El espía ruso Oleg Gordievski regresó a Moscú en mayo de 1985. A sus 46 años, era coronel del KGB y había conseguido ascender hasta los puestos más importantes de la agencia de inteligencia soviética gracias a su ejemplar labor en todos los territorios a los que había sido enviado, especialmente Gran Bretaña. Precisamente, acababan de nombrarle jefe de la embajada del KGB en Londres y, por ello, le habían invitado a la capital de la URSS para ser reconocido de forma oficial por el líder de la organización.

Sin embargo, al pisar el aeropuerto, empezó a olisquear el peligro en todos los rincones. Gordievski llevaba doce años operando como agente doble del MI6 británico, proporcionando a Occidente información valiosísima sobre la mentalidad del Kremlin y desenmascarado a un importante número de colaboradores y espías de las redes soviéticas. Ahora temía que le hubiesen descubierto; también a las consecuencias que se desencadenarían tras revelarse su traición: una feroz tortura a manos de sus excamaradas y la posterior ejecución.

Pero ningún agente le aguardaba en el aeropuerto. En vez de ser conducido a una celda, se subió a un taxi con destino al 103 de Lenin Prospekt, un bloque moscovita ocupado por agentes del KGB y sus familiares. Su piso estaba en la octava planta, y hasta allí llegó con la sensación de que nadie le había seguido. Abrió las dos primeras cerraduras con facilidad, pero la puerta no cedía: había un tercer pasador anticuado que estaba cerrado. Ahora sí, Gordievski encendió todas las alarmas; esa cerradura jamás la había utilizado, de hecho ni si quiera tenía la llave. Solo podía haber una explicación: alguien había entrado en su apartamento para registrarlo; y ese alguien solo podía pertenecer al KGB.

Así arranca Espía y traidor (Crítica), del autor británico Ben Macintryre, maestro en rascar todos los secretos de las operaciones en las que se decidió la historia, un relato vibrante y real sobre el episodio de espionaje de la Guerra Fría más fascinante. El protagonista es Oleg Gordievski, nacido en 1938 en el seno de una familia siempre leal a las directrices del Partido, en la que el KGB se llevaba en la sangre —su padre Antón fue agente del NKVD y veterano de las purgas stalinistas y la época del terror; y su admirado hermano Vasili, un colaborador ilegal más, con documentación falsa, de la red soviética que operaba en el extranjero—.

Aficionado a las carreras de campo a través y tras estudiar cuatro carreras en el Instituto de Relaciones Internacionales de Moscú, el futuro agente doble fue reclutado por el espionaje soviético en 1961, cuando tenía 22 años, y enviado seis meses a la embajada rusa de Berlín oriental para trabajar como traductor. "Oleg Gordievski nació en el KGB; fue modelado por él, amado por él, retorcido, dañado y casi destruido por él", escribe Macintyre, columnista en The Times y autor de otros prestigiosos libros sobre espías como El agente Zigzag o El hombre que nunca existió. Operación Carne Picada.

Pronto quedó horrorizado al contemplar los primeros compases de la construcción del Muro de Berlín, 240 kilómetros de cemento, alambrada, trincheras y soldados armados con la orden de disparar a todo ciudadano que tratarse de saltarlo; . Sin embargo, ello no fue suficiente para que siguiese brindando información al aparato del KGB. En cierto grado idealista, Oleg, que a los 17 años soñaba con un "socialismo de rostro humano", se sintió atraído por el glamour de trabajar para la policía secreta, pero siempre con la ingenuidad de que el aparato podía cambiar, cuenta Macintyre.

Paralelismos

No sería hasta una década más tarde, en 1974, cuando fue reclutado por el enemigo de los soviéticos, el MI6, en Copenhague. El por qué de esa decisión es la columna vertebral del libro, estupendamente trenzado y que se lee como una suerte de thriller. Sin embargo, el periodista británico ha llevado a cabo una minuciosa labor de investigación que incluye entrevistas con el mismo protagonista y agentes secretos anónimos de la inteligencia británica.

Oleg Gordievski, con su uniforme del KGB.

Resulta evidente la comparación de la historia de Gordievski con la de Kim Philby —la autorizada voz de John Le Carré define su travesía como "la mejor historia real de espías que he leído jamás"—, el gran espía de todos los tiempos que hizo el viaje inverso: de Gran Bretaña a la Unión Soviética. No obstante, los motivos del cambio de bando del ruso no tienen nada que ver con la adicción al riesgo o la obsesión de conocer la mayor cantidad posible de secretos, sino que ese escepticismo también le venía de serie, brotaba de su madre Olga, que nunca se había llegado a afiliar al Partido Comunista. Pero tal vez, ambos agentes sí pensaron de la misma forma: que el destino les había colocado en el bando erróneo.

Gracias a la colaboración de Gordievski, a los despachos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan llegaron informaciones fundamentales sobre la debilidad y la paranoia que imperaba en las URSS en los últimos años de la Guerra Fría ante la posibilidad de que Occidente lanzase un ataque nuclear, dando el pistoletazo de salida a la III Guerra Mundial. Desde ese entonces, ambos líderes rebajaron su retórica pero siempre haciendo ver su superioridad económica y militar. "Arriesgó su vida para traicionar a su país y hacer del mundo un lugar más seguro", escribe Macintyre.

Oleg Gordievski, ahora con 80 años, vive anónimamente en alguna esquina de Inglaterra, siempre vigilado por agentes del MI6. Apenas sale de casa y no ha vuelto a Rusia desde que logró escapar en 1985 —sus compatriotas emitieron en aquel entonces una orden de ejecución que todavía no ha expirado—. Tampoco nunca más pudo ver a su madre. Y Macintyre cierra su recomendable obra con una frase llena de pesar sobre el espía, que refleja el doble requisito para sumergirse en el arriesgado mundo del espionaje: "Es una de las personas más valientes que he conocido, y una de las más solitarias".