Las excentricidades de Calígula no tenían fin, igual que su crueldad: obligó a su suegro y a su abuela a matarse porque, según su parecer, sus cabezas no estaban equilibradas con respecto a sus cuerpos y esa descompensación le volvía irritable. Tuvo relaciones sexuales con sus hermanas y se acabó enamorando de una de ellas, Drusila, con la que llegó a convivir como si fuera su propia esposa. Cuando murió, el temible Calígula se marchó un tiempo de Roma y obligó a sus habitantes a mantener el luto oficial. Cuando volvió parecía otro: estaba descuidado, flaco, hundido, arrastraba ojeras y una enorme barba.

A los senadores que le contradecían, directamente, les rebanaba el cuello o los marcaba con hierros candentes. Una de sus últimas ocurrencias fue cortarlos por la mitad, encerrarlos en jaulas o tirarlos a las fieras. ¿Su mayor hobby? Ver ejecuciones mientras comía. Y tener relaciones sexuales con las esposas de sus cónsules. Su ritual era invitarles a cenar amablemente y, en un momento dado, señalar a una de ellas para que le acompañase al dormitorio. Nadie podía rechistarle.

Sin embargo, lo más curioso de Calígula es que amaba a los animales, muy especialmente a los caballos y, aún con más devoción, al suyo propio, llamado Incitato. Lo vio y se enamoró desde el primer momento. Se trataba de un caballo de carreras que había nacido en Hispania, de donde en esa época se importaban a Roma cerca de 10.000 equinos al año. Le construyó una cuadra de mármol que era todo un palacete. El animal contaba con un séquito de esclavos que le hacían de sirvientes. Calígula ordenó hasta tallarle un busto de marfil.

Escribió Suetonio que el caballo vestía de color púrpura (que era el color reservado para los poderosos) y lucía joyas y piedras preciosas. Dicen que se alimentaba de avena mezclada con partículas de oro y que Calígula planeó convertirlo en un cónsul: era una manera de honrar a su bestia y, a la vez, de burlarse del senado.

Incitato, que era caballo de carreras, participaba en competiciones en el hipódromo de Roma: la noche anterior al evento, Calígula dormía con él y decretaba un silencio general que nadie podía violar en toda la ciudad. A quien lo incumpliese le caería la pena de muerte. Todo para que el animal descansase adecuadamente.