Alexander Calder (1898-1976) abrió una página nueva en la historia de la escultura. El arte corría en sus venas -su padre y abuelos eran escultores; su madre, pintora- pero estudió ingeniería mecánica y solo sintió el gusanillo creativo siendo ya un veinteañero. Su incesante búsqueda del equilibrio cinético, que plasmó en obras de apariencia frágil y composiciones en constante transformación, aseguró un antes y un después en la producción escultórica.

Cerca de un centenar de obras realizadas en las dos décadas desde finales de los años veinte y cuarenta se reúnen por primera vez

La conquista de Calder del espacio, su revolucionaria liberación del hasta entonces prácticamente imprescindible pedestal, se estudia a fondo en la exposición del museo Tate Modern: Sculpture Performing (La escultura como arte escénico). Cerca de un centenar de obras realizadas en las dos décadas desde finales de los años veinte y cuarenta se reúnen por primera vez en la antigua central eléctrica en la orilla sur del Támesis. Organizada en colaboración con la Fundación Calder, de Nueva York, la antológica estará abierta al público en Londres desde el 11 de noviembre hasta el 3 de abril.

Triple Gong, de Calder. Tate

Hay trabajos que nunca antes se habían exhibido en Europa. Entre ellos destaca la monumental Black Widow (La Viuda Negra), que el autor donó en 1948 al Instituto brasileño de Arquitectos, con sede en Sao Paulo. Es la primera vez que se presta al extranjero esta constelación de collages en chapa negra unidos y suspendidos del techo por tiras de alambre. Otras piezas clave en el proceso de experimentación de Calder, cuando comenzaba a explorar la relación con la pared de los distintos elementos de sus obras, se exhiben también por primera vez en 80 años.

El recorrido por la Tate hace una pausa en 1937, con la contribución del estadounidense al pabellón de la República española en la Feria Internacional de París. Calder dio con la solución a la Fuente de Mercurio que el equipo de Sert quería instalar a dos pasos del Guernica. La co-comisaria Ann Coxon recordó ayer a este diario, durante la presentación de la muestra, las inquietudes que causó la inclusión en la carpa española del artista extranjero y gran amigo de Miró. Pero las dificultades en el manejo de un líquido extremadamente volátil inclinaron la balanza a favor de Calder. La pieza original se conserva en Barcelona, pero en Londres se muestra un dibujo del diseño, con instrucciones a mano de su autor, junto a una panorámica fotográfica de la instalación de mercurio.

Calder fue un radical que hizo una importantísima contribución a la historia del arte

La exposición antológica desvela la evolución del proceso creativo de Calder. Ilustra su avance de la figuración a la abstracción y la conquista del movimiento. Instalado en París, a partir de 1926, comenzó a hacer siluetas en alambre de sus amigos artistas y sobre todo de profesionales de cabaret y circenses. Construyó equilibristas, bailarines y hasta un torero y un jinete montado en su carro con materiales simples, como círculos de madera, trozos de tela, hilos de seda, lápiz y, por supuesto, alambre. Ya entonces veía la escultura como un espectáculo y montaba sesiones de circo en público y en privado. Elementos y posiciones de estas pioneras figuras aflorarían en las sublimes constelaciones galácticas, a partir de los años treinta.

Antena con puntos rojos y azules. Tate

“Calder fue un radical que hizo una importantísima contribución a la historia del arte incorporando movimiento en sus esculturas y liberándolas del pedestal. Sus obras se mueven libremente en el espacio, transformando la relación entre las mismas y quien las observa. Su inspiración partía del circo y de un ardiente deseo por conseguir que la escultura se mueva y actúe para nosotros”, resalta Coxon.

Los estudios de ingeniería le ayudaron a inventar mecánicas para generar movimiento en los elementos de sus piezas. El museo reúne varios de estas incipientes esculturas cinéticas, aunque el paso del tiempo obliga a mantener los motores apagados. Pero, en las salas siguientes, la mera respiración del visitante hace girar las múltiples ramificaciones en alambre de composiciones de los años cuarenta, como Red Sticks (Varas Rojas), Vertical Foliage (Follaje Vertical) o Gamma, entre otras muchas.

Calder, en su estudio.

Calder también exploró la repercusión del sonido en sus mobiles, sus esculturas móviles. Triple Gong, Reed Gong y Streetcar acompañarán la exposición antológica hasta su clausura. Pero un mítico trabajo de 1966, Chef de Orquesta, pensado para músicos de percusión, sonará por primera vez en treinta años en tres conciertos los próximos 10 y 15 de noviembre, además de su estreno en la Tate durante la inauguración anoche de la exposición.

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