Uno de los ensayos sobre la Guerra Civil más interesantes que se publicaron el año pasado fue Soldados de Franco (Siglo XXI), del historiador Francisco J. Leira-Castiñeira, en el que desmitificaba la homogeneidad del ejército sublevado y su supuesta unidad por creencias políticas, por su levantamiento en armonía contra la "anti-España". Su nueva obra, Soldados forzosos (Editorial Galaxia), vuelve a colocar el foco sobre este fenómeno, pero centrándose en un territorio concreto, Galicia, y de forma mucho más gráfica, a traves de imágenes que retratan la experiencia personal, dramática, de los combatientes.

    "Las fotografías representan diversos aspectos de una guerra, un acontecimiento del que nadie quiere ser protagonista directo. Se puede ver lo peor de la guerra en forma de muerte y prisioneros, pero también el uso propagandístico de los desfiles cuando terminó la contienda", señala el doctor en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela. "Ambos bandos se nutrieron de personas que no querían ser agentes de violencia. En el caso gallego, se convirtió en un centro de reclutamiento. Este trabajo quiere mostrar lo más sangriento de nuestro pasado reciente, para avisarnos de los problemas que tienen la polarización y el enfrentamiento sociopolítico".

    Fueron comunistas, socialistas, galeguistas o republicanos que se vieron empujados a defender una causa con la que no comulgaban. Pero no tuvieron elección: la otra salida era el juicio y la represión, también de sus familiares. Estuvieron tres años en las trincheras, conviviendo con la violencia y la muerte; y luego callados durante la dictadura. Una gran y longa noite de pedra que sentidamente retrató el poeta Celso Emilio Ferreiro, uno de esos miles de gallegos movilizados por la fuerza.

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    Comida de campaña. Los generales Franco y Antonio Aranda, jefe del Ejército de Galicia, junto con otros oficiales en el frente de Asturias, en octubre de 1937

    La mayoría de los soldados gallegos fueron destinados al frente del Norte durante los primeros compases de la guerra. La disciplina, la obediencia y el castigo a los presos eran los preceptos militares por los que hubieron de regirse.

    Museo Manuel Reimóndez Portela. Fondo Mario Blanco Fuentes
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    Retrato de dos milicianos falangistas

    La movilización de civiles en Galicia para contribuir al esfuerzo de guerra sublevado tuvo un carácter anárquico y se realizó de forma local y comarcal. Las milicias, al principio, estuvieron al mando de un miembro de la oficialidad del Ejército. El 20 de diciembre de 1936 fueron sometidas formalmente con el decreto de militarización y pasaron a regirse por el Código de Justicia Militar. Estas unidades representaron el 15% del total de las fuerzas franquistas.

    Archivo del Reino de Galicia
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    Dos evadidos del Ejército republicano durante las ofensivas de Asturias, en septiembre de 1937, siendo interrogados por un oficial del Estado Mayor

    Como todos los desertores, estos dos hombres fueron sometidos a duros interrogatorios realizados por el Servicio de Información Militar (SIM) y forzados a responder a preguntas concretas que dejaron por escrito. En esta primera etapa de la guerra se registró el mayor número de evadidos gallegos, que resultaron ser aquellos que combatieron por la Segunda República. Para escapar y cambiarse de bando, se hicieron pasar por prisioneros o aprovecharon el fragor de la batalla.

    Museo Manuel Reimóndez Portela. Fondo Mario Blanco Fuentes
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    Asesinados en una cuneta

    El día a día de las tropas movilizadas solía transcurrir en tres escenarios: el frente de batalla, durmiendo al raso mientras las balas silbaban por encima de la cabeza de los soldados; en segunda línea, descansando; o viajando de un sector a otro por si alguna unidad requería ayuda durante una ofensiva, trayectos que se cubrían en trenes mal acondicionado o furgones. El fantasma de la muerte era algo que no se esfumaba nunca.

    Museo Manuel Reimóndez Portela. Fondo Mario Blanco Fuentes
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    Tropas sublevadas a su llegada a Cella, Teruel, para reforzar las líneas, en enero de 1938

    Una parte importante de los gallegos que engrosaron el Cuerpo del Ejército de Galicia, dependiente del Ejército del Norte, participó en los frentes de Aragón y Cataluña. Francisco J. Leira Castiñeira apunta que probablemente sobre ellos se desplegó la violencia más dura en comparación con lo sucedido en otras partes de España: "Los combates en los que intervinieron fueron, de algún modo, decisivos y quizás los que decantaron la guerra hacia el bando insurgente".

    Biblioteca Nacional de España
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    Preparando una paella en Vinaroz, el 12 de marzo de 1938

    Los soldados gallegos participaron en la ofensiva sobre Brunete y las batallas de Huesca, Belchite y Teruel, conquista el 22 de febrero de 1938, así como la batalla del Ebro, concluida el 16 de noviembre del mismo año y de las más sangrientas de toda la contienda. También tomaron parte en la ofensiva del Levante, que dividió en dos partes el territorio republicano.

    Biblioteca Nacional de España
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    La escolta marroquí de Franco, desfilando por las calles de Valencia el 3 de mayo de 1939

    En 1937 se creó el Gabinete Fotográfico del Cuerpo de Ejército de Galicia, dependiente de la Delegación de Prensa y Propaganda franquista. Estaba compuesto por Ángel Llanos, Jaime Pacheco, José Longueira, Faustino López, José Lombardía Bargos y Mario Blanco Fuentes. Este último dejó un legado fotográfico de gran calidad.

    Museo Manuel Reimóndez Portela. Fondo Mario Blanco Fuentes
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    Soldados gallegos tocando la gaita durante otro desfile conmemorativo del triunfo en Valencia

    Al término de la guerra, una de las formas que utilizó el nuevo régimen franquista para intentar legitimarse fue a través de desfiles militares por toda España. Unas escenas triunfales que contrastaban con lo que se encontraron los soldados del mundo rural al regresar a sus casas: asesinatos, encarcelamientos, prohibiciones, incautaciones, pobreza, hambre...

    Museo Manuel Reimóndez Portela. Fondo Mario Blanco Fuentes
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    Portada de 'Soldados forzosos'

    La obra de Leira-Castiñeira refleja la experiencia bélica de los soldados gallegos movilizados forzosamente. Una experiencia que se inició desde la retaguardia, cuando los golpistas trataron de sembrar el miedo para aterrorizar a los desafectos, se prolongó en la guerra en base a dosis de obediencia, disciplina y castigo, y se prolongó durante la dictadura. "El objetivo era uniformar, mediante la coerción, la heterogeneidad existente en el bando sublevado, a causa del alistamiento forzoso y violento que se realizó en el seno de una sociedad diversa, en la que coexistían personas de múltiples identidades, lealtades políticas, culturales, educativas y generacionales", concluye el historiador.

    Editorial Galaxia