¿Fue Rodrigo Díaz de Vivar el personaje heroico, caballero invencible, por lo que tradicionalmente se le reivindica, o se trata más bien de un traidor, un mercenario que empuñó su espada en función de su propio interés? Leyenda y literatura envuelven la figura de El Campeador, y han trampeado su verdadera biografía, la realidad. Es la disputa entre los versos del Cantar de Mio Cid, las aventuras fabuladas, y las crónicas y los documentos de la época. ¿Qué hay detrás de ese relato medieval escrito en torno al año 1207, un siglo después de la muerte de su protagonista?

Las incertidumbres sobre este hombre se encadenan desde la fecha y lugar de nacimiento. Ninguna fuente histórica es concreta en este sentido, todo son cábalas. El caballero habría nacido en Vivar del Cid, un pequeño pueblo situado nueve kilómetros al norte de Burgos, en algún momento comprendido entre 1041 y 1050, y en el seno de una familia de la nobleza de Castilla —su abuelo materno, Rodrigo Álvarez, fue un importante terrateniente—.

Aunque al Cid se le asocie con la figura de héroe nacional, de liberador de Valencia, entre otras muchas gestas contra los musulmanes, lo cierto —su faceta más desconocida— es que a lo largo de su vida desplegó una política personal de cambio de lealtades según le reportase mayor beneficio. Son muchos los historiadores que lo han retratado como un traidor un chaquetero. En La España del Cid, Antonio Ballesteros Beretta, académico de la RAH, lo definió tal que así: "Un enemigo de su patria, violador de iglesias, cruel, perjuro; un mercenario, una especie de condottiero del siglo XI, ansioso de gloria y de botín".

Más versiones que ahondan en esa descripción favorable que ha pervivido sobre Rodrigo Díaz de Vivar: Bruno Padín Portela, doctor en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela cuenta "que no pasó el Cid a la historia precisamente por haber sido un traidor a su rey Alfonso VI o por haber tenido un comportamiento desleal con el reino de su señor, sino que más bien debe su prestigio al hecho de ser considerado como un verdadero paradigma de caballero castellano portador de las más altas cualidades que todo español debía conocer y poseer, tales como el valor, la fortaleza, la justicia o la religiosidad en un contexto de lucha contra el Islam asociado a la llamada Reconquista".

El Cid se crió y formó en la corte de Sancho II de Castilla. Como se relata en la Historia Roderici, el joven Rodrigo “era querido por el rey Sancho con mucho cariño e inmenso amor y le puso al frente de toda su mesnada; Rodrigo crecía y se hacía un guerrero fortísimo y un campeador en el palacio del rey Sancho”. El monarca castellano quiso reunificar el reino dividido tras la muerte de su padre, Fernando I, y para ello tuvo que declararle la guerra a sus hermanos, Alfonso VI, a quien le había correspondido el reino de León y a García, rey de Galicia.

Apoyó el Cid a Sancho II en todas sus acometidas militares, pero tras la muerte de este en 1072, entregó su lealtad, como vasallo, al nuevo rey: Alfonso VI. Le buscó entonces el monarca un buen matrimonio a su nuevo fidele, y se casó el Cid con una dama asturiana, Jimena Díaz, hija del conde de Asturias, con la que engendró tres descendientes. La alianza parecía fructífera, pero en los años posteriores el caballero habría de enfrentarse a dos destierros.

El Cid traidor

El primero comenzó a germinar cuando Alfonso VI envió al Campeador como emisario para cobrar las parias —tributos— de los reyes taifas de Sevilla y Granada, que estaban enfrentados. Los ejércitos del reino granadino, apoyados por el conde García Ordóñez y otros importantes nobles navarros, atacaron al sevillano saqueando todos sus dominios hasta el castillo de Cabra. Allí el Cid puso fin a la rebelión, apresando a García Ordóñez y confinándolo en una celda durante tres días. Nació entonces una enemistad entre ambos, acusando el conde al Cid de haberse quedado con parte de los regalos del rey de Sevilla.

Pero el hecho que desencadenó el destierro se registró más adelantes, en 1081, cuando un grupo de musulmanes había atacado la fortaleza de Gormaz (Soria) obteniendo un gran botín mientras Alfonso VI se encontraba de campaña por tierras toledanas. El Cid, según recoge la Historia Roderici, "permaneció enfermo en Castilla". Y aunque lideró con éxito la represión sobre el reino de Toledo, la corte del monarca le acusó de provocar a los musulmanes para que reaccionaran violentamente y dieran muerte a Alfonso VI.

El Cid fue desterrado y se puso a servicio del taifa de Zaragoza, donde reinaba Al-Muqtadir, participando en batallas —algunas contra cristianos— que le granjean honor y respeto, como la de Almenar.  En paralelo, Alfonso VI incorporó en 1085 a su territorio el reino musulmán de Toledo, pero sufrió una derrota contundente en Sagrajas (Badajoz) un año más tarde. "Noticioso el Campeador de la crítica situación de su rey, abandona el servicio del taifa de Zaragoza y se presenta en 1086 ó 1087 en Toledo para ponerse a las órdenes de su señor, que le otorga el gobierno de siete alfoces", escribe el medievalista Gonzalo Martínez Díez en el perfil del Cid en el Diccionario Biográfico de la RAH.

En 1088, Alfonso VI ordena a sus vasallos atacar a los almorávides en Aledo (Murica) para levantar el asedio sobre la guarnición cristiana. Lo cierto es que el Cid llegó tarde al lugar acordado, siendo acusado por muchos cortesanos, "diciéndole que no era un vasallo fiel, sino traidor e infame". No solo el monarca dio verosimilitud a estas acusaciones de traición, desterrando nuevamente al caballero, sino que también confiscó sus bienes y apresó a su mujer e hijos.

Hasta el año 1092 se sucederían las hostilidades entre ambos hombres y dos más tarde tendría lugar una de las hazañas más conocidas del Cid, la toma de Valencia. Rodrigo Díaz de Vivar moriría en 1099 y pasaría a la historia como uno de los grandes héroes españoles, como "una figura esencial dentro de la construcción de la identidad nacional española", según Bruno Padín Portela, en base a los elementos citados anteriormente —la tortuosa relación con Alfonso VI,  la equívoca estancia en tierra musulmana que los destierros le habían propiciado o su superioridad militar en las tierras levantinas—.

"Si a esto le sumamos que la leyenda y la literatura, de la que el alegórico Poema es la muestra más representativa, contribuyeron decisivamente a enriquecer los perfiles del Cid, facilitando una biografía más intensa y ejemplar, entenderemos la visión panegírica que se traduce de él en las historias generales", concluye Padrín. Ahora hay que preguntarse qué versión veremos del Cid en la serie que va a producir Amazon.

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