"Es un éxito especialmente emocionante, quizás más que algún título de Grand Slam por lo inesperado que es todo".  

La frase es de Rafael Nadal, y tiene una lectura inequívoca: llegar a la final del Abierto de Australia (se mide el próximo domingo a Daniil Medvedev) después de acariciar la retirada hace unos meses ha removido por dentro al tenista, pegándole un pellizco en el corazón. Es completamente normal: el mallorquín se ha pasado los últimos cinco meses buscando soluciones para combatir la enfermedad de Müller-Weiss, una displasia del escafoides tarsiano que sufre desde 2005 en su pie izquierdo, pero que se volvió intolerable en la mitad de 2021, obligándole a cerrar su temporada en agosto.

Entonces, y con 35 años, el campeón de 20 grandes se lanzó a un incierto proceso de recuperación (con varios tratamientos, incluyendo uno que le dejó en muletas unos días), padeció la inestabilidad en la evolución de la lesión (unos días mejor, otros de nuevo peor) y terminó tomando una decisión arriesgada: viajar a Abu Dhabi para jugar un torneo de exhibición pisando el acelerador al máximo y asumir las consecuencias, aunque eso implicase no estar en Australia o replantearse su carrera. Todo o nada.

Nadal, tras pasar a la final del Abierto de Australia. Loren Elliott REUTERS

"Hace poco estaba teniendo conversaciones con mi equipo y familia sobre la posibilidad de decir adiós", reconoció el balear. "Hemos pasado por muchos momentos complicados estos últimos meses y hace tres semanas veíamos casi imposible estar donde estamos. No sabía si volvería a jugar porque no éramos capaces de solucionar mis problemas. Tengo lo que tengo, y no se va a solucionar", prosiguió el número cinco mundial. "Al final, la vida te da este tipo de sorpresas y oportunidades. Es un semimilagro, pero la realidad es que estoy feliz y disfrutando", insistió. "Eso no quita que tenga las ganas y la ilusión de hacer el último esfuerzo, pero para mí es mucho más importante tener la oportunidad de jugar al tenis que ganar el 21".

Subido a esa ola de felicidad, y priorizando algo tan sencillo como competir de nuevo por encima de cualquier trofeo, Nadal asalta la final consciente de lo que tiene por delante: una ocasión inmejorable de abrir brecha con Roger Federer y Novak Djokovic (está empatado a 20 títulos de Grand Slam ahora mismo) en la carrera por ser el mejor jugador de todos los tiempos. 

"El domingo me juego un Grand Slam", dijo el español. "No sé si será mi última oportunidad o no. Hace poco tiempo parecía que no habría otra ocasión, pero aquí estamos", añadió. "Ni siquiera ganar el domingo significará que voy a ser el mejor de la historia al final de mi carrera. De 20 a 21 tampoco cambia tanto, y esta es una realidad. Me haría mucha ilusión. Si gano me dará felicidad momentánea sin duda, pero no creo que mi vida cambie".

Así han cambiado las cosas en el último medio año. En septiembre, Djokovic estaba a una victoria de ganar los cuatro grandes la misma temporada, lo que también le habría entregado el récord absoluto de títulos de Grand Slam. Perder la final con Medvedev privó al serbio de ese privilegio y la crisis a la que se enfrentó en Australia, y que acabó con su deportación, han dejado a uno de sus máximos rivales en esa pelea en una posición muy ventajosa: Nadal puede salir de Melbourne con 21 grandes y llegar a Roland Garros, el torneo de su vida, como gran candidato para estirar esa marca a 22.

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