Cualquiera puede preguntarse, sin que nadie se sorprenda, si el director de escena de la ópera La Calisto, de Francesco Cavalli, se tomó alguna sustancia psicotrópica antes de concebir la producción de la ópera estrenada este domingo en el Teatro Real. En ella hay orgías, cópulas y felaciones, travestis e increíbles seres de todo tipo. Algunos tienen 10 ojos, otros, asquerosos genitales al aire o una cabeza de vaca que bebe de un brick a través de una pajita. Sobredosis de lujuria y surrealismo en el sofá de un programa del famoseo, un casino venido a menos o un planeta descartado por grotesco en La guerra de las galaxias. Todo transcurre con un ágil ritmo cinematográfico. Vamos, un planazo. 

En La Calisto hay mucho de todo ello, pero no es patrimonio de David Alden, un director de escena que no necesita (que se sepa) drogas para excitar su mente. Cuando el espectador tiene en cuenta que La Calisto se estrenó en 1651, que es uno de los títulos que se inscriben en el primer florecimiento de la ópera como género y que además fue escrita para uno de los primeros teatros, a los que por primera vez acudían todos los que quisiesen y pudiesen permitírselo, la pregunta cambia. ¿Qué se tomaron Cavalli y el libretista (el autor del drama y el texto) Giovanni Faustini? ¿Por qué no está cubierta esa sustancia por la Seguridad Social o se suministra en las escuelas a los niños como si fuera flúor?

La primera ópera de Cavalli en Madrid

La obra es una comedia, sainete y tragedia sobre el amor, el deseo, las bajas pasiones y, tal y como la presenta Alden, también una reflexión poco optimista sobre las clases sociales o el rol de la mujer. En Madrid tiene el atractivo de ser la primera ópera de Cavalli en ser representada. Llega quizás con un ligero retraso, tan solo 358 años después de su estreno en Venecia, algo que se explica por los siglos de olvido al que se condenó en todo el mundo al repertorio de la época, que ahora vive afortunadamente un refrescante renacimiento.

La Calisto es una obra perfecta para descubrir qué había en el cartel de una de las etapas más frescas y doradas del género, justo cuando la ópera dejó de ser un capricho privado de los nobles y se abrió al show business público de los teatros. Las notas al programa del musicólogo Álvaro Torrente explican bien cómo funcionaba el presupuesto de la época y el star system de la industria. Venecia estaba entregada entonces al hedonismo. En la ciudad aún latían los ecos de una excomunión general por impíos excesos. La música es bellísima. Ivor Bolton, el director musical del Real, la honra con entusiasmo y respeto, incluyendo instrumentos de época que rara vez se ven en el foso y una cuidada edición de la partitura. Por su trabajo recibió una gran ovación. 

El resultado resultó muy inteligente, pero no intelectualmente transgresor, como algunos auguraban. No lo es ni por los asuntos que trata ni por cómo lo hace el director de escena, algo que no es, en sí mismo, ni bueno ni malo. Ni siquiera los continuos espasmos sexuales escandalizaron a los mojigatos o al público del estreno, tan dado al abucheo. Esta vez aplaudió con ganas la producción, originalmente un encargo de la Ópera de Baviera que pasó con éxito por Covent Garden en Londres.

El mérito está en hacer que la ópera cuaje hoy, tanto por el tratamiento de los personajes como gracias a un ágil ritmo, casi cinematográfico, y al movimiento de las distintas plataformas que encadenan la acción psicodélica. También funciona la trasposición de la trama a una especie de Las Vegas, donde los hombres de chaqué se creen dioses y los dioses se mimetizan entre los hombres de chaqué. 

Jupiter, disfrazado de Diana, junto a Calisto. Javier del Real / Teatro Real

Quien se mete con los poderosos, pierde

Hay algo de funesto en el lugar que Alden da a los humanos, que cuando se enfrentan a los dioses, acaban mal incluso cuando creen que acaban bien. La metáfora también sirve al servicio de la tensión entre las clases sociales actuales, con un descarnado retrato de las élites y su catadura moral.

Calisto es un juguete en manos de Júpiter y sufre las consecuencias hasta convertirse en una penosa cantante de casino o sufrir un grotesto parto, por no hablar de un triste final, muy lejos de la felicidad mística que le reserva la trama. Louise Alder interpreta a la perfección el papel, de largo el que mayor evolución dramática tiene, muy bien aprovechado por el director de escena.

El contratenor Tim Mead en el papel de Endimione, otro mortal, enamorado de Diana, es quizás el personaje más creíble y emotivo, con una gran calidad vocal amplificada por las bellas arias escritas por Cavalli. Logra su amor imposible, pero acaba en un ataúd. Luca Tittoro (Júpiter), Guy De Mey (Linfea) y Dominique Visse (Satirino) destacan por sus capacidades interpretativas, puestas a disposición de la burla y la caricatura. 

El papel de la mujer

Linfea, en esta producción una virgen añosa interpretada por un tenor, tiene su momento estelar al liberarse de la castidad para declarar que quiere probar los placeres de la carne. "¡Quiero ser gozada! No quiero permanecer estéril durante el dulce florecer de los años risueños. Los dulces placeres que el hombre sabe dar, yo también los quiero probar", dice en un momento no apto para puristas del feminismo. Originalmente, el personaje lo encarna una joven. Al ser sustituido por una señorona, más parece un lamento tardío, fruto de una amarga soledad. 

Juno, mujer de Júpiter, desciende furiosa al mundo terrenal para buscar a su marido, infiel y lascivo, y depara la reflexión inesperada. "Así deberían castigar, si pudiesen, las mujeres a sus maridos, que, saciados de ellas, siempre avivan en su pecho nuevos apetitos. Mujeres mías desconsoladas, nosotras siempre somos las ofendidas y tenemos la culpa. Abandonadas sin consuelo, morimos a menudo de sed en medio del río. Por la noche, en la cama, fatigados tras su gusto, los maridos culpables, están siempre soñolientos o resentidos". Parece mentira, pero es una frase de 1651 que la soprano canadiense Karina Gauvin reviste de dignidad. 

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? ¿Cuál es la frontera entre ambos? ¿Cuáles son las terribles consecuencias de confundirlos o mezclarlos? Esa es, quizás, una de las dudas que plantea la ópera, cuadrando así el círculo de la perversión. En ella chapotea el Teatro Real al tiempo que salda con eficacia una deuda histórica. 

(La Calisto se representa en el Teatro Real de Madrid desde el 17 al 26 de marzo)

Una imagen de la puesta en escena de David Alden. Javier del Real / Teatro Real

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