Esta semana Christie's ha vuelto a vender la misma mierda de siempre. La enlató Piero Manzoni (1933-1963) para reírse del mercado artístico y cincuenta años después es difícil averiguar quién se ríe de quién. Ha aflorado la lata número 54 (de una serie de 90), que la casa de subastas ha vendido en Londres por 282.000 dólares (256.000 euros). Estimaban sacar a lo sumo 137.000 dólares por los mojones del artista.

Hace tres años apareció la número 12, que se vendió por 161.000 dólares (146.000 euros). En tres años la mierda casi duplica su precio, prueba innegable de que ya ha pasado lo peor y que el mercado del arte vuelve a ser una máquina de especulación de primera, que puede hincharse sin límite y desinflarse sin piedad.

Manzoni trató de pinchar la burbuja gigante vendiendo sus latas de 30 gramos de caca a precio de oro

El italiano trató de pinchar la burbuja gigante vendiendo sus latas de 30 gramos de caca a precio de oro. Parecía la broma perfecta, la burla sin grietas. Y fracasó. Puso de relieve la fatiga de lo nuevo, la mentira de la firma, la diferencia entre el valor del arte y su precio, se encaró al mercado y toda su crítica, con toda su ironía, terminaron deshaciéndose en los jugos gástricos de las casas de subastas.

Piero Manzoni con sus latas. Wikicommons

La mierda está más fresca que nunca, porque al mercado le encanta y a la Academia le molesta: ¿realmente mierda y arte son un oxímoron? Ese el legado del italiano a la comunidad artística, una pregunta en la que los doctores del arte llevan enredados desde entonces.

Abajo tabúes

Manzoni, y tantos otros, les obliga a divagar sobre la necesidad de la belleza en el arte. Unos acaban gritando: “¡Apocaliiiiipsis! ¡El fracaso estético ha llegado!”; otros ríen y juegan a poner el sello “arte” a todo lo que el artista-museo-mercado diga que es “arte”… ya sea una mierda, un jarrón de Lladró o una caja de Doritos (Henrik Olesen, en el Museo Reina Sofía, en 2013).

Para unos el verdadero artista es el que ayuda al mundo a revelarle las verdades místicas, para otros es el que desvela las verdades que se esconden hasta enquistarse con forma de tabúes. Manzoni es de estos últimos, de los que ponen una bomba a la bomba analgésica de la cultura del consenso. Por eso se revuelven también los que piensan ingenuamente que la forma cultural oculta al fenómeno social, “como si fuera un arte antes que un comercio” (en palabras de Rafael Sánchez Ferlosio).

Porque no es una mierda cualquiera, es una mierda de Alguien. Es mierda de artista. No de pobre, no es mierda de rico

Piero Manzoni puso en jaque la imagen idealizada del artista, descubrió el engaño de los museos y la trampa de los mercados del arte. Lo hizo como un irreverente nihilista, cuestionando el sistema desde dentro: si todo lo que emana del artista es genio y arte, ¿sus excrementos también? Porque no es una mierda cualquiera, es una mierda de Alguien. Es mierda de artista. No de pobre, no es mierda de rico, no mierda de policía, no mierda de juez, ni mierda de político, ni mierda de periodista, es la mierda que peor huele, la de artista, la que puede llegar a pagarse por ella casi 300.000 euros.

Valor de marca

Ese mismo año, 1961, montó en la galería La Taruga (Roma) otro atentado contra la artitis [inflamación del arte]: firmó el costado de los asistentes a la muestra y los convirtió en obras, en Esculturas vivientes. El valor lo posee la marca, no el objeto. También hinchó globos y los vendió como Aliento de artista; firmó huevos y los dio a comer o a coleccionar. El arte no es inmune a la cadena de consumo y una etiqueta basta para alterar el precio de las cosas. Si un artista convierte el papel moneda triturado en una obra de arte, ese papel inservible se revaloriza [ver la exposición de Ignasi Aballí, en el Museo Reina Sofía]. El arte tampoco es inmune a la pérdida de originalidad.

El arte es un acto de fe. Y de defecación. Quizá haya mierda, quizá no. ¿Y? ¿Es necesario saber si miente Manzoni, si hay mierda ahí dentro, para certificarlo como arte? ¿No es la eficacia artística lo relevante? Quizá no haya más que yeso (como ha dicho Agostino Bonalumi, compañero de viaje del artista), quizá sólo otra lata. Nadie abrirá para comprobarlo -liso Manzoni- porque nadie quiere ver cómo se evapora la inversión millonaria. Porque eso es el precio del arte, humo. Del que hincha y desinfla la burbuja que revaloriza la mierda de Manzoni cincuenta años después de haber gastado su broma infinita.

Noticias relacionadas