Estreno de 'Parténope' en el Teatro Real.

Estreno de 'Parténope' en el Teatro Real. Efe

Crítica

'Parténope', una gran oportunidad de ver un extraordinario Händel

14 noviembre, 2021 08:29

"Sé bienvenido tú y tu sentido del humor". Con estas palabras recibe Parténope, legendaria sirena que enamoró a Ulises, a Eurimene que en realidad es Rosmira -disfrazada de hombre-, la prometida de Arsace que la abandonó para disfrutar del amor de Parténope. Lo que venía siendo un culebrón del barroco inglés.

Y con estas palabras nos da la bienvenida el nuevo título lírico del Teatro Real con presencia de los Reyes. Un Händel raro y extraño que se representa por primera vez en España. Para la ocasión el Teatro Real se ha traído la producción que Christopher Alden realizó para la English National Opera (ENO) en 2008 y que allá donde se ha repuesto ha logrado un inmenso reconocimiento y un gran éxito, el que debería merecerse en Madrid.

El trasunto de la obra, llena de héroes y personajes mitológicos, como buena parte del corpus handeliano, habla de una reina rodeada de enamorados que la cortejan aunque ella se declara enamorada de uno de ellos, Arsace, mientras el pobre Armindo se lamenta de su falta de valentía de declararse. Ahí arrancan 3 horas de música maravillosa, un rosario de arias espléndidas -algunas de las más inspiradas y hermosas de Händel- y una partitura que se presenta como cómica aunque uno diría más bien menos seria de lo que solía componer el alemán nacionalizado británico.

Una de las escenas de Partenope, en el Teatro Real.

Una de las escenas de Partenope, en el Teatro Real. EFE

Toda esta trama que en realidad no se sitúa en ningún sitio, le ha permitido a Alden trastocar la época y se lleva la historia al París de los años veinte, a la casa que bien podría haber sido de Coco Chanel aunque en el programa nos informa Joan Matabosch que es de la "deslumbrante Nancy Cunard", en plena fiesta rodeada de art déco y constantes referencias a las vanguardias artísticas de la época, con guiños a Magritte, Josephine Baker, Harold Lloyd o el baile sincopado del foxtrot.

Con una estilizada y blanquinegra escenografía de Andrew Lieberman y los vestuarios más bien sosos y de primera pegada de Jon Morrell, Alden desarrolla una vibrante e inquieta historia en la que los personajes no paran y las tan temidas "da capo" de las arias son resueltas con multitud de detalles, ideas y soluciones bien resueltas. Es tiempo de disfrutar con locura, de dejar atrás las máscaras de gas tan necesarias en la Gran Guerra (que luego fue la Primera Guerra Mundial, cuando hubo otra que obligó a numerarlas) y gozar del amor, de la frivolidad, el coqueteo, el baile pegado, la noche y los nuevos ritmos americanos, el charlestón y el jazz, los finos cigarrillos al final de largas boquillas y las noches eternas empapadas en alcohol y despertares en bata y café para todos.

Alden mueve a los pocos personajes por los habitáculos de la vivienda desde un poderoso salón graffiteado con un amago de Magritte bajo una imponente y peligrosa escalera, hasta la puerta del baño -una de las escenas más delirantes de la noche se oculta tras esa puerta- o el dormitorio más bien escaso de la propietaria en la que un Emilio camuflado de Man Ray crea su patchwok de fotos, o Parténope permanece inmóvil con el gesto y la pose con la que Ray inmortalizó a Cunard.

En todo ese entorno, Alden llega a poner a algunos personajes en posiciones y actitudes que son de mucho mérito y dificultad física, como las dos arias de Armindo, de las mejores de la noche: la primera en el I acto en la que además de cantar se resuelve con todo tipo de contorsiones en una escalera diabólica en la que el cantante milagrosamente consigue cantar a pesar de las posturas; en la segunda, aún más brillante, Alden además de a cantar, le pone a bailar claqué o tocar castañuelas.

