A día de hoy, la participación de Rusia en el Mundial de fútbol que organiza el propio país entre junio y julio está en tela de juicio. No sería nada descabellado que varios de sus jugadores fuesen sancionados. E incluso toda su selección nacional. La culpa la tienen las últimas revelaciones de una de las cabezas pensantes del sistema de dopaje que corrompe al deporte ruso desde hace años, Grigory Rodchenkov: dopar a los futbolistas nacionales de cara al gran evento deportivo de este verano estuvo encima de la mesa.

¿Cuál era el plan para alterar el rendimiento de los deportistas? Dar el cambiazo con la orina. Es decir, sustituir las muestras limpias por otras manipuladas sin que nadie se diese cuenta. Así, podría haber habido dopaje a discreción, con total inmunidad. Algo parecido a lo que ya sucedió en los pasados Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi 2014, cuando las trampas se realizaron a nivel “industrial”.

La palabra de Rodchenkov sobre todo este asunto no puede tener mayor credibilidad. Exdirector del Centro Antidopaje de Moscú, está en Estados Unidos en condición de testigo protegido tras aportar un numeroso volumen de pruebas a la investigación sobre el dopaje ruso. Bryan Fogel, director del documental Ícaro, ya lo dejó claro: el grado de culpabilidad del fútbol en el escándalo está a la misma altura que el de los deportes de invierno o el atletismo. Al menos, a tenor de lo que le contó el protagonista de la cinta que el estadounidense dirigió para Netflix.

Grigory Rodchenkov es uno de los personajes fundamentales en la trama del dopaje ruso. Netflix

De ahí que la FIFA esté muy pendiente de este tema cinco meses antes de su cita fetiche, la mundialista. Hay intención de entrevistarse con Rodchenkov para conocer al detalle todo lo que sabe. Eso sí, antes se analizará toda la información posible sobre la vinculación entre el deporte rey y el dopaje ruso. Hay otro gran nombre propio en el caso: Vitaly Mutko, viceprimer ministro de Vladimir Putin y, hasta diciembre, gran peso pesado del balompié ruso.

El mes pasado, Mutko dimitió de su cargo como presidente de la federación de fútbol del país. Tres días después, dejó de ser el máximo responsable del comité organizador del Mundial. No es de extrañar tras salir a la luz el intento de corromper el presente torneo y, también, la investigación por dopaje a la totalidad de la selección de Rusia que compitió en Brasil 2014. En total, 34 futbolistas (los 23 del equipo nacional en aquel torneo y 11 profesionales más) aparecieron en una lista de más de 1.000 personas consideradas de interés por sus vínculos con el doping.

Mutko siempre se lavó las manos con respecto a la polémica. Quien también fuera ministro de Deportes entre 2008 y 2016 llegó a declarar, según Rodchenkov, que el fútbol debía permanecer limpio. Lo cual no significaba que los jugadores rusos no se dopasen, sino simplemente que no se hiciese público ningún positivo que les afectase. Es decir, que se tapasen las trampas como fuese.

Las malas prácticas vienen de lejos

Ningún vínculo entre Rusia y el dopaje debe sorprender demasiado. No cuando es el país que más medallas olímpicas ha perdido por este motivo: 49. Tanto es así que a Moscú 1980 se los llegó a definir como “Juegos de los Químicos” y que se había previsto un sistema de dopaje en el atletismo de cara a Los Ángeles 1984 (finalmente la entonces Unión Soviética boicoteó aquellos Juegos).

Años después, este último deporte sirvió para empezar a destapar las trampas rusas. A partir de 2010, la Agencia Mundial Antidopaje empezó a recibir numerosa información sobre el dopaje sistémico de los atletas del país. Vitaly Stepanov, empleado de la Agencia Antidopaje Rusa y marido de la mediofondista Yulia Stepanova, fue clave a la hora de destapar buena parte de las irregularidades.

La aparición del matrimonio en un documental sobre el tema emitido en la televisión alemana motivó que las investigaciones fuesen un paso más allá. Reconocer que se falsificaron pruebas, también el caso de un atleta que entregó el 5% de sus ganancias a cambio de sustancias prohibidas, fue bastante llamativo. Y las consecuencias no se hicieron esperar, como la expulsión del atletismo ruso de todas las grandes citas de este deporte. O el informe McLaren, que constató la desaparición de multitud de positivos entre finales de 2011 y agosto de 2015.

Gracias a esta investigación, se conoció el dopaje a gran escala llevado a cabo por Rusia, con el beneplácito de su gobierno, en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi 2014. Y con un papel fundamental del ya mencionado Grigory Rodchenkov. Los rusos, organizadores del evento, encabezaron el medallero con 33 preseas (13 de oro), ganadas de aquella manera.

Vitaly Mutko no ha tardado en salir del fútbol ruso por la cuenta que le trae. AP

Cada noche se intercambiaban numerosas muestras de orina limpia por otras cargadas de sustancias dopantes a través de un agujero en la pared. Se cambiaron unas 100 muestras y hasta 15 medallistas rusos se libraron de ser cazados. Y no sólo eso: se preparaba un cóctel en el que se mezclaban tres sustancias prohibidas con alcohol para después suministrárselo a los competidores.

A pesar de todo lo ocurrido, 278 deportistas pudieron acudir bajo la bandera rusa a Río 2016. Aunque 111 fueron excluidos por dopaje y se impidió cualquier tipo de presencia rusa en los Juegos Paralímpicos de ese mismo año. Con boicots o amenazas de llevarlo a cabo en algunos eventos deportivos realizados en el país desde que se destapó todo, el Comité Olímpico Internacional acabó suspendiendo a Rusia el pasado 5 de diciembre.

Ahora, los deportistas del país que estarán en los Juegos de Invierno de Pyeongchang 2018 lo harán en condición de neutrales: no habrá ni himno ni bandera de Rusia en Corea del Sur. Nada ni nadie se libra de la sombra de la sospecha. Si el fútbol también cayese del todo, la ya de por sí golpeada credibilidad del deporte ruso acabaría por demolerse. Y aún hay quienes hablan de acusaciones “absurdas” (Mutko) y de hombres “con una reputación escandalosa” (Putin sobre Rodchenkov dos años después de otorgarle la Orden de la Amistad). Todo con tal de no mirarse al espejo y reconocer que el engaño ha llegado demasiado lejos.

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