos por el Apocalipsis, en la última década hay varios títulos por año y son tantas las películas sobre ello (desde tremebundas como 2012 a paródicas como The Crazies o "científicas" como Una verdad peligrosa) que sería digno de un basto análisis por qué queremos ver una y otra vez nuestra propia autodestrucción. Todos sabemos lo fácil que es encontrarse con gente, religiosa o no, que está convencida de que a la humanidad no le queda mucho futuro. Es extraño.



Dentro del género, la variante virus maléfico es una de las más habituales. Ahí está la saga que empieza con 28 días después (y continúa con 28 semanas después) o lo próximo de Soderbergh, Contagion, que se podrá ver en Venecia. El origen del planeta de los simios, curiosa traducción, por cierto, del original "rise" que significa el "alzamiento" (palabra fea donde las haya en España), plantea que ese virus, además de matar a las personas, dota a los simios de un grado de inteligencia que los hace superiores a los humanos. El inventor de la pócima no es un científico excéntrico sino un jovencito de sonrisa fácil como James Franco, empeñado en curar el Alzheimer no por motivos sospechosos sino por el bien de la humanidad (y de su propio padre). Franco encarna un personaje muy habitual del cine estadounidense, el del chico entregado al trabajo con poquísima vida social más allá de su propia familia. A veces, viendo las películas americanas, da la impresión de que la gente allí está muy sola. Hay una novia, que aporta más bien poca cosa, pero al menos nos da la oportunidad de disfrutar de la magnética belleza de Freida Pinto.



El origen del planeta de los simios sorprende al espectador por muchas cosas y casi todas buenas. La película proporciona un deslumbrante despliegue de efectos especiales, que quizá aun no han alcanzado a perfección a la hora de dominar los movimientos de los monos pero se acerca de forma deslumbrante en algunas secuencias: el sensacional final es un buen ejemplo de ello. Pero a ese virtuosismo técnico se le añade algo más insólito en el reciente cine comercial de Estados Unidos como la voluntad por contar una historia y, además, de profundizar en las emociones de sus personajes, empezando por el verdadero protagonista, César, un primate que acaba liderando la revolución tras ser criado por Franco y su padre enfermo. Así, la película se preocupa por narrar ese "alzamiento" atendiendo a verdades universales como el odio de los oprimidos por los opresores o planteando incluso una reflexión sobre la paternidad a través de ese hijo simiesco que acaba revelándose contra quienes le dieron de comer llevando hasta el extremo aquello de "matar al padre" (en un momento del filme, Franco le dice al mono directamente que es su padre).



Todo ello, además, sucede en una película con mimbres de serie B que al contrario que muchos títulos de una banalidad insufrible, no amarga la vida al espectador con reflexiones filosóficas de mercadillo ni buscando un tono épico y redentor que sirva como lección moral (véase como ejemplo patético de esta variable un filme como Ultimátum a la tierra) o como excusa para el desenfreno sentimental (revísese Armagedon). El origen... plantea una crítica rotunda a los peligros que conlleva que el hombre se dedique a hacer de Dios con su ciencia pero lo hace de forma sutil, sin aspavientos ni discursos grandilocuentes. Es una película mucho más preocupada por representar de forma coherente emociones humanas (el afecto pero también el rencor o aquello de que el infierno está lleno de buenas intenciones) en la que acaba siendo la codicia del irresponsable presidente de una empresa y la ingenuidad de un científico enloquecido lo que precipita nuestro final. Todo ello lo cuenta con ritmo y con gracia, dando un protagonismo insólito a los simios, lo que a veces la hace parecer una versión pulp de Gorilas en la niebla. Aquí, los buenos son los monos hasta que comienzan a matarnos. Nos lo merecemos, parece decir el filme. Y mucho me temo que existe la sospecha generalizada de que podría ser así. De ahí quizá su éxito.