Davies sobresale en una encomiable línea de canto, agudos limpios y una muy sutil mezzavoce, unos preciosos sostenidos y una seguridad vocal

A pesar de la exigente dirección escénica a la que se ve sometido, el contratenor norteamericano Anthony Roth Constanzo resuelve ambas arias -y el resto de su personaje- con una soltura apabullante. Canta con mucho gusto, con facilidad en las agilidades y muy suelto en el desarrollo del personaje. Junto a él, el contratenor británico Iestyn Davies llena los zapatos de Arsace con grandes medios. Dónde Constanzo destaca por su coloratura, en las que va más apretado Davies, éste sobresale en una encomiable línea de canto, agudos limpios y una muy sutil mezzavoce, unos preciosos sostenidos y una seguridad vocal que le permite enfrentarse con éxito a sus intervenciones solistas.

Junto a estos dos inmensos cantantes destaca la tercera gran estrella de la noche, Brenda Rae como Parténope, realmente exquisita. Su interpretación de esta reina coqueta que mantiene en vilo a sus amantes, ya declarando su amor por Arsace ya jugueteando con Armindo del que conoce su secreto amor hacia ella pero aun así le regatea durante buena parte de la velada, es muy notable. La acompaña a Rae un físico ajustadísimo a la dirección de Alden, con su muy estilizada figura y su toque exótico, pero además es una cantante de gran altura, con una voz que va ganando cuerpo según pasa la noche y si bien en el primer acto estuvo más desdibujada, en todas sus intervenciones a partir del segundo acto son excelentes y muy aplaudidas. Agudos bien atacados, agilidades ejecutadas con soltura y color, una zona media armónica y muy bella y una zona alta que mantiene las buenas condiciones del resto de la voz. Estos tres intérpretes fueron de lejos los más ovacionados con justa causa.

Teresa Iervolino en su doble faceta de hombre (Eurimene) y mujer (Rosmira) cumple con ciertas limitaciones su rol. Apunta maneras en su aria del segundo acto que resuelve con dignidad pero la italiana no termina de cubrir las exigencias del personaje y hubo momentos en que se la sentía apretada y algo incómoda. Corto y limitado el Emilio de Jeremy Ovenden y poco lucido el Ormonte de Nikolay Borchev.

Al frente de la Orquesta Titular del Teatro Real y sus instrumentos de época -qué sonoridad tan inusual escuchar el himno nacional a la entrada de los Reyes- está el siempre seguro y espléndido Ivor Bolton, que puede haber firmado una de sus mejores noches. Desde la obertura se pudo apreciar la pasión y el cuidado por el sonido del británico, que al igual que en Rodelinda dirige desde el clave. Bolton está bravo, sutil, cuidando las diferentes temperaturas y climas de las arias, agitado en las arias "di bravura" y moroso en las más introspectivas. Grandísima labor concertante, luminoso, inteligente y con gran talento, la orquesta ya recibió grandes ovaciones al inicio del segundo y tercer acto, algo inusual en las funciones de estreno. Pero el trabajo y la labor del foso lo merecieron. Una grandísima versión de esta obra y un Bolton majestuoso e inspirado.

Sin duda la oportunidad de ver un título handeliano tan poco representado pero tan bien hecho, tan asombrosamente interpretado y con una producción tan original es poco habitual. Lástima que en el intermedio del tercer acto se produjeran visibles deserciones pero la obra merece mucho la pena y quedan por delante muchas funciones. Como llega a cantar Armindo en el segundo acto "no se muy bien de qué va esto pero algo raro pasa". No deja de ser raro ver, en pleno siglo XXI, este pequeño bocado barroco tan goloso y rico.

***

FICHA

Equipo artístico: 

Director Musical: Ivor Bolton

Director de Escena: Christopher Alden

Escenógrafo: Andrew Lieberman

Figurinista: Jon Morrell

Iluminador: Adam Silverman

Orquesta Titular del Teatro Real

Reparto:

Parténope: Brenda Rae

Arsace: Iestyn Davies

Armindo: Anthony Roth Costanzo

Emilio: Jeremy Ovenden

Rosmira: Teresa Iervolino

Ormonte: Nikolay Borchev

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