Han hablado: un botellón es un botellón, en la calle y en el museo. Cada vez que las escobas se pronuncian en un centro de arte contemporáneo el emperador se queda en bolas y los papeles se intercambian: el arte se vuelve basura y el personal de limpieza, artistas. Todo el mundo es arte, todo el mundo es artista. Y todo es carne de museo, desde el chandal de Fidel a una caja de Doritos vacía pasando por los restos de una pizza fría o una cinta de velcro autoadhesivo. Esta vez había botellas vacías, vasos tirados, colillas, confeti, serpentina y hasta una bola disco… La fiesta se acabó.

Sara Goldschmied (1975) y Eleonora Chiari (1971) han montado en el Museion de Bolzano (Italia) una pieza simbólica sobre los rastros lamentables que dejó la corrupción italiana en los ochenta, titulada Dónde podríamos ir a bailar esta noche. Las artistas italianas explican su propósito: “Éramos unas niñas entonces, en un periodo de consumismo, excesos, especulación financiera, medios de comunicación, política y partidos socialistas. Al investigar para la pieza encontramos una guía de discotecas de Italia, escrita en 1988 por el ministro de Exteriores, Gianni de Michelis, titulada ¿Dónde vamos a bailar esta noche? Con un prefacio de la presentadora de televisión Gerry Scotti. La instalación presenta la escena final de una fiesta. La obra sólo es visible cuando el museo está cerrado, desde el anochecer hasta el amanecer, muestra las secuelas de la fiesta. Es la metáfora de la abundancia en ruinas”.

Quién puede distinguir entre la basura y una fiesta, entre una manzana podrida y una escultura, entre crítica y provocación, entre arte y publicidad.

El arte también paga sus facturas y las vanguardias se retuercen en su mediocridad de tanto rebobinar y repetir lo que se inventó hace un siglo. Duchamp privó al arte de sus rasgos visuales característicos que lo identificaban como tal y abrió las puertas de los museos a todo lo que queda fuera de ellos. Le pasó a Damien Hirst hace 14 años, en una galería de Londres, cuando el responsable de la limpieza pulió la mesa de botellas de cervezas y ceniceros. A Tracey Emin hace 16 años le limpiaron My bed, el icono de los jóvenes británicos rebeldes: fuera las sábanas sucias de la cama, los condones, las bragas y las botellas de vodka. La artista tuvo que recomponer la obra por la que fue seleccionada para el Premio Turner.

La obra de Tracey Emin, My bed.

En 2001, Frank Stella -abanderado del arte abstracto en los EEUU-, en conversación con el entonces director del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), aseguraba que unos grandes almacenes del arte contemporáneo han nacido para reemplazar a los museos de arte contemporáneo. Un gran establecimiento del entretenimiento comercial, en el que el arte en los museos no es tan raro ni perturbador. Porque lo peor no es la prolongación más o menos emocionante y divertida de la vida, la verdadera muerte de los museos es la falta de provocación intelectual.

Museos basura

Se hace complicado saber qué es más nocivo para el desarrollo de la curiosidad del espectador: unos mendigos en una sala, llamar “exposición” a una cabeza de Darth Vader en la Puerta de Alcalá anunciando el advenimiento de Star Wars o esas organizaciones que al frente de las instituciones públicas dan por muerto al visitante y lo rocían con impresionistas, realistas y ahora una de vaqueros. Es fácil descubrir basura en los museos todo el año, lo difícil es encontrar a quien la barra.

Este tipo de museos o centros comerciales han aprendido de las marcas el anuncio es más rentable que el producto. El arte no es tan importante como las banderolas. Hace años la marca de chocolatinas M&M's montó un retrato de La Gioconda con su producto. El festival The Rocks Aroma también utilizó a la dama de Leonardo para reclamar atención sobre el café que vendían: 4.000 vasos de plástico con café solo, con leche y largos dibujaban algo parecido a una Mona Lisa.

Si como dice Boris Groys lo importante ya no es el arte, sino el artista, el espectador ha sido abandonado a su suerte y a la de las escobas limpiadoras.

En Youtube -el mayor museo de todos- hay un tipo llamado Phil Hansen que pinta con filetes grasientos sobre papel. También ha hecho un retrato con sangre de Kim Jong Il, otro de Bob Marley con piñas, a Jimi Hendrix con cerillas, con su pis un perro en la nieve y otro del ciclista Lance Armstrong con las ruedas de una bicicleta (antes de que se descubriera que el ídolo iba pinchado). En las Navidades de 2011 un tal Nathan Wyburn pinta con pintura negra un retrato de más de cuatro metros sobre la nieve de Lisa Gherardini. Alguien, en alguna parte del mundo, monta un dominó de 4.519 fichas con el rostro de la modelo de Leonardo. Un espontáneo dedica 40 horas a realizar una réplica enorme con más de 12.000 post-it, de siete colores diferentes de la misma dama.

Si como dice Boris Groys lo importante ya no es el arte, sino el artista, el espectador ha sido abandonado a su suerte y a la de las escobas limpiadoras. En marzo de 2007, una compañía de transporte fue condenada por la Justicia británica a pagar una compensación de 600.000 dólares por arrojar a la basura un desecho orgánico que resultó ser obra del artista indio Anish Kapoor. Quién puede distinguir entre la basura y una fiesta, entre una manzana podrida y una escultura, entre la frivolidad y la verdad, entre la crítica y la provocación. Quién sabe hoy qué es publicidad y qué arte, si cuando entramos en algún museo creemos estar en el Primark o en el Youtube.

Noticias relacionadas