El Cultural

Cuatro noches romanas

Guillermo Carnero

29 mayo, 2009 02:00

Guillermo Carnero. Foto: Julián Jaén

Tusquets, 2009. 64 pp., 9 e.

En Fuente de Médicis (2006) presentaba Guillermo Carnero (Valencia, 1947) un diálogo entre el yo poético y una estatua de Galatea en el que la muerte se hacía omnipresente, como tal y en sus formas de ruina, de fracaso de la empresa de la vida y aun de la escritura. Tras ese libro espléndido, Cuatro noches romanas, que no lo es menos, prolonga esa dramatización y ahora uno de los interlocutores es la muerte, o una figuración de ella; el otro, alguien que lleva toda su vida escribiéndole por qué la destrucción espera a todo, las cosas, la belleza del arte, las personas. De manera que el libro desarrolla un ubi sunt? generalizado, una meditación sobre la pregunta última, sobre la vida y la muerte.

Todo es inútil, la búsqueda de la belleza acaba dando, cuando se alcanza, dolor y no consuelo y es que la muerte sabe que es posible llegar a poseerla, "pero no ser en ella, ni salvarla / de la degradación y la ruina". Ello incluye, por supuesto, a la poesía, nombrada como "de-sierto inabarcable / de la esterilidad de la palabra", pese a lo cual se continúa recorriéndolo en pos de lo imposible, de "un punto en que pueden dos miradas / encontrarse y decirse: somos una", definición que vale tanto para el fenómeno poético, el encuentro de poeta y lector, como para el amor.

Quien ha aprendido que la fugacidad es la cualidad de lo existente, solicita "Quítame la conciencia o dame eternidad", pero tales pretensiones son estériles. No hay redención y es que la figura de la muerte, cruel, recuerda cómo el peor enemigo es la memoria y habría que librarse de ella, darse a la indiferencia, al olvido, pero tal estado es, no se olvide, lo que ofrece la muerte.

Quedaría el consuelo de permanecer en la memoria de los otros, la fama, pero tal cosa no es más que "el mejor engaño", la realidad es que "será ruina también toda memoria, / cualquier identidad; toda palabra, / música incidental y pasajera", los versos más logrados no son, como ya advirtió Carnero hace años, sino dibujo de la muerte. Sin embargo, la fe poética continúa su trabajo y es la escritura, la lectura, la antítesis de lo que aquí se afirma y este libro es todo un alegato, una prueba a contrario.

Nos creerán, dice la muerte, "un par de ancianos locos", pero aquí no hay locura, sino ansia de conocimiento y sabiduría poética.