Melbourne (enviado especial)

El reloj se para en algo más de dos horas y media, aunque en realidad la victoria está hecha en 50 minutos. Cuando el sol y la sombra se reparten el espacio de la Rod Laver Arena, con la noche preparándose para tomar el relevo del día, Rafael Nadal ya tiene despejada su clasificación hacia la tercera ronda del Abierto de Australia, que celebra en un estadio sin brillos ni reflejos. El español, que gana 6-3, 6-4 y 7-6 a Leonardo Mayer en su segundo partido de la temporada, juega con una sensación de superioridad prominente desde que logra el primer break del cruce (con 2-1), confirma que no se acuerda de su lesión en el tendón rotuliano de la rodilla derecha y se cita así con Damir Dzumhur (7-5, 3-6, 6-4 y 6-1 a John Millman) por el pase a los octavos de final del primer grande del año.

“El partido requería más que el primer día y lo positivo es que estaba preparado para dar lo que necesitaba”, analiza Nadal luego, ya sentado ante los periodistas. “Creo que he jugado bien en general. Siempre se puede mejorar, pero en general ha sido un partido completo ante un rival que era bastante incómodo”, celebra el balear. “He cometido pocos errores no forzados, diez en total. Para lo que ha durado el partido son muy pocos y he tenido 40 golpes ganadores así que ha sido una buena victoria”.

“Poco más se puede pedir”, reconoce tras el partido Carlos Moyà, el entrenador que acompaña a Nadal en el torneo. “Hace dos semanas, cuando llegamos aquí, habríamos firmado tener esta evolución tan buena y positiva”, añadió el ex número uno mundial. “Ha jugado a buen nivel. Es solo su segundo partido de la temporada y hay que estar contentos, aunque todavía necesita más encuentros para llegar a su 100%”.

Los 30 grados de temperatura que caen sobre Melbourne a la hora del encuentro son una bofetada para los pulmones de los jugadores, que desde el calentamiento sudan a chorros como si llevasen horas peleando bajo el fuego. Nadal compite con la camiseta sin mangas pegada al cuerpo, completamente encharcada. Mayer lo hace con la cara roja por el esfuerzo, apurando una botella de agua tras otra. Se ven sombreros y gorras en la grada, muchos abanicos de papel y también botes de crema solar. Nadie está a salvo, pero los tenistas son los que más sufren porque el pase a la tercera ronda del torneo se discute en una pista en llamas.

Nadal, celebrando un punto ante Mayer. Tracey Nearmy Efe

Mayer incomoda a Nadal durante los primeros minutos del partido. El argentino sale decidido a jugar con una valentía admirable: resta profundo, poniendo los servicios del número uno en la línea, se atreve a improvisar haciendo saque y red, una jugada que su oponente no se espera, y ataca sin ningún complejo la derecha del mallorquín, de largo el mejor tiro que tiene el campeón de 16 grandes. Sin que le importe nada el cara a cara (0-4), y agarrándose al buen recuerdo del último precedente en el Abierto de los Estados Unidos de 2017, Mayer se mueve por la fe y busca con convicción un triunfo de renombre.

Pronto, Nadal se pierde entre los jueces de línea que están plantados en los fondos de la pista. El español se coloca muy atrás para devolver los peligrosos saques de Mayer (15 aces), atrincherándose en su zona de confort habitual y generando desde ahí ocasiones de peligro con su potencia de siempre. A Mayer, que tiene una diana gigantesca en el revés a una mano, le llueven pelotas con altura que no puede domar, y si lo consigue da igual porque al balear le queda mucho hueco libre para rematar los intercambios.

Al final del encuentro, y pese un resbalón provocado por la insistencia de su rival (break de Mayer cuando el mallorquín saca por el partido con 5-4), el interesante equilibrio del número uno entre sus ataques y sus fallos (40 ganadores por 10 errores no forzados) es posiblemente la mejor señal de que Nadal está para cosas importantes, aunque siga teniendo mucho margen para la mejora. Que su rodilla le responda, por supuesto, también es un síntoma al que agarrarse con fuerza en la ascensión hacia la copa de campeón.

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