Llegada de los Beatles a Madrid.

Mediados de marzo de 1967. The Beatles habían decidido no volver a girar en directo y se hallaban inmersos desde hacía meses en la grabación de su octavo álbum, Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band. Trabajaban en el estudio 2 de Abbey Road con George Martin en las últimas sesiones de Lucy in the Sky with Diamonds y Lovely Rita, así como en las primeras de Getting Better y la deliciosa She’s Leaving Home. Años más tarde, Rolling Stone, NME y otras publicaciones especializadas lo considerarían como el mejor disco de la historia.

Mientras tanto, en el estudio 3 de Abbey Road, una joven banda llamada The Pink Floyd —por aquel entonces, todavía conservaban el artículo inicial— comenzaba las sesiones de grabación de su primer álbum, The Piper at the Gates of Dawn. Su rock psicodélico, innovador e imprevisible, cuajado de improvisaciones, había llamado tanto la atención en la escena underground de Londres el año anterior que EMI les había ofrecido un contrato discográfico. Ese mismo mes, su primer single, Arnold Layne, alcanzaba el puesto veinte en las listas de ventas británicas.

Siempre se ha dicho que, durante aquellas sesiones de marzo de 1967, ninguno de los dos grupos quiso perder detalle de lo que se estaba haciendo en el estudio de al lado, viéndose influenciados ambos discos por el trabajo de sus vecinos de grabación. Esto es muy probable en el caso de Pink Floyd, ya que Syd Barret era un admirador confeso de Lennon y McCartney. El propio Nick Mason, batería de la banda, se refería a ello en su biografía: “Nos beneficiamos enormemente de The Beatles. Habíamos hecho algunas grabaciones antes de ir a EMI y sabíamos el abecé de trabajar en multipistas (...). Probablemente gracias a The Beatles se nos ofreció algo más que una oportunidad para aprender”. Sin embargo, este interés por el trabajo del grupo que grababa en el estudio contiguo quizá no fuese tan evidente en el caso de The Beatles.

Pink Floyd.

Hunter Davies, autor de la única biografía autorizada de The Beatles, escribe sobre un encuentro que se produjo el 21 de marzo: “Llegó un hombre con una camisa púrpura llamado Norman. Era uno de sus antiguos ingenieros de grabación y ahora tenía un grupo propio, The Pink Floyd. Muy amablemente le preguntó a George Martin si sus chicos podrían tal vez entrar para ver a los Beatles trabajar. George sonrió sin cooperar. Norman dijo que quizá debería pedírselo personalmente a John, como favor. George Martin dijo que no, que no funcionaría. Si por casualidad él y sus chicos aparecían a eso de las once, podría ver si era capaz de hacer algo. Se presentaron a las once e intercambiaron algunos saludos poco entusiastas”.

A lo largo de ese día, The Beatles habían estado intentando grabar por enésima vez las pistas de voz de Getting Better y Lennon no estaba precisamente de buen humor. Tampoco creo que su ego le permitiese interesarse por el trabajo de una banda recién llegada a EMI que, además, pretendía desarrollar un tipo de sonido muy similar al que The Beatles querían alcanzar en el Sgt. Pepper’s. McCartney, por el contrario, se mostró mucho más receptivo. En realidad, en aquella época él estaba muy interesado por los grupos de la escena alternativa —le habían fascinado los trabajos de Frank Zappa con The Mothers of Invention y el primer disco de The Velvet Underground, recién editado— y ya había asistido a algún concierto de The Pink Floyd y Soft Machine en el UFO Club, el Marquee Club y la Roundhouse.

Paul escuchó parte del material de The Piper at the Gates of Dawn y se quedó maravillado. Peter Jenner, el mánager de Pink Floyd en aquella época, siempre se ha referido a la admiración mutua que desde el primer momento se profesaron Barret y McCartney, quien, según el ingeniero de sonido del estudio, Peter Brown, aquel día habría comentado que las canciones de Pink Floyd le parecían “algo creativo y único”. De hecho, Jenner ha manifestado en alguna ocasión que, posiblemente, sin que Barret lo supiese, fue el propio Paul quien convenció a los directivos de EMI para que fichasen a Pink Floyd.

Imagen de los cuatro integrantes del grupo.

The Beatles abandonaron Abbey Road poco tiempo después, el 21 de abril, una vez terminaron de grabar Within You Without You, With a Little Help from My Friends y el reprise de la canción que da título al álbum. Las sesiones de grabación de The Piper at the Gates of Dawn, sin embargo, habían comenzado en marzo y se desarrollaron sobre todo durante los meses de mayo, junio y julio —el disco se publicó en agosto de 1967, hace ahora cincuenta años—. La coincidencia de ambas bandas en los estudios Abbey Road, por tanto, apenas duró poco más de un mes, por lo que la comentada influencia directa de un álbum en el otro y viceversa no parece que pudiese extenderse mucho más allá de la mera leyenda.

En cualquier caso, ya sea por la admiración de McCartney a Barret o por la de Barret a The Beatles —en el libro Crazy Diamond: Syd Barrett and the Dawn of Pink Floyd se relata cómo el productor Norman Smith, el de la camisa púrpura, confesó que Syd parecía más contento de haberlos conocido que de estar grabando allí con su propia banda—, es innegable que hay mucho de los Beatles en el Piper at the Gates of Dawn y mucho de Pink Floyd en el Sgt Pepper’s. No en vano, los dos grupos se cuentan hoy entre los fundadores del rock psicodélico y esos dos álbumes están considerados como dos de los discos más influyentes de la historia. Basta con echar un vistazo al panorama actual para entender su importancia. Qué habría sido de Tame Impala, Mac DeMarco, Pond o Temples, por citar algunos ejemplos, sin el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y el The Piper at the Gates of Dawn. Qué habría sido de los propios Pink Floyd, si me apuran, sin la obra de Syd Barret.