Fue una definición aséptica, fría, sin pasión, unas palabras en las que apenas se percibía una pizca de cariño de la madre. Comentaba Bruria sobre András, su hijo: "Una persona muy talentosa que sabe guardar silencio pero al mismo tiempo va por el mundo con los ojos abiertos". No era una caricia maternalista ante el interrogatorio de una vecina, sino una recomendación a sus jefes, sus superiores, una primer y breve pincelada para iniciar un posible reclutamiento. Ella, la señora Forgách, era una espía, una colaboradora secreta del régimen húngaro del dictador János Kádár.

Era plena Guerra Fría, cuando "el mundo pertenecía a los señores de mente flexible, cuyo credo ideológico, sin embargo, era de una rigidez extrema", y András Forgách no conocería esa faceta oculta de su madre hasta muchos años más tarde, décadas después de la caída del bloque comunista. Fue concretamente en el otoño de 2013 cuando una llamada le alertó del hallazgo de un expediente en los archivos secretos de la policía que podría ser de su interés; unas carpetas llenas de documentos que atestiguaban las tareas de espionaje que su madre había realizado para los servicios de inteligencia húngaros.

Forgách, nacido en Budapest en 1952, es un reputado escritor, traductor, dramaturgo y artista visual de su país, una figura destacada del movimiento contracultural húngaro que se desarrolló durante la década de los setenta y los ochenta. Descubrir que su madre le había espiado a él y a sus amigos, además de a otros familiares, provocó una herida que solo ha sido capaz de cicatrizar con una novela editada ahora en España por Anagrama, El expediente de mi madre; un intrincado relato que mezcla ficción, poesía y periodismo para tratar de encontrar una respuesta verosímil a la otra vida de Bruria, conocida en el mundo del espionaje como la señora Pápai.

"Hay cosas que solo podemos llegar a encontrar cuando nos suceden. No hay ninguna otra manera de experimentarlas", escribe Forgách. "Uno de esos acontecimientos es la muerte de la propia madre, un suceso cósmico (...) O si un buen día (vale, un día no tan bueno) resulta que han reclutado a tu madre. Alguien te llama por teléfono, ha encontrado por casualidad los vestigios de aquel dato". Y el vértigo del pasado le aborda: ¿es necesario sumergirse en el expediente, leerlo hasta el final? ¿Investigar sobre algo que su madre nunca le quiso contar?

El autor creía conocer a fondo la vida de sus padres. Él, Marcell, uno de los únicos tres supervivientes de su familia al Holocausto, era un periodista brillante, un redactor locuaz y de discurso fluido. Ella Bruria, había crecido en Tel Aviv, donde su padre gozaba de un gran prestigio literario al traducir a autores como Joseph Conrad, y emigrado a Hungría con su madre, una freviente antisionista. Para 2007, András había fabricado unas memorias familiares de 700 páginas. Pero luego se dio cuenta que todo lo que había escrito era la fachada, una apariencia, nada era verdad.

Una familia de espías

Forgách siempre tuvo claro que sus progenitores eran acérrimos stalinistas, incluso después de que los tanques soviéticos aplastasen sin miramientos la revolución húngara de 1956. Su padre fue durante un tiempo, mientras estuvo asentado en Londres, un informante del régimen, pero una serie de crisis nerviosas le empujaron a la inoperatividad. Sus archivos secretos, como los de miles de colaboradores secretos más, han desaparecido —o los han hecho desaparecer—. El remplazo lo hallaron los servicios de inteligencia del entramado comunista en la misma casa: Bruria, su esposa.

La mujer mosaico, como la define su hijo, condujo desde entonces su vida por dos mundos paralelos: el de las tareas del hogar, a cargo de cuatro hijos, y el de recabar información sobre los movimientos de las corrientes sionistas. Era una suerte de Mata Hari, "armada de todo su potencial conspirativo", oculta detrás de la careta de una madre cariñosa, una mujer culta y entusiasta. Las incertidumbres comenzaron a asaltar a Forgách. Tenía que entender por qué su madre se convirtió en una colaboradora secreta; también la relación que mantuvo con su padre.

El escritor, en contraposición, se forjó de joven en ambientes izquierdistas, en un grupo revolucionario de artistas en el que hizo buenas migas con el destacado poeta opositor György Petri, cuyas obras tuvieron que ser editadas en Hungría de forma clandestina. Forgách se topó en el expediente de su madre que su apartamento, en el cual había dado cobijo a su amigo, había sido el epicentro de una operación en la que Bruria desempeñó un papel destacado: engañó a su hijo diciéndole que iba a limpiar el piso cuando en realidad se trataba de una coartada para facilitar la entrada a las autoridades húngaras.

Forgách vomita en su novela brochazos de los trabajos de inteligencia ejecutados por su madre, ofreciendo en muchas ocasiones información banal recogida en los informes; pero solo trasladarse al conflicto interno del autor para ver cómo afrontó su mente el extraordinario suceso de descubrir que su madre era una espía, confiere a la historia un atractivo seductor. "Es probable que se hubiese imaginado que este asunto nunca saldría a la luz", reflexiona András sobre su madre en las últimas páginas, "pero estoy seguro de que en el caso de haber salido, lo habría reconocido todo abiertamente".