Ojalá tengas una muerte digna y te pille con datos en el móvil. Vivir es tener saldo infinito; morir, no poder conectarte a internet. “Consumid y consumíos”, parece decir la carcasa para móviles más macabra de todas las registradas por el Observatorio Independiente del Souvenir. Vincent Van Gogh pintó en 1885, cinco años antes de fallecer, la muerte más barroca en pleno siglo XX y una de las más sarcásticas del XXI: una calavera fumando, una muerte divertida, un corte de mangas a la Academia. Y a la propia muerte.

“Más vale ser atrevido aunque se cometan muchos errores que ser estrecho de mente y demasiado prudente”, dijo el propio pintor, dejando la mesa puesta a los productores de la abundancia ilimitada. El fin de la prudencia es el principio del mercado. “El hiperconsumismo nos libera de cualquier otro imperativo que no sea el de consumir sin descanso”, escribe Serge Latouche, profesor emérito de Ciencias Económicas en la Universidad Paris-Sud.

Resistámonos con todas nuestras fuerzas a acostumbrarnos a ninguna cosa

Miro la escena y entiendo que, dada la entrega al placer de fumar, saber próxima la muerte tranquiliza. Pero quién quiere morir, quién quiere estar tranquilo si el parque de atracciones está abierto 24/7. Van Gogh se sacó de la manga una pirueta irónica y no volvió a repetir hasta sus autorretratos con la venda y sin oreja. “Resistámonos con todas nuestras fuerzas a acostumbrarnos a ninguna cosa”, escribe Rafael Sánchez Ferlosio en uno de sus preciados pecios para aclarar que la costumbre convierte la atención en distracción y la vigilia en siesta.

Menudo temperamento

El pintor holandés nunca se entregó al confort de lo aprendido y trabajó contra la fuerza de las costumbres. Mató lo colores y también les perdonó la vida, como un bárbaro tierno, como el rebelde que ansía provocar el incendio de la vida corriente y mostrar la naturaleza sin ataduras, ni siquiera reales. Van Gogh fue un pintor sin programa entregado a manipular el paisaje que miraba desde la atalaya de su temperamento. Por eso se sirvió arbitrariamente del color para expresarse con firmeza y dividir su vida de su obra: un pintor enérgico, un hombre débil.

El mundo en el que los deseos de Van Gogh -exaltar y conmover al que mira- ha caducado. El arte es divertido o no es.

La lucidez con la que retrató a la muerte, en contestación a la representación convencional, impresa en una carcasa del móvil es la respuesta irónica que le ha devuelto el nuevo tiempo industrial: el tiempo ha dejado de morir, ahora el tiempo sólo es cambio que espera otra novedad. Una carcasa hoy, mañana un mechero, pasado una cubertería. La fugacidad que nada crea, pero lo revuelve todo.

La novedad del cambio que no cambia es el mundo en el que el kitsch es dueño y señor, el mundo que se reproduce constantemente. El mundo en el que los deseos de Van Gogh -exaltar y conmover al que mira- ha caducado. El arte es divertido o no es. Si no tiene una carcasa, no es arte. Del kitsch se puede aprovechar todo, hasta la muerte. Si lo prefieren: hasta la muerte, todo es kitsch.

Noticias relacionadas