Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) reincide de nuevo: una novela suya vuelve a desarrollarse en el periodo en que el franquismo se resquebrajaba y había que pensar de nuevo el país. Ya lo hizo con Dientes de leche y El tiempo de las mujeres. Y ahora con El día de mañana (Seix Barral), en la que narra la historia de Justo Gil, un joven pícaro y arribista que intenta medrar brindándose como soplón a la policía del régimen. El escritor aragonés, instalado en Barcelona desde el 82, se justifica: "En esa época tuvo lugar el último gran cambio en nuestra historia colectiva. Es cuando se configuró la España en la que ahora vivimos". Una España que por fin ha consolidado una democracia de cierta calidad, pero que para conseguirlo ha tenido que pagar "un alto precio en sangre".



Pregunta.- Los años de decadencia del franquismo es una época en la que suele situar bastantes historias. ¿Por qué le atrae tanto?

Respuesta.- Porque es el último gran momento de grandes cambios en nuestra historia colectiva. Es cuando se configura una España distinta y nueva, que es en la que vivimos ahora. Estudiando aquellos años se pueden responder muchas cuestiones de nuestro presente.



P.- Dice que le han sido muy útiles para documentarse antiguos periodistas y policías. ¿Quiénes han sido los que más le han ayudado?

R.- Xavier Vinader sobre todo. Él era un joven periodista especializado en violencia política. Estuvo infiltrado en grupos de extrema derecha y también conocía a fondo los movimientos revolucionarios de izquierda. Publicó bastantes reportajes en Interviú. También me ha ayudado mucho un viejo policía de la Brigada Político Social. Él llegó al cuerpo a finales de los 60, cuando las torturas se habían suavizado, porque había gente nueva que no había vivido la guerra y que estaba a la expectativa de los cambios que estaban a punto de llegar. Aun así conoció de primera mano los métodos salvajes empleados en comisarías como la de la Vía Laietana.



P.- Pone sobre la mesa una cifra muy llamativa, que quizá muchos no tengan presente: entre la muerte de Franco y la llegada al poder del PSOE en España murieron 600 personas por razones políticas.

R.- Es una cifra que sacó a relucir Mariano Sánchez Soler en su libro Transición sangrienta. Se pagó un alto precio en sangre, pero es que el cambio fue demasiado drástico: pasar de una dictadura a una democracia. Entonces, en caliente, no nos dimos cuenta de lo alto que era. Ahora, en frío, sabemos que 600 muertos son muchos muertos.



P.- El protagonista de El día de mañana es Justo Gil, un confidente de la policía. ¿Cuál era el método más común a la hora de reclutar chivatos?

R.- Muchos de los soplones eran delincuentes comunes que, a cambio de sus servicios, recibían un trato de favor. Pero había muchos confidentes, sobre todo de grupos revolucionarios, que lo hacían sencillamente por lazos de amistad. Se comunicaban sólo con policías concretos. La fuerzas de seguridad también aprovechaban algunas debilidades de los revolucionarios, como la homosexualidad. Es lo que cuenta Juan Goytisolo en sus memorias. A él el comisario Creix, uno de los más famosos torturadores, le advirtió que las desviaciones le ponían en una situación muy complicada. Y también se aprovechaban de las disputas internas que surgían en estos grupúsculos.



P.- Ha confesado que escribir sobre Barcelona es peligroso...

R.- Sí. Hay mucha literatura sobre la ciudad llena de clichés a los que se vuelven una y otra vez. Se repiten historias, escenarios... Yo he querido huir de eso, contar una Barcelona que no tiene nada que ver con la autores como Agustí o Segarra. Yo no cuento la Barcelona que conocí, sino una anterior a mi llegada, que está en la memoria de otras personas que he ido conociendo en todo este tiempo.



P.- Usted llegó a Barcelona en el 82. ¿Queda algo de aquella Barcelona en la actualidad?

R.- Ha cambiado mucho, como toda España. Hay algunos fenómenos, como el del nacionalismo que la han transformado bastante. Una consulta soberanista como la que ha celebrado este domingo sería impensable diez años atrás. Ese nacionalismo cada vez es más excluyente.



P.- ¿Diría que la novela está en la línea caleidoscópica de Manhattan Transfer y La colmena?

R.- Sí, porque no se somete a un solo punto de vista sino a una suma de subjetividades que permiten acercarse mejor a la realidad, con opiniones contrapuestas. John Dos Passos es un autor que admiro mucho, al que he prologado, y que nos dio un modelo muy válido para retratar épocas y ciudades.



P.- ¿Le gusta que digan de usted que es un escritor de estilo invisible?

R.- Sí, porque una de mis fijaciones es encontrar siempre la palabra precisa y que el lenguaje jamás interponga entre el lector y la historia. Intento ser un escritor transparente.

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