Melbourne (enviado especial)

El resultado (6-1, 6-3 y 6-1) dice lo siguiente: Rafael Nadal llega a la segunda semana del Abierto de Australia volando. En su tercer partido en el torneo, el tercero también en 2018, el número uno del mundo abruma Damir Dzumhur, que se marcha de la pista impresionado, y se clasifica para jugar el próximo domingo los octavos de final ante Diego Schwartzman, vencedor 6-7, 6-2, 6-3 y 6-3 del ucraniano Dolgopolov. [Narración y estadísticas]

“Mi línea a seguir es el ritmo alto que he logrado en el primer set”, avisa Nadal en la sala de prensa, donde se entera de que Carlos Bernardes le ha pitado un warning antes de empezar el partido por tardar más de un minuto en empezar a jugar, el tiempo que establece la nueva regla. “A él le costaba seguirme y eso es una señal muy buena. En términos generales he estado bien, ha sido un partido bueno”, añade el balear. “Hemos hecho las cosas bien para intentar llegar lo mejor posible, pero no me marco ningún plazo, salvo el del día a día. Creo que estoy jugando bien”.

“Viene con una inercia positiva del año pasado”, apunta Carlos Moyà, entrenador del tenista. “Terminar número uno, ganar dos grandes… lógicamente le sirvió para algo. Rafa se está sintiendo bien, sólido, pero no me sorprende”, asevera. “Confío tanto en él que hay muy pocas que me sorprendan, me sorprendería si jugara mal”, insiste. Soy consciente de lo que es capaz”.

Dzumhur, nacido en Sarajevo poco tiempo después del estallido de la guerra de los Balcanes, es todo un milagro porque alcanzar el profesionalismo tras crecer en una Bosnia derruida, sin infraestructuras de ninguna clase, tiene un mérito incalculable. Distinguido hoy como el único tenista de su país dentro del top-100, el 30 mundial se cita con Nadal con otro motivo para sacar pecho: Dzumhur es de los pocos tenistas que tienen el cara a cara favorable (1-0) con el balear. 

Como todos los jugadores, Nadal sale a competir con el recuerdo del último partido ante su oponente bien presente. En 2016, durante su estreno en el Masters 1000 de Miami, el español saca bandera blanca tras un golpe de calor (32 grados y una humedad del 65%) porque teme perder el conocimiento en la pista (“me encuentro mal”, le dice entonces al juez de silla, mientras el médico le toma la tensión. “No estoy aquí”, le insiste antes de abandonar con 0-3 en la tercera manga, totalmente desorientado). El jueves, con el pase a los octavos de final del primer grande de la temporada en juego, las cosas cambian desde las horas antes.

A las tres de la tarde, Nadal se va a calentar a la pista 16 durante 30 minutos. Arde Melbourne (40 grados, aunque con unos niveles de humedad casi inexistentes) y el mallorquín evita repetir el error de hace dos años en Miami, donde apura casi una hora y media para entrar en calor en la previa de su cruce con Dzhumur. Nadal, que ya no necesita esas palizas porque no es el jugador del pasado, empieza a ganar el encuentro con la decisión de esquivar el desgaste desde el calentamiento.

En su segundo partido en Margaret Court, el primero desde 2004, la aparición en tromba del mallorquín (5-0 en 15 minutos) deja sin argumentos a Dzhumhur, que pierde 20 de los primeros 24 puntos del encuentro y se encuentra con el cruce cuesta arriba demasiado pronto, con la tribuna todavía a medio llenar. El número uno, que desperdicia una oportunidad de ganar en blanco la primera manga, firma un arranque imponente (14 ganadores en media hora, acaba sumando 27 al final de la noche) y cada vez que tira produce un golpe cargado de intención.

“¡Vamos, matador!”, grita una aficionada en la grada para animar al español, que hoy no necesita ánimos, y su reacción tras perder por primera vez el saque en el segundo parcial (para 2-2) lo demuestra de sobra. Apretando los dientes solo un poquito, Nadal se recupera de ese break devolviéndoselo a su contrario justo a continuación (3-2) y desmoraliza del todo a Dzhumhur mandándole con su reacción el siguiente mensaje: vas a perder, hagas lo que hagas.

Eso es exactamente lo que ocurre: el bosnio, que lucha todos los puntos y no regala nada, con su clásica tela de araña, se marcha de la pista como si le hubiese pasado una apisonadora por encima. Ese es Nadal, el número uno, el mejor tenista del mundo. 

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