Es una historia tremenda, un drama humano más allá de las ideologías. Niños expulsados de su patria por una guerra y enviados a un paraíso que no resulta ser tal, sino una cárcel de la que no logran escapar. Y cuando lo consiguen, cuando regresan a su casa, son vigilados como si se tratase de enemigos, sometidos a interminables sesiones de interrogatorios para extraerles información de allí de donde vienen, de sus fábricas de armas, sus industrias, sus ciudades. Cualquier cosa.

    Son los "niños de la guerra", los menores republicanos que sus padres mandaron a la URSS como vía de escape de la Guerra Civil. Donde fueron recibidos como héroes, pero donde vivieron más muerte y destrucción, la provocada por la II Guerra Mundial, se murieron de hambre y frío en su peregrinación hacia el este por el empuje nazi, y soñaron con volver a España cuando el continente al fin derrotó al monstruo. Pero otro, de nombre Stalin, no solo se lo privó, sino que envió a algunos de estos emigrados a los gulags, a los campos de concentración. Solo el hecho de querer retornar ya era un crimen.

    La historia, la odisea vital de estos niños que hoy rozan la centena —los que siguen vivos—, la recupera ahora una imprescindible serie documental que DMAX estrena este lunes 19: Project Niños. Es el mismo título que un archivo recientemente desclasificado de la CIA y que da cuenta de una gigantesca operación de espionaje durante la Guerra Fría con epicentro en España. Los servicios de inteligencia estadounidenses, en connivencia con el régimen franquista, sometieron entre 1957 y 1960 a más de 1.800 españoles repatriados a largos interrogatorios en varios edificios de Madrid para recabar información sobre fábricas armamentísticas o puntos estratégicos del Estado soviético.

    La serie documental de tres episodios, un monumental esfuerzo de investigación que combina los relatos emocionantes y escalofriantes de los verdaderos protagonistas con entrevistas a historiadores y miembros de los servicios secretos estadounidenses y rusos, ahonda especialmente en esa desconocida operación orquestada por la CIA en suelo español, en cómo exprimieron a los regresados de la URSS para buscar los puntos débiles del enemigo comunista. Estos son nueve "niños de la guerra" a los que DMAX ha puesto rostro:

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    Ángel Belza (Bilbao, 1926)

    Ángel tenía 11 años en junio de 1937, cuando inició su travesía hacia la URSS, sin saber que nunca más volvería a ver a su padre, caído en el frente, y a su hermano pequeño, muerto durante un bombardeo. Su situación cambió con la entrada de los rusos en la II Guerra Mundial: le enviaron con otros niños al este, donde solo conocieron el hambre y el frío. Fue condenado a un año en el gulag por robar comida en el almacén del NKVD.

    Logró regresar a España en la tercera expedición, el 23 de noviembre de 1956. Sin saberlo, las autoridades españolas le tachan de "posible colaborador". Fue sometido a los interrogatorios de los agentes de la CIA en Madrid. Le preguntaron por su vida en la URSS: dónde residió, qué estudió, de qué trabajó, incluso qué cadenas radiofónicas escuchaba. Le hicieron dibujar mapas, ubicar fábricas y también carreteras en la zona de Gorki, una ciudad calificada de prioritaria para los estadounidenses.

    Tras cruzar varias fronteras sin papeles, Ángel llegó a Suiza en 1962. Casi tres décadas para tener al fin una vida tranquila, para despertarse de una pesadilla: "Creíamos que la República iba a vencer y luego volveríamos a España", reconoce ahora.

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    Matutina Rodríguez (Oviedo, 1929)

    A punto de cumplir ocho años, Matutina, huérfana de padre y madre, partió desde el puerto del Musel rumbo a Leningrado el 23 de septiembre de 1937. Vivió en la Casa de Niños de Pushkin, se refugió de la guerra en la ciudad de Molotovsk, en la gélida región de Kírov y, al término de la contienda estudió Agroquímica, encontrando trabajo en Kursk.

    Regresó a España en 1956 con su marido y, además de no encontrar trabajo por sus antecedentes y ser mujer, fue sujeto de los interrogatorios de la CIA. Los agentes centraron su atención en conocer los edificios estratégicos de las zonas donde había vivido Matutina. Se interesaron por la academia militar de Kursk y por las zonas rurales que visitaba como perita agrónoma.

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    Cecilio Aguirre (Bilbao, 1929)

    "Hoy ponemos rumbo a nuestros sueños", escribió Cecilio en su diario el día que se subió al Crimea, el buque que en 1956 le llevaría de regreso a España. Fue el primer repatriado en pisar su antiguo hogar, pero tras someterse durante varios meses a los interrogatorios de las autoridades franquistas, también llamó la atención de la CIA.

    Aguirre había trabajo en la fábrica soviética número 456, uno de los emplazamientos estratégicos más importantes de la URSS durante la Guerra Fría. En sus instalaciones se encontraba la principal oficina de diseño de motores de cohetes. Una información de alto valor para la inteligencia estadounidense. De hecho, le intentaron reclutar, pero él se negó: "Ni para la CIA ni para el KGB ni para nadie", dice en el documental.

    Él fue uno de los artífices del éxito de la repatriación de los "niños de la guerra" a raíz del regreso a España de los presos de la División Azul. "¡Pero qué diablos estamos haciendo aquí! ¿Cómo puede ser que nosotros sigamos aquí y nadie reaccione?", recuerda que pensó. Por eso, junto a otros camaradas, comenzó a  las autoridades soviéticas, al PCE y también a la Cruz Roja para volver a casa tras dos décadas de odisea.

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    Rosa Ortiz (Barcelona, 1930)

    Rosa, con siete años, fue una del grupo de 300 niños enviados a la URSS desde Barcelona. En la la Casa número 5 de Óbninsk, a 120 kms de Moscú, conoció a Quevedo y Lope de Vega. Tenían los clásicos de la literatura española en castellano. Apasionada de la pintura, trabajó en Riga, al término de la IIGM, en una de las mayores fábricas de porcelana de la URSS como encargada de la decoración pictórica de todas las piezas. Ahí le comunicaron que podría regresa al fin a España.

    Pero su vuelta fue muy dura: se encontró una sociedad donde la mujer era un sujeto de segunda fila que se sumó a la tensión familiar, con su madre echándola de casa. Hasta se planteó el poner rumbo de nuevo a la URSS. Rosa también fue víctima de los interrogatorios de la CIA. Ella siempre se resistió a colaborar.

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    Santiago Martínez (Bilbao, 1930)

    Santiago, de siete años, partió hacia la URSS con su hermana, de cinco, después de que su padre muriese en el frente durante la Guerra Civil. Estudió en el Instituto de Energía de Moscú, donde conoció a un futuro primer ministro chino y a un presidente de Rumanía. Regresó a España en la quinta expedición, después de que el KGB intentara reclutarle.

    Las pesquisas de la CIA centraron su atención en él porque su trabajo en la URSS como ingeniero hidráulico le había permitido viajar a zonas poco comunes para el resto de ciudadanos soviéticos. Les habló del entorno, el Partido Comunista, los ríos y los lugares donde construían las presas hasta que descubre las verdaderas intenciones de los agentes. Desde ese momento dejó de colaborar.

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    Chelo Argüelles (Gijón, 1928)

    Evacuada a la URSS en septiembre de 1937, Chelo vivió en una de las llamadas Casas de Niños de Leningrado hasta que la guerra continental la obligó, como a tantos otros, a emigrar al este. Al término de la contienda estudió Historia y dio clases en una pequeña escuela en la ciudad de Voroshilovgrad, cerca de Kiev. Regresaría a España, 23 de noviembre de 1956, siendo "sospechosa" por haber pertenecido al Komsomol, las juventudes del Partido Comunista.

    Llamó especialmente la antención de la CIA porque cerca de donde vivía había una fábrica en la que se procesaban los restos del carbón que los soviéticos utilizaron para la industria química. Cualquier información de carácter estratégico era una nueva pista a investigar para los servicios de inteligencia norteamericanos. En Pals, Girona, Chelo trabajaría más de treinta años como traductora de ruso en Radio Liberty.

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    Secundina Blanco (Asturias, 1928)

    Huérfana, fue su abuela la que envió a Secundina a la URSS como vía de escape de la Guerra Civil. Desde allí siguió creyendo, como la mayoría, en la victoria de la Segunda República, y escribiendo cosas como estas: "¡Viva España roja! ¡Viva los milicianos de España! Salud y dinamita para matar a los fascistas". 

    Regresó con su marido Antonio, otro "niño de la guerra", a España en septiembre de 1956, y se encontró con un país dirigido por el fervor religioso. Cuando citaron a ambos a un interrogatorio del Centro de Investigaciones Especiales en Madrid les hablaron en ruso. "Pensaban que no sabíamos español", dice la mujer en el documental. Les sometieron a preguntas sobre fábricas y mapas durante dos meses.

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    Teresa Alonso (San Sebastián, 1925)

    Testigo del bombardeo de Gernika, la madre de Teresa la incluyó en la operación de desalojo organizada por el Gobierno vasco. Tenía 12 años cuando se fue a la URSS. Se formó como técnico de perito electricista en Leningrado y fue herida durante un bombardeo nazi. Su pareja, otro "niño de la guerra" de nombre  Ignacio Aguirregoicoa, piloto, murió durante un combate aéreo.

    A su vuelta a España con su hija de seis años se encontró con el rechazo de su familia. Pasó por grandes penurias, teniendo que vivir una temporada en Barcelona bajo las escaleras de un edificio. La CIA también se interesó por los lugares, fábricas y mapas de los que podría ofrecer pistas. Ella no dijo nada que perjudicase a la URSS. Los estadounidenses, entonces, intentaron sobornarla ofreciéndole ayuda para conseguir un hogar. Teresa se negó.

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    Vicenta Alcover (Barcelona, 1930)

    Enviada a la URSS con ocho años, vivió en la Casa número 5 de Obninsk, remontó el Volga huyendo de la invasión nazi y se formó tras la guerra como técnico de comunicaciones. Tuvo un hijo, con quien regresaría a España en noviembre de 1956, en la tercera expedición. Pero su vuelta fue un viacrucis, obligada a estar recluida y con malas relaciones con su familia.

    Vicenta fue interrogada en la sede del Centro de Investigaciones Especiales las preguntas giran en torno al Komsomol y a los dirigentes del PCE. Pero no es lo único que les interesaba. Como en los casos anteriores, los agentes de la CIA pusieron mapas encima de la mesa buscando colaboración para identificar lugares estratégicos de los rusos. Ella, sin embargo, no tenía las respuestas